Pequeñas epifanías de cuarentena: cuando esa decisión postergada llega durante los días de aislamiento
¿Qué necesidad nos resaltó la cuarentena más larga de la historia? Para algunos fue una suerte de epifanía: un momento de revelación para darse cuenta de qué querían, qué necesitaban o qué les hubiera gustado tener para pasar de mejor manera los días de aislamiento.
Durante la cuarentena, muchos tomaron las riendas de estas decisiones postergadas y se encaminaron a producir esos grandes cambios apenas termine el aislamiento. Otros tomaron pequeñas decisiones, cambios muy pequeños y puntuales, como deshacerse de lo que no se usa, aprender un instrumento, tener una huerta, terminar un proyecto pendiente, que los hicieron sentirse satisfechos con ellos mismos en esta cuarentena.
"Cuarentena implica un tiempo de suspensión y la readaptación a una realidad cambiante con gran incertidumbre porque desconocemos sus derivaciones. Esta situación enfrentó a muchas personas con su intimidad, con aquello que lo habita internamente: fantasías, deseos, temores. Este tiempo de suspensión implicó un tiempo de mirarse interiormente, para algunos de hacer pequeños cambios, algunos de ellos muy creativos que venían postergándose por los tiempos acelerados que vivimos precuarentena", explica Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
Los cambios, dice Cruppi, también llegaron desde lo laboral, gente que se plantea retomar otra actividad al quedarse sin trabajo y desde lo vincular y familiar."Hay padres de niños de 7 a 10 años que me comentaron que al principio les costó pero que se reconectaron con sus hijos con la dinámica del juego y así aumentaron el conocimiento el uno del otro. O sea que la cuarentena reoptimizó el tiempo, un tiempo que estaba puesto en las obligaciones de la vida cotidiana", dice.
Las que siguen son algunas de las historias de pequeñas epifanías de aislamiento.
La epifanía de Laura y Pablo. "El mejor momento para tener un cachorro"
"Hace rato teníamos ganas de sumar una nueva mascota a nuestra familia", cuenta Laura Zayoud, de 42 años, docente y madre de Tian, de cinco años. Las mascotas siempre fueron una parte fundamental de la familia. Primero llegó Lola, una Golden retriever. Después llegó India, la hija de Lola. Y cuando llegó Tian a la familia, ellas ya eran las reinas de la casa.
El año pasado, Lola falleció y quedó un espacio vacío en el corazón de la casa. "Que nuestro hijo crezca junto a un cachorro siempre fue un deseo para nosotros. Pero el deseo más grande fue de él, que siempre nos pedía que le regalemos uno. Siempre planeaba cómo cuidarlo, educarlo y estaba dispuesto a darle todo su amor", cuenta la madre.
Así fue que Pablo y Laura decidieron que este tiempo sin salir de casa era el momento especial para hacer realidad el sueño de su hijo. "La cuarentena nos presenta un contexto particular, diferente al que estamos acostumbrados; poder compartir en este momento se vuelve esencial. Y esa oportunidad de cuidar de nuestra mascota estando en casa hizo que no dudemos de que era el mejor momento para hacerlo", cuenta Laura.
Así fue como hace una semana llegó a sus casas Aria, una cachorra de border collie negra y blanca , que tiene 55 días . Tian no lo podía creer. Ahora pasa todo el día jugando con su perrita y hasta se las mostró a sus compañeros del jardín en el Zoom. "Aria llegó y estamos felices", dice Laura.
La epifanía de Valeria. "Las cenas en familia son un momento único"
Nunca habían compartido tanto tiempo juntos en familia a lo largo del día. Durante el año, cada uno tiene sus actividades y el ritmo de la casa es un constante entrar y salir de gente. Desde que la cuarentena cerró la puerta principal de su casa, Valeria Burrieza y sus hijos, Paloma, de 18 años, Ema, de 15 y Moro, de 7, redescubrieron su relación y sus momentos como miembros de un mismo equipo. La cena en familia fue una de ellas.
"Hay muchas cosas positivas de esta cuarentena. Cenamos todos juntos en la mesa, ponemos mantel, nos sentamos todos en el living. Antes cenábamos en la cocina, medio al paso. Ahora, la cena pasó a ser el momento del día. Casi que nos maquillamos y ponemos tacos. Charlamos, es un momento nuevo. Está bueno y espero poder conservarlo después de que todo eso pase", señala.
"Después de más de 70 días de cuarentena, la cena sigue siendo un momento esperado. Durante el día, cada uno está haciendo sus cosas, como podemos. Pero en el momento de la cena todos suspendemos, aunque después tengamos que seguir hasta las 3 a.m., como suele pasarnos. Comemos algo rico, a veces prendemos velas o el hogar si hace frío. Uso vajilla que antes dejábamos para momentos importantes, siempre tenemos algún postre aunque sea uno para compartir", cuenta Valeria.
No siempre cocina ella. Las hijas también se van turnando y, al que le toca cocinar, se esfuerza para que el menú sea especial y favorezca las charlas. No se come a las apuradas. "Las cenas de los sábados se volvieron un momento muy esperado por todos", apunta la madre.
Pero ese no fue el único descubrimiento de la nueva normalidad que se instaló en la familia. "También descubrimos que tenemos que estar más atentos a nuestras necesidades personales. Descubrimos que nos hace bien hacer ejercicio a la mañana, entonces tenemos un horario fijo en que hacemos un poco de ejercicio al aire libre en la terraza cuando está lindo", dice Valeria.
También que no todos tienen ganas de comer lo mismo en el mismo momento. "Hacemos un menú más amplio, para que cada uno sepa qué tiene ganas. Durante el año, en la semana eso no existe. Normalmente es hay esto y arreglate y cuando hay lunchera los chicos ni saben qué van a comer", apunta.
La cuarentena se convirtió en una especie de retiro para conocerse más como familia y como individuos. "Nos dimos permiso para tomarnos un rato cada uno para hacer lo que nos gusta. Y los demás lo respetamos. Si alguno se sienta afuera a mirar a la nada, o a tomar un mate o a leer y necesita estar solo, los demás lo respetamos como un momento personal y sagrado. Y nadie lo interrumpe", explica Valeria.
La epifanía de Diego: "Nunca es demasiado tarde en cuarentena"
Fabio Kornblau, Diego Melamed y Fernando Ender son tres amigos que hace 20 años compartían un programa de radio en el que desarrollaron un sistema para enseñar hebreo desde el humor. "Esta cuarentena fue especial porque tuvimos tiempo de ocuparnos de un proyecto que nos gustaba. Queríamos plasmar ese método de enseñanza pero nunca habíamos encontrado el tiempo para desgrabar, editar y todo. Eran radioteatros con juegos de palabras en hebreo y español, que se siguieron usando en escuelas y clubes todo este tiempo", cuenta Diego.
De hecho, cuando Federico, Juan y Luca, los hijos de cada uno de ellos fueron al colegio y a los clubs de la colectividad, se encontraron con que los docentes recurrían a ese método para enseñarles el idioma.
"Pasó el tiempo, tuvimos hijos y cada uno iba escuchando esos diálogos y canciones que nuestros hijos traían a casa de clubes y escuelas, y no había registro de quién lo había hecho. Con la pandemia, nos dimos cuenta de que nunca es tarde y tuvimos tiempo de ocuparnos del tema. Era el momento. Creamos grupo de WhatsApp y nos pusimos a desgrabar, sumamos palabras nuevas. Mientras, nos conectamos con una institución educativa, tuvimos varias reuniones virtuales y ellos estuvieron dispuestos a producirlo. Trabajamos en el diseño y está ya listo para ir a imprenta", dice entusiasmado.
Tras 20 años, finalmente en la cuarentena tuvieron tiempo para plasmar el método en un mazo de cartas y dejar así por escrito aquella idea. "Le dedicamos muchas tardes. Yo, por ejemplo, usé el tiempo que antes dedicaba para ir al club a nadar. Y sin el parate que significó la cuarentena no hubiéramos encontrado el tiempo para hacerlo", dice Diego.
La epifanía de Adriana: "Necesito menos cosas y más tiempo para lo que me gusta"
Fue una revelación que llegó durante los primeros días de la cuarentena, cuando como muchos otros se puso a mirar puertas adentro del placard. Allí llegó la primera epifanía que se transformó en la decisión de desprenderse de aquellas cosas que ya no necesitaba.
Adriana Ceballos es orientadora familiar y coach ontológica. "Esta realidad de la cuarentena provoca en muchos casos estrés, ansiedad, frustración, insomnio (las rutinas son la gran herramienta) y también nos permite descubrir muchas necesidades que podemos satisfacer. En mi caso la cuarentena resaltó en primer lugar la cantidad de cosas que compramos sin sentido. Hay un consumo exacerbado de ropa, calzado, accesorios. Otra cuestión que se tornó necesaria fue el tener la casa en orden, sobre todo los interiores de los espacios de guardado para lo cual hay que donar aquello que está de más. Ninguna debo reconocer fue un descubrimiento, porque hubo organizaciones que despertaron en mí esta inquietud hace tiempo y la pandemia confirmó lo importante que es deshacernos de lo superfluo", apunta Ceballos.
La cuarentena también fue un tiempo para darse cuenta que para su día a día quería menos cosas y más tiempo para hacer las cosas que le gustan. Como las clases de ejercicio físico o danzas clásicas que empezó a tomar ahora a través de distintas plataformas digitales. Ya antes hacía ejercicio pero las clases virtuales le parecieron un gran descubrimiento: "Esta modalidad llegó para quedarse", dice.
"Finalmente confirmó que mi balcón es imprescindible y lo uso muchísimo más que antes", dice. "La realidad es que mi trabajo ya era por este medio, mi casa me encanta y disfruto de estar acá, pero… no hay modo de reemplazar a los abrazos de mis nietos", lamenta.
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