El año pasado llegaron casi 148.000 turistas a Puerto Madryn, una cifra que superó las de los últimos 15 años; el jueves pasado se inauguró oficialmente un nuevo período de observación
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PUERTO PIRÁMIDES, Chubut.– Paciencia. Habrá que cultivar la paciencia. Esperar a que ellas, las protagonistas de la temporada, aparezcan en las aguas tranquilas del Golfo Nuevo, una de las dos aberturas costeras –la otra es el San José– que componen la Península Valdés.
“¿Listos para la aventura? Vamos a buscar ballenas”, invita Juan Pablo Martorell, el guía que integra la tripulación de la embarcación Azul profundo de la empresa Peke Sosa, una de las seis compañías que, por ley provincial, fueron autorizadas para el avistaje de ballenas franca austral.
Él, junto a unos 50 turistas, emprende el segundo viaje de la temporada, que comenzó el jueves pasado y se extenderá hasta mediados de diciembre próximo. Todos los años a partir de abril llegan a los golfos de la Península Valdés, alrededor de 2000 ejemplares de los 5000 existentes en el área del Atlántico Sur Occidental para reproducirse, parir y amamantar.
Su avistaje es el gran atractivo turístico de esta región, que el año pasado atrajo a 147.879 visitantes nacionales y extranjeros que se alojaron en Puerto Madryn, a unos 100 kilómetros de Puerto Pirámides. Las autoridades del municipio celebraron la cifra como un récord de los últimos 15 años. Antes de la pandemia del nuevo coronavirus, en la temporada de 2019, la ciudad había recibido a 110.000 turistas; en 2022, un 34,4% más.
“Esperamos cumplir esos números para esta temporada”, se esperanza Cecilia Pavia, la secretaria de Turismo de Puerto Madryn, que adjudica el récord de visitantes al programa de beneficios PreViaje y a los 10 vuelos que, desde hace alrededor de un año y medio, llegan por semana al aeropuerto de la ciudad desde el Aeroparque: seis, de Aerolíneas Argentinas, y cuatro, de Flybondi.
A pesar de que el número de visitantes nacionales crece, no lo hace de la misma manera el de los extranjeros, que en 2022 representaron el 8,5% (17.200) de las 200.640 personas que ingresaron a la Península Valdés. Por eso, los recursos de promoción están puestos en recuperarlos, sobre todo en ferias internacionales del sector. Así lo indica el ministro de Turismo y Áreas Protegidas de la provincia, Leonardo Gaffet: “El año pasado, en Península Valdés, recibimos alrededor de un 9% de turismo internacional. Pero antes de la pandemia alcanzábamos un 20%. Queremos llegar a ese número”.
El vicepresidente de la Asociación de Agencias de Viajes y Turismo de Península Valdés, Saúl Cruz, tiene las mismas expectativas. “Estamos muy bien en números”, dice luego del acto oficial de apertura que se hizo en uno de los salones del Hotel Rayentray, el jueves pasado, en Puerto Madryn, y del que participaron el gobernador de Chubut, Mariano Arcioni, y autoridades nacionales. Y señala que las tarifas de alojamiento, de excursiones y gastronomía crecieron en función de la inflación.
Según los valores referenciales provistos por el municipio, desde el 1° de julio al 31 de agosto, que se considera temporada baja, alojarse en una habitación doble de un hotel de cuatro estrellas cuesta por noche desde $32.000 hasta $65.000; en una hostería de tres estrellas, desde $19.800 hasta $22.700, y en una cabaña, desde $13.500 hasta $17.900. Los precios de las excursiones van desde los $13.000 (Punta Loma) hasta los $29.500 (Península Valdés). Para ingresar a esta área protegida y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999, los adultos abonan $3100; los chicos de 6 a 11 años, $1500, y no tienen cargo los menores de 6, los jubilados y pensionados, las personas con discapacidad y los excombatientes de Malvinas.
Embarcarse por una hora y media para avistar ballenas vale $25.000 para los adultos y $12.500 para los menores. Otra opción para ver los animales, sin cargo, es hacerlo desde las playas de El Doradillo, a unos 15 kilómetros de Puerto Madryn. Lo ideal, recomiendan, es ir cuando hay marea alta.
En cuanto a la gastronomía, una picada de mariscos para dos personas cuesta entre $4500 y $5500, y una parrillada para esa cantidad de comensales, entre $4800 y $5800.
A partir del 1° de septiembre, de acuerdo con Cruz, los valores se incrementan en alrededor del 30%. Desde ese mes, que se considera ya temporada alta, se suma a la población de ballenas –que están en el pico de arribos– la llegada de otro de los grandes atractivos: los pingüinos.
En busca de rastros
Micky Sosa es, además del capitán del Azul profundo y uno de los propietarios de la empresa Peke Sosa, una suerte de intérprete de las señales de las ballenas. Se vale de su experiencia y de su vista en busca de rastros de los soplidos de los animales, que se asoman a exhalar una especie de nube de vapor en forma de “v”, y de las marcas lisas que deja en la superficie del agua el movimiento submarino de la cola de la ballena.
Cuando Sosa observa alguna de esas huellas, con paciencia, aproxima el barco: sabe que en algún momento una ballena se dejará ver. No en vano esa característica “amistosa” que tiene esta especie para acercarse a las embarcaciones fue, durante décadas, su principal debilidad, aquella que la llevó hasta el límite de la extinción. Entre los siglos XVIII y XIX, se afianzó la caza comercial de la franca austral, que por su nado lento, por su abundante grasa y el hecho de que flotan al morir (las otras especies se hunden) era ideal para la actividad. Así se la denominó como “The Right Whale”, la ballena correcta, por su traducción del inglés. En 1935, cuando por las matanzas, la población de Eubalena Austrialis –su nombre científico– quedó diezmada, la Comisión Ballenera Internacional prohibió su caza. Hoy, de acuerdo con los números que maneja el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), la especie tiene un crecimiento anual del 4%.
Cuando Sosa se acerca a los animales, que tienen un largo promedio de 14 a 15 metros y pesan entre 40 y 50 toneladas, debe hacerlo siguiendo un conjunto de lineamientos, que están estipulados por ley provincial N°5714, que fija desde las distancias que se deben mantener entre las embarcaciones y los ejemplares hasta cómo proceder en situaciones vinculadas a la reproducción y a las crías. “Por ejemplo, si hay un grupo de apareamiento [una hembra puede ser cortejada por varios machos] no meterse en el medio, mantener cierta distancia entre una madre y una cría, y si la ballena salta, no interferir”, enumera Sosa. Y resume el espíritu de la ley: “Disfrutar de las ballenas tal cual son, cómo son y saber que hacen lo que tienen ganas de hacer”.
En las embarcaciones hay cierta prudencia a la hora de salir a navegar para reducir el impacto en el comportamiento y en el hábitat de esta especie “hipersensible”, como la describe Sosa. Antes de zarpar, Martorell advierte a los pasajeros: “Les pedimos no gritar, no hacer ruido en el piso del barco porque eso repercute en el mar y poner el teléfono en modo avión”.
Para él, detrás de su trabajo hay una filosofía ambientalista, que sintetiza así: “Vamos a compartir una hora al lado de la vida de las ballenas en un equilibrio muy frágil. Están reproduciéndose con mucho éxito en este santuario que eligieron. Entonces, que nos permitan estar a su lado es muy valioso y la gente tiene que tomar dimensión de eso, respetarlas”.
Amenazas
Desde la década del 70, los investigadores del ICB estudian e identifican a los ejemplares de la ballena franca austral. Gracias a las callosidades que presentan en sus cuerpos, que son lo que a los humanos las huellas digitales, lograron determinar unas 4000.
Ese trabajo exhaustivo también les permite advertir sobre las amenazas que enfrenta la especie, motorizadas por los efectos del cambio climático. El presidente del ICB, Diego Taboada, explica que la eutrofización ‒el enriquecimiento excesivo de nutrientes, específicamente de nitrógeno y fósforo, en un ecosistema acuático, principalmente por las actividades humanas‒ es uno de los grandes peligros: “Lo que produce es el crecimiento de poblaciones algales, lo que se conoce como marea roja. En octubre pasado, hubo un evento de este tipo extraordinario. Las ballenas están en ayuno cuando vienen [a Península Valdés], no se alimentan. Sin embargo, al final de la temporada anterior, lo hicieron en un lugar del Golfo Nuevo. Se alimentaron de bogavantes, que estaban impactados por biotoxinas [por la marea roja]. Y en tres semanas, madres con crías murieron inmediatamente”.
Taboada también señala otro riesgo para la especie, las gaviotas. “Estas aves aprendieron a alimentarse de la piel y de la grasa de las ballenas. Y eso se fue incrementando, subsidiado por el mal manejo de la industria y el descarte pesqueros. Hoy, el 100% de las ballenas son picoteadas cuando vienen a Valdés y un 30% del día, en promedio, se la pasan escapando de los picotazos de las gaviotas”, explica.
Roxana Schteinbarg, directora de Conservación del ICB, informa que hicieron un relevamiento de fauna en sectores del Mar Argentino donde se planea avanzar con la extracción petrolera offshore. “Coinciden las áreas que se están otorgando a las empresas petrolíferas con áreas muy importantes para la alimentación de la ballena franca austral”, describe. Y señala que se puede colaborar con los estudios del instituto en este link.
La hora de la verdad
“Allá hay una”, se desespera un turista que va a bordo del Azul profundo. Recién pasaron 30 minutos desde que empezó la navegación y una ballena asoma con timidez el lomo a unos 50 metros del barco. “El capitán va a buscar a la más sociable”, tranquiliza Martorell a los impacientes pasajeros.
Unos diez minutos después, la ansiedad de los turistas se aplaca. Muy cerca de la embarcación, aparecen dos hembras; una de ellas, estima el guía, está embarazada. Con curiosidad, acercan las cabezas, que ocupan un tercio del total del cuerpo, y exhalan la nube característica hacia los pasajeros, que llega como un leve rocío que moja la cara.
Luego, vuelven a sumergirse, pero siguen cerca. Gracias a la transparencia del agua, se puede ver cómo nadan debajo del barco.
Durante la travesía, se ven muchas más. Incluso, a lo lejos, dan sus imponentes saltos. Solo hay que saber esperar y cultivar la paciencia. Al final, solo se trata de eso.
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