Peleó en la Segunda Guerra y, ahora, a sus cien años vive solo y anda en bicicleta por las calles de San Isidro
Ronald Scott participó en la Segunda Guerra Mundial como voluntario y fue piloto de la primera línea comercial que unió Tierra del Fuego con el continente; cocina, juega al bridge y no se priva de su copa de vino diaria; un ejemplo de lucidez y vitalidad
Vive solo en su departamento con una vista frondosa e inmejorable hacia San Isidro; no se pierde cuanto partido de rugby se disputa en las canchas del CASI o se transmite por televisión; tampoco se priva de su copa de vino tinto diaria; cocina como el mejor chef; realiza sus compras en bicicleta mientras disfruta del añejo empedrado de su barrio; goza de la lectura cotidiana; es un obstinado televidente de los noticieros que le permiten satisfacer su necesidad de estar actualizado con lo que sucede en todo el mundo; es alumno de la diplomatura en Historia de la Cultura Argentina del Cudes, juega todas las semanas al bridge y está a punto de obtener la renovación de su licencia de conductor.
La descripción no tendría nada de particular, a no ser que su protagonista es Ronald Scott, quien el pasado 20 de octubre cumplió nada menos que 100 años de vida. A este presente centenario, este hombre de ascendencia inglesa le suma un pasado de notable piloto de avión, responsable de los vuelos inaugurales de Aeroposta entre el continente y Tierra del Fuego,. Además, participó activamente como voluntario en la Segunda Guerra Mundial.
El joven señor Scott no es retórico en sus palabras. Al contrario. No es de los que bajan línea ni se regodean en un pasado ilustre. Pero no se priva de rememorar con orgullo y hasta de acercar alguna idea con vistas a mejorar el presente de la Argentina que tanto le preocupa y le duele. Su estado físico es inmejorable. Tanto, como la lucidez que exhibe en cada uno de sus comentarios sostenidos en conocimiento auténtico.
-Ronald, ¿es consciente de la edad que tiene?
-Para nada. Solo hago lo que tengo que hacer: trato de ofrecer mis servicios, estoy ameno para dar una mano. Voy día a día, semana a semana.
-Si es que existe, ¿cuál es el secreto para llegar en su estado a los cien años?
-Practiqué mucho deporte durante toda mi vida. Y ahora, me tomo una aspirina en el desayuno, un vaso de vino tinto al mediodía, consumo ensaladas y mucha fruta.
-¿A qué se debe el consumo diario de la aspirina?
-Me lo indicó el médico. Tengo un marcapasos, porque parece que mi sangre era un poco espesa, y con la aspirina ya no tengo problemas al respecto dado que me la licúa. Es una buena solución.
-¿Qué desayuna?
-Normalmente, tomo café a la mañana y té por la tarde. A la noche me gusta alguna infusión con boldo.
-No solo de té de boldo vive el hombre. Usted mencionó una copa de vino durante el almuerzo.
-Ah sí, eso siempre. Nunca falta una copa de tinto en las comidas principales. Aparentemente, a mí me hace bien.
-¿Siempre fue tan metódico?
-Siempre. A las ocho de la mañana desayuno. A las doce y media, almuerzo. Cuatro y media tomo el té, aunque, a veces, por la actividad que tengo, debo postergarlo y entonces paso a la cena liviana directamente.
-¿Continúa con la práctica de deportes?
-Ando en bicicleta. La utilizo para hacer los mandados. Como cocino mi comida, me resulta fácil salir a comprar mis alimentos con la bicicleta. Ahora hago menos deportes, pero sigo atento al rugby en el Club Atlético San Isidro.
-Se lo ve en un estado físico inmejorable. Pero, además, con una lucidez envidiable. No siempre cuerpo y mente van de la mano. ¿Cómo se logra eso?
-Para mantener activa la cabeza, juego al bridge. Y trato de estar informado.
-¿Hay algún secreto para conservar la memoria?
-Trato de quedarme con lo importante. Uno no puede meter toda la información dentro. Hay que esclarecer y no irse por los rincones.
-Usted mencionó al pasar que, en ciertas ocasiones, posterga su merienda por la actividad. ¿A qué ocupaciones se refería?
-Colaboro en la Iglesia Metodista Unida de Buenos Aires que queda en Acassuso. Y siempre trabajé para la comunidad británica de San Isidro. Me gusta participar en obras solidarias y apoyar a las instituciones que hacen algo por los niños. Para Navidad, en la Iglesia organizamos siempre una feria con 180 artesanos. Durante 20 años fui el parrillero de ese encuentro. Cocinaba 1000 chorizos y 36 lomos para 4000 personas. Ahora no aguanto el calor y ya no hay lomo, pero, de todos modos, ofrecemos algo bueno.
- Vivir y servir al prójimo como fórmula. La tarea social podría ser uno de los secretos de la longevidad.
-Mire, yo empecé de boy scout y con ese concepto me crié. Siempre busqué trabajar en espacios que me vincularan con la gente. La Asociación Argentina Inglesa en San Isidro estuvo a mi cargo por 10 años, y en la Iglesia trabajé en la parte administrativa.
En familia
La vida y su intensa actividad social a lo largo de todo un siglo merecían celebrarse. Al día siguiente de cumplir su centenario, Ronald organizó un encuentro con más de 300 personas. Un almuerzo en el que se congregaron sus amistades y conocidos del CASI, de la Iglesia, del mundo de la aviación. Y su familia, por supuesto. Viudo desde hace dos años, aprovecha para disfrutar de sus dos hijos y sus 3 nietos cada vez que lo visitan en San Isidro. Son momentos únicos, aunque no demasiado frecuentes, dado que sus descendientes viven en Australia y en la Isla de Malta. “Tuve otro hijo, pero nació muerto porque mi señora tuvo una caída durante el embarazo”, explica en el único momento en el que su vivaz mirada pareciera nublarse.
Estos dos años de viudez, significaron para él un nuevo aprendizaje. Tras toda una vida acompañado, llegó el momento de transcurrir cada día sin la presencia física de esa mujer que conoció en el CASI y con la que construyó su familia a lo largo de 64 años. “Nuestras amigas decían que no íbamos a durar ni un verano. ¡Se equivocaron!”, dice con orgullo y hasta con cierto aire de inocente revancha.
-¿Cómo se conocieron?
-Una amiga mutua nos presentó en un bailongo del club.
-¿Qué le gustaba bailar?
-¡Todo! ¡Me encantaba bailar!
-¿Por qué las amigas les decían que no iban a durar como pareja?
-Posiblemente porque me gusta sonreír a las chicas lindas.
-Lo dijo en presente. ¿Era, es, bravo con las mujeres?
-¡No! Uno cuando ve a una mujer bella se da cuenta que es linda de adentro, y naturalmente quiere conversar.
-¿Se puede ser fiel durante 64 años?
-Yo creo que sí. Además, las costumbres inglesas son bastantes cerradas. Y también debe haber influido mi espíritu de deporte: jugué siempre para el equipo.
-Buena simbología la de jugar para el equipo. Y en este caso la camiseta sería la de la familia.
-Mire, con una buena mujer y buenos hijos, siempre hay algo en desarrollo.
Estar conectado
“Trato de estar conectado con la gente. Miro televisión, busco las noticias de Estados Unidos y de Gran Bretaña. Y, desde ya, me intereso por lo que sucede en todo el mundo”, dice mientras sirve el humeante café especialmente preparado por él y el sol primaveral se cuela desde el río. “Quiero que el mundo mejore, pero en lugar de mejorar estamos hablando de una guerra atómica. No puedo concebir, habiendo yo estado cuatro años en la guerra, que haya gente que realmente acepte la idea. En Europa, somos todos países cristianos y, sin embargo, seguimos matándonos. Y esto no desde ahora, sino desde siempre. Es una verdadera contradicción. En la Primera Guerra Mundial Inglaterra perdió 19.000 vidas en un solo día. ¿Cómo se explica eso? Somos todos cristianos, pero no se nota”, dice con cierto enojo y decepción.
-Más allá de la adhesión a las religiones, ¿será que vivimos alejados de Dios?
-Hay un ínfimo porcentaje que ejerce influencia. Donald Trump no era un candidato viable y sin embargo llegó a la presidencia. Lo mismo con el líder de Corea del Norte. Si no hay diplomacia, hay que declarar la guerra. Estamos como hace 200 años. Y la amenaza ya no es la bomba atómica, sino la bomba de hidrógeno que es aún más potente.
De ascendencia inglesa, se jacta de su nacimiento en Argentina, pero añora una época de esplendor: “Siempre fui orgulloso de mi país. En los años ´30, ésta era una nación con empuje y entusiasmo, que tenía trenes que andaban al pelo. De 49.000 kilómetros de vías ferroviarias, que nos permitían competir con Estados Unidos para alimentar al mundo, ahora hay apenas 8.000. El costo del transporte en camiones es mayor. Y, otra parte, el tren no contamina. Los argentinos pateamos en contra. Mire, le voy a contar un viejo chiste, pero muy cierto: si se encuentran dos americanos, a los 6 meses fundan una compañía; dos franceses comentan donde van a ir a almorzar; dos ingleses hablan de los clubes familiares; y los dos argentinos no nos podemos poner de acuerdo”.
-Una suerte de sino trágico concebido a partir de nuestra idiosincrasia.
-No hay mejor país que la Argentina. ¡Tenemos todo! Todo está acá, y todo está para hacerse. Pero, hay dos millones de chicos de 16 a 21 años que no tienen porvenir porque les falta educación. Una solución posible es la creación de una Conscripción, que no sea militar, donde los chicos vayan a centros educativos, como los que yo fui cuando estudié para piloto en Canadá. La mitad de la jornada sería para estudiar y aprender, y la otra mitad para trabajar recibiendo un salario. Estos centros, además, los alejarían de la droga. Los jubilados y la gente capacitada les pueden enseñar oficios. Los chicos desde la cuna no están siendo llevados por un buen camino. Ese es nuestro gran problema.
-A lo largo de un siglo usted ha visto momentos de florecimiento y otras de retroceso.
-Hubo una época donde había revoluciones cada tanto. Lo que sucede es que el banquete era, es, muy grande. Muchos se creían mejores que el gobierno y lo derrocaban. Se unían para repartirse los cargos. Eso no podía ser. No puede ser. Hoy, hay que hacer algo por la Argentina. Siempre estamos en veremos. El país es naturalmente rico y da para todo. Podemos retomar el rumbo y ser un país de primera que alimente al mundo.
Segunda Guerra Mundial
Se crió en una familia sin apremios económicos, pero con la ausencia de su padre médico, que falleció cuando él tenía solo 8 años. Su madre, enfermera del Hospital Británico, fue quien lo educó junto a la ayuda del resto de su familia, entre ellos un tío que era gerente del ferrocarril que iba al Pacífico. “Es muy importante la figura paterna. Yo, muchas cosas, las aprendí a las patadas”.
-¿Cómo llega al mundo de la aviación y su participación en la guerra?
-A los diez años era socio juvenil del Club Hurlingham. Una tarde, mientras estaba viendo polo, un jinete vino al galope para pedirme un agua tónica. Era el Príncipe Eduardo, que abdicó luego en Inglaterra. Yo me tomé el atrevimiento de agregarle limón a la bebida y se la alcancé. Recuerdo que me dijo: “Estamos de acuerdo, es mejor con limón”. Su secretario me tomó la dirección y al día siguiente me llamaron de la embajada para invitarme a conocer el primer portaviones que hubo en la Argentina. Fue en el año 1926. En el portaviones, yo tenía los ojos más grandes que un plato. Ahí comenzó todo. Recién en el año 1942, cuando mi madre tuvo que quedar internada por su vejez en el Hospital Británico, quedé más disponible y me fui a la embajada para ofrecerme como voluntario. Yo quería ser piloto naval. Tomaron nota de mi pedido y me convocaron. En el Hospital Británico me hicieron los estudios médicos. Los resultados fueron perfectos. Solo era cuestión de esperar un barco para partir a Europa. Mientras, jugaba al rugby en la Primera de Belgrano.
-Finalmente, el barco llegó al puerto de Buenos Aires.
-Me avisaron de la embajada y me fui. El viaje duró más de un mes. Lo gracioso fue que, en Inglaterra, me querían enviar a un Regimiento como Infante. ¡Me negué! La empleada en el puerto me dijo: “Si usted no vuelve en 48 horas, tengo que enviar a la policía para que lo regrese como desertor”. Ante esto, yo le pregunté a la chica si sabía dónde quedaba la Argentina. ¡Cómo me iba a volver al día siguiente, luego de un viaje de más de un mes! Por supuesto, la empleada no sabía dónde quedaba nuestro país. Así que me fui a la oficina de enrolamiento de la aviación naval, que estaba cerca de la plaza de Trafalgar. Me mandaron al sur, a la base naval de Portland. Y ahí hice mi vida, primero como marinero. Una placa decía: “Se es piloto, pero antes marinero”.
A sus 24 años, Ronald fue enviado a Canadá para recibir la instrucción pertinente y convertirse en piloto aeronáutico. “Luego de la escuela de aviación, volví como Teniente Piloto Aviador. Me quedé en Europa hasta que se rindió Japón y regresé a la Argentina a fines de 1946”.
-¿Tenía la intención firme de participar en la guerra o solo buscaba volar?
-Yo quería participar en la guerra. Lo que hizo Hitler en Polonia era lo peor que se podía concebir. Mató gente por matar.
-¿Su iniciativa era, en buena medida, para combatir contra Hitler?
-Mire, yo conocía la historia de Winston Churchill y sabía que era un buen capitán de equipo. Y en mi conciencia, siempre sostuve que hay que tener buen equipo y buen capitán. Si el capitán no es bueno hay que pensar si se saca provecho del equipo o no. Hay que rendir.
-Siempre vuelve a la simbología deportiva.
-Es mi idea de vida. No joder por joder.
-¿Qué le dejó el paso por la guerra?
-Hay un refrán inglés que dice: “Uno va a defender las cenizas de sus padres y los templos de su Dios”. En concreto, si uno hace eso, entonces tiene que aceptar la guerra. Y en la guerra uno ve que hay gente que mata por matar. Lo que ha hecho el partido nazi no tiene nombre.
Ronald luego continuó con su pasión por la aviación ya como piloto de Aeroposta, la empresa que precedió a Aerolíneas Argentinas y que vinculó por primera vez tierra continental con Tierra del Fuego.
El mañana
-¿A los 100 años se piensa en el futuro?
-Sostengo la idea de la Madre Teresa: hay que seguir adelante y hacer el bien. Confucio decía: “El camino más largo es solo una sucesión de pasos, entonces no te pierdas. Tomá un paso a la vez y andá en buena dirección”.
-¿Lo sorprende tener 100 años?
-¡No, porque nunca antes los tuve! Me tocó 100 años ahora.
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