Paz total y cena con luz de luna: cómo es la única hostería que funciona en una playa paradisíaca del sur
Está emplazada a pocos metros de una bajada vertiginosa en una zona balnearia de Río Negro
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PLAYAS DORADAS.– La Posada de la Luna está a pocos metros de una bajada vertiginosa que culmina al pie de Playas Doradas, una zona balnearia en Sierra Grande, Río Negro, que se ganó su nombre por lo que sucede al amanecer. Cuando el sol emerge, los fragmentos de cuarzo y sílice presentes en el lugar hacen que esa inmensa porción de arena tome el color del oro.
Su dueño la empezó a construir en 1988 con sus propias manos y pudo abrir las puertas a los turistas recién en 1994, cuando el lugar era aún más inhóspito que en la actualidad y su gente se encontraba en la quiebra por la parálisis que generó el cierre de una mina de hierro. Hasta hoy, si bien hay otro tipo de alojamientos, es la única hostería que funciona como tal y se mantiene abierta durante buena parte del año, como si fuera el símbolo de un pueblo ventoso que se resiste a quedar en el olvido.
La historia comenzó cuando Jorge Natali, hoy de 74 años, llegó hasta este rincón de monte patagónico en un Fiat 600. Al lado suyo estaba su novia, Olga Eugeni. “‘¿A dónde te llevás a la nena?’, me preguntó el papá de Olga, y la nena todavía es mi esposa, con quién tuve dos hijos y con la que construimos todo esto”, dice Natali.
La década del 70 recién empezaba y ambos viajaron desde Bahía Blanca a Sierra Grande, porque en ese entonces acá se estaba gestando una especie de tierra prometida montada sobre minerales y metales. Las empresas mineras extraían materiales de las entrañas del municipio, mientras en la superficie la bonanza de esas compañías se traducía en sueldos altos y muchos jóvenes, como Natali y Eugeni, llegaban a poblar ese sueño.
“Tenía 23 años”, recuerda Natali mientras recibe a unos huéspedes que acaban de abrir la puerta de la hostería. “Acá había emprendimientos mineros y los pueblos estaban creciendo en términos económicos. Llegamos con mi mujer y le pregunté a un conocido de qué podía trabajar; obviamente me dijo que en la mina de la empresa Hipasam, pero como no quería estar en relación de dependencia vendí el “fitito” y me abrí un local de repuestos de autos”, agrega.
El primer día vendieron 150.000 pesos de entonces en repuestos. Natali sonríe al decir que con su esposa no sabían qué hacer con esa suma de dinero.
“A la gente le iba bien y a nosotros, también, y eso que yo de repuestos no sabía nada. De hecho, muchas veces venía un cliente y le decía que entrara al depósito a ver si encontraba la pieza que buscaba, porque yo no sabía cuál era”, señala Natali.
En 1984 le ofrecieron empezar a vender autos Toyota, y así el sueño de bajarse del “fitito” y prosperar se convirtió en una realidad que lo llevó a querer invertir en el lugar. En ese momento, en la zona de Playas Doradas había solo cinco casas y, antes de venderle un terreno, el municipio le pidió que demostrara que tenía los fondos necesarios para construir una hostería que potenciara el crecimiento del lugar.
Todo estaba bien. Sierra Grande ya tenía 20.000 habitantes y Natali se había quedado con un terreno que caía al mar para hacer el primer alojamiento para turistas. Pero, en 1991, el entonces presidente Carlos Menem bajó la persiana de la minera Hipasam. El corazón económico del lugar, que extraía hierro e irrigaba al pueblo de cierto bienestar, se detuvo por completo. Los jóvenes, y los no tanto, empezaron a migrar y el proyecto turístico de Natali pasó de ser una apuesta arriesgada a un sinsentido. Sin embargo, él siguió adelante con el proyecto.
“El municipio puso psicólogos a disposición de la gente, porque estábamos todos devastados cuando cerró la mina. Los que me debían cuotas por los autos venían llorando porque no me podían pagar, fue una cosa espantosa. Yo empecé, de cabeza dura, con la hostería, mientras vivíamos con el sueldo de mi mujer, que es profesora de letras, y con la venta de algún auto que me había quedado. También les dije a mis hijos que se pusieran a trabajar”, cuenta Natali.
Le pidió a un amigo, que era maestro mayor de obra, que le enseñara a construir paredes; a un carpintero, que le enseñara a hacer muebles, y trabajó ocho horas por día durante seis años. Buena parte de los materiales de construcción se los fiaban y el mobiliario lo confeccionaba con madera de los pallets que le regalaban.
“Hasta que un día finalicé las primeras cinco habitaciones. Me acosté en una cama y me puse a llorar, hasta el día de hoy pienso en eso y me emociono. Lo habíamos logrado con el esfuerzo de toda la familia. El primer cliente fue un vecino de la zona que ya falleció y el segundo, el doctor Pablo Bianchi”, de quien tantos años más tarde aún recuerda el nombre y el apellido.
Luego llegaron algunos visitantes circunstanciales que estaban de paso por esas latitudes. Mientras tanto, el pueblo se vaciaba y las promesas de proyectos que le devolverían la vida a Sierra Grande siempre se frustraban.
“Cuando cerró la mina, se dijo que iban a llegar ucranianos a construir camiones, pero cuando llegaron los pobres ucranianos tenían más hambre que nosotros. Luego, Domingo Cavallo estableció aquí una zona franca, parecía que eso iba a ayudar, pero nunca pasó nada. Después llegó el proyecto de poner una cárcel, pero la gente lo rechazó cuando en realidad una cárcel hubiera generado un movimiento que podría haber beneficiado al pueblo”, relata Natali.
Contrario a lo que sucedía con el municipio, su hostería captó la atención de algunos periodistas que lo ayudaron a que el lugar empezara a hacerse conocido como un secreto bien guardado en un rincón solitario y de belleza salvaje.
“Empezó a venir más gente por algunas notas que me hicieron. Casi siempre teníamos buena parte del lugar ocupado. Hacíamos todo con Olga; por ejemplo, ella cocinaba y yo era el mozo del restaurante. La hostería fue creciendo, ahora tenemos diez habitaciones“, describe Natali.
Durante 2020, la pandemia los remontó a la etapa oscura del cierre de Hipasam. Sin embargo, el rebote también fue brusco. Cree que por los meses de encierro la gente acumuló ganas de viajar y este año tuvieron que decir cerca de unas 200 veces que no tenían más lugar. Esperan que la próxima temporada ya puedan volver a abrir el restaurante, que este verano prefirieron mantener cerrado.
Ahora, la nueva esperanza para el pueblo de Sierra Grande en materia turística es la posibilidad de alojar el que será el parque nacional N° 40 del país, que se llamaría Complejo Islote Lobos. Hoy es un área protegida provincial de casi 20.000 hectáreas y 35 kilómetros de costa atlántica, que alberga desde pumas hasta pingüinos de Magallanes. Para que se concrete la creación del parque nacional, aún falta aprobación del proyecto en la Cámara de Diputados de la Nación.
“Creemos que el parque puede ser de gran ayuda para fomentar el turismo. Ojalá se concrete. Nuestro terreno casualmente queda en el portal del futuro parque, es un lugar privilegiado. Pero Playas Doradas ya es un lugar atractivo, esperamos que llegue cada vez más gente a disfrutarlo. Si el verano que viene reabrimos el restaurante, vamos a volver a la costumbre de apagar las luces las noches de luna llena para que los huéspedes cenen con luz de luna”, concluye Natali.
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