Paternidad tras las rejas: un grupo de presos lucha para poder ejercer su rol
Iván limpió los juguetes que guarda con sus cosas y cocinó pechugas rellenas para recibir a su hija Malena que fue a visitarlo a Devoto. Cuando nació Joaquín, Alejo escuchó a través de uno de los teléfonos públicos del pabellón de Ezeiza el parto de su mujer. Gabriel dejó de ver a Martina para no someterla a la requisa, pero hace poco se reencontraron y ahora quiere recuperar el tiempo perdido. Daniel espera ansioso su cumpleaños, Nicolás le va a presentar por fin a su primer nieto, de 9 meses, y lo deslumbra que su hijo mayor ya sea papá. Emilio va aprendiendo junto a sus compañeros, para cuando le toque, cómo es eso de ser padre. Iván, Alejo, Gabriel, Daniel y Emilio están presos por los crímenes que cometieron. Y son algunos de los que se sumaron, en la cárcel, a talleres para compartir la experiencia de la paternidad. Buscan estar presentes en la crianza a pesar de la distancia, intentan preservar a los chicos para que no sufran las penas por lo que ellos hicieron mal, quieren legarles algo mejor de lo que recibieron en su niñez, cambiar la historia.
El impacto del creciente protagonismo del rol paternal en una sociedad en la que los espacios de género están en redefinición también llega a los entornos carcelarios. Así, empiezan a surgir inquietudes y problemáticas que antes tendían a silenciarse, o directamente a quedar en la indiferencia.
Hace un año, en el penal de Villa Devoto, comenzó a circular un documental llamado "Desinvisibilizar" que realizó la organización NNaPES -una plataforma internacional en defensa de los derechos de niñas, niños y adolescentes con referentes adultos privados de la libertad-. Lo llevó Daniel, un interno que venía de otro complejo donde ya había intentado trabajar con sus pares los desafíos de la paternidad.
Iván tuvo que empezarlo tres veces hasta poder llegar al final. Lo recuerda y transpira, aunque es gélida la "sala de ejecución" donde transcurre la entrevista. Se abre la campera, respira hondo y relata: "Me daban ganas de llorar y tenía que dejar de mirar. Los chicos cuentan en el video el antes, durante y después de venir a vernos. Yo lo viví no quiero que mi hija pase por esto".
En la pantalla, Nicole se lamenta de que en la requisa le cortaron la torta que había llevado para el cumpleaños, la nena dice que ella y su mamá pasan a estar encerradas también cuando van de visita. "Fue fuertísimo para mí. Nicole era como mi Martina", cuenta Gabriel. Su hija tenía cuatro años cuando decidieron, junto con la madre, que la niña no fuera más a la cárcel. Siete años más tarde, Gabriel se animó. "En la película me pude ver y verla a ella. La mamá me la trajo a la universidad", recuerda conmovido.
Causa común
Andrea Casamento se casó con un preso y fundó la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACIFaD), donde trabaja junto a los hombres privados de libertad, y también a sus mujeres. "A veces tenemos que hacer de madres de nuestros maridos porque ellos, detenidos, están imposibilitados de todo. Nosotras también necesitamos que conecten con sus chicos".
En las casas, es laboriosa la misión de darles un lugar. "Hay que lograr que el padre esté presente y tenga autoridad –sostiene Casamento-. Mi marido, por teléfono, le dice a Joaquín que se vaya a bañar, y él obedece. También ha llamado a la escuela, para preguntar a la maestra cómo andaba su hijo".
En la cárcel de Devoto, en 2017, la ACIFaD impulsó la creación de un taller para padres. ¿Qué decirles a los chicos sobre la situación de su papá?, ¿cómo poner límites a la distancia?, ¿qué es normal y qué no lo es a cada edad?, ¿de qué manera construir un buen ejemplo a pesar de todo? El objetivo fue tener un espacio donde brindarles a los presos herramientas para optimizar el lazo con sus hijos, hacer una puesta común de problemas, pedir soluciones, construir canales de comunicación que antes no había. Entre ellos, con las familias, en las escuelas.
"Nos vamos chusmeando cómo hacer las cosas –dice Iván-. Y tengo una profesora de primaria que viene a dar clases acá, le cuento de mi hija y me da unos tips. Nos explican cómo llevar las cosas que son difíciles. Muchos padres, por ejemplo, les dicen a los nenes que esto es una fábrica donde trabajamos o que estamos internados, pero ellos se dan cuenta y les hace daño. Hay que decirles la verdad, ver cómo y cuándo. Nos ayudan a eso".
En el taller, que funcionó todo el año pasado -coordinado por una psicóloga, un profesor de educación física y familiares-, la mayoría de los papás planteó que no sabía jugar o no lograba hacerlo durante la visita. "Ellos creían que para divertir a los chicos se necesitaban chupetines, juguetes, que sea como un cumpleaños. Les enseñamos distintas formas de jugar con recursos simples", cuenta Casamento.
"Jugar con papá" es una iniciativa para hacer más llevadera la visita. Cada tanto, se corren las mesas y se organiza alguna recreación. Los chicos se entretienen junto con otros chicos, las familias se relacionan. "Acá adentro hay muchos ranchos distintos –advierte Emilio-. Hay discordias entre los internos, pero cuando la gente se acerca para hablar de sus chicos, se arma una causa común. Jugamos todos juntos".
Monitoreo de situación
La Procuración Penitenciaria de La Nación –organismo de protección y promoción de los derechos humanos de las personas presas- realizó un estudio para identificar y describir las repercusiones de la cárcel en los vínculos entre las personas privadas de la libertad y sus hijo/as.
Conformaron un equipo interdisciplinario que convocó a la ACiFaD y a la oficina regional para América latina y el Caribe de Church World Service (CWS) para elaborar un monitoreo de situación. "Nos propusimos producir información útil para generar acciones de incidencia y elaborar recomendaciones y protocolos específicos para las diferentes agencias estatales", dice la Dra. Andrea Triolo, subdirectora de la Dirección General de Protección de Derechos Humanos de la procuración. "Relevamos cómo se dan los encuentros para identificar cuál es la problemática de un vínculo esencial que, a pesar del impacto que tiene, aún no fue lo suficientemente abordado ni visibilizado", sostiene. "Hay un derecho de los niños que se vulnera cuando éstos quieren disfrutar de su padre y, por acción u omisión, hay un Estado que pone obstáculos", agrega.
El informe que están elaborando a partir de esta investigación se presentará dentro de tres meses, y cuenta con el apoyo de Unicef Argentina.
Un encuentro difícil
El contacto cotidiano entre padres presos e hijos es telefónico -una vez que los menores aprendieron a hablar-. Tres veces por semana hay visitas, que implican mucho tiempo, cuestan dinero y requieren disponibilidad de un adulto. Además, suelen ser situaciones hostiles para los niños.
En general, cuando visitan a sus papás, los chicos se levantaron a la madrugada, viajaron en varios transportes, hicieron una larga fila, pasaron la requisa. Llegan agotados al encuentro. "A nuestros hijos los revisan profesionales que no saben cómo tratar a las criaturas", protesta Iván y reconoce: "Son medidas de seguridad, se entiende, porque esto es una cárcel, pero ya pedimos que por lo menos se pongan un delantal para requisarlos y no la ropa de guerra. Los asustan". Iván mira de reojo hacia la puerta de la sala donde transcurre la entrevista. Allí, un agente del Servicio Penitenciario Federal, vestido de gris camuflado, hace guardia.
Con los que no son tan pequeños, surgen otras cuestiones. Existe una disposición por la cual un niño, cuando tiene más de doce años, debe ingresar con alguien de su mismo sexo. "Mi hijo varón tiene que entrar un día y con un varón, mi mujer y mi hija vienen con la visita femenina –explica Daniel, papá de dos adolescentes-. Nunca podemos conversar en familia, los cuatro juntos".
Conversar es llegar a un patio donde los chicos estarán algunas horas, sentados, mesa por medio, hablando con adultos. "Malena es de aburrirse rápido –explica Iván sobre su hija mayor, de dos años y medio-. Siempre trato de tenerle algo para sorprenderla. Juegos, libritos, pinturas". La sonrisa de Iván desaparece: "El lugar, desgraciadamente, es horrible. Tiene un piso de piedras, si ahí se te cae un nene se raspa todo. Aparte no está techado". "Cuando llueve, mandan la visita a un pasillo -cuenta Emilio-. Es un espacio de tránsito y los hijos tienen que ver todo lo que pasa por ahí, no es bueno eso. Queremos tener un lugar para recibirlos llueve o truene. También nos gustaría que armen boxes para la requisa infantil, así como tienen los pediatras, con dibujitos en las paredes de sus consultorios ¿viste? Y estamos encarando para ver si podemos tener una plaza y una biblioteca, ya empezamos a juntar libritos. Tenemos un diamante en bruto, pero todavía nos falta pulirlo", se ilusiona. Sin embargo, todo parece indicar que no es buen momento para hacer inversiones edilicias cuando ya se confirmó que el complejo penitenciario de Devoto será demolido y se hará el traslado a Marcos Paz.
Día de fiesta
Las celebraciones son momentos especiales. Por estos días, como en Navidad o en Pascuas, muchos tienen algo para festejar y el penal cambia su rutina. Cuando llega el día del padre, en los pabellones "andan todos apurados", quieren que el lugar esté mejor que siempre, cocinan mesas dulces para sus hijos, preparan juegos, esperan un regalo. "El día del padre es una fecha donde los que tenemos hijos estamos a flor de piel", dice Daniel.
Los presos cuentan que a algunos los hace flaquear, porque no ven a sus hijos o porque no están haciendo por ellos lo que querrían, entonces es una oportunidad. "No todos van a cambiar, pero con que ayudemos con uno o dos es mucho. Por sus chicos. Ya hice algo mal antes ahora es momento de hacer algo bien", dice Emilio.
Iván, por su parte, se siente agradecido: "Es un día en el que pensás que está bueno ser padre, te emociona sentir eso. Mis hijas me cambiaron la vida. Ellas nacieron cuando yo ya estaba adentro. Soy un reincidente y ahora no quiero que me vuelvan a separar nunca más. Me dan fuerzas para no volver a caer cuando salga. Quiero que vivan algo diferente a lo que me tocó a mí, quiero ser un buen padre".
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