Paternidad: qué dice el diario íntimo de un padre primerizo
Esta semana, con #lapaternidad como hashtag, entrevistamos a Mauricio Koch, autor de Cuadernos de crianza, diario de un padre y una niña de cuento (editorial Paidós), donde afloran las emociones masculinas entre mamaderas y pañales
"7 de abril. Día 26. Hoy, a las 8.15, ocurrió algo trascendente: Gretel dibujó su primera sonrisa completa, amplia, de esas que no dejan dudas. ¿Y adivinen para quién fue?"
Minuto a minuto. Día a día. Mauricio Koch no deja de sorprenderse, y emocionarse, con cada pequeño gesto, con cada llanto, con cada experiencia nueva que vive desde que Gretel nació y lo convirtió en padre. Apunta todo en papeles sueltos, en anotadores, "cualquier lugar y momento libre entre mamaderas, pañales y juguetes". Los apuntes, primero, fueron alojados en un blog y, luego, a modo de diario personal, los textos se transformaron en un libro. La vida de su pequeña, hasta los tres años está reflejada en esas páginas. Aunque el mundo íntimo de Koch, en este caso, se vuelve universal: las dudas, los cambios, las reflexiones y los pequeños triunfos cotidianos que implica para un hombre la llegada del primer hijo.
–¿Por qué guardar un cuaderno de crianza de tu hija?
–No fue algo premeditado. El día que salimos de la maternidad y llegamos a casa con Gretel, escribí el primer texto. Un apunte breve que hablaba de esa sensación tan poderosa de tener a nuestra hija en casa. La acostamos en el catre, se quedó dormida y nosotros nos sentamos en la cama, a su lado, a mirarla en silencio. No nos dijimos nada, pero creo que tanto Kari [su mujer] como yo pensamos lo mismo: que eso que estábamos viendo, si no lo era se parecía mucho a un milagro, y que era una responsabilidad de la que no teníamos idea aún. Una mezcla de felicidad y miedo muy grande. Después seguí escribiendo y me entusiasmé con la idea. Hacía poco había terminado un libro de cuentos y estaba trabajando en el primer borrador de una novela, y sabía que en esos primeros meses me iba a costar mucho escribir. Además, yo quería entregarme de lleno a la paternidad, así que decidí dejar la novela de lado por un tiempo y llevar un diario del primer año de crianza de Gretel, que después se extendió hasta los tres.
–El epígrafe del libro cita una frase del Paul Auster: "El niño olvidará todo lo que le ha ocurrido hasta ahora". ¿Creés que es así?
–Poco antes de que naciera Gretel había leído La invención de la soledad, y mientras escribía las primeras entradas del diario recordé esa frase (que luego usé como epígrafe del libro) que dice que el niño va a olvidar todo lo que vivió durante los tres primeros años de su vida: los libros que el padre le leyó, las comidas que le preparó, las lágrimas que le secó… Si bien la frase es muy eficaz, y es cierto que olvidamos prácticamente todo de esos primeros años, creo que Paul Auster exagera: hay una memoria profunda que va más allá del mero recuerdo de anécdotas o caras o paisajes, y que nos define. En esa memoria profunda confío y espero que ahí vayan a parar los libros que leímos (y seguimos leyendo) juntos por las noches, nuestras primeras caminatas, las frutas que hemos compartido, sus risas al verme bailar sin sentido del ritmo y las veces que le limpié la nariz y le curé las rodillas peladas. Además, esto que yo puse por escrito en la mayoría de los casos se da por transmisión oral: muchos de los recuerdos que tenemos de nuestros primeros años nos llegan a través de los relatos de nuestros abuelos, tíos, vecinos, que nos cuentan cómo éramos y qué hacíamos. Y lo que recordamos luego y que damos por cierto son esas historias.
–Olvidamos los datos duros y sólo guardamos una memoria emocional y generalista de esta etapa, que de todas formas será la clave de nuestro psiquismo. ¿Por qué será?
–La "amnesia infantil", como se la conoce, fue un misterio durante mucho tiempo. Los últimos descubrimientos científicos hablan de la neurogénesis, que es la formación de neuronas nuevas en el hipocampo, una región del cerebro conocida por su importancia para el aprendizaje y los recuerdos que alcanza sus picos antes y después del nacimiento, y que disminuye durante la niñez y la adultez. La formación de nuevas células cerebrales aumenta nuestra capacidad para aprender, pero también limpia la mente de viejos recuerdos. Parece ser que esa actividad neurológica es la causa de la pérdida de memoria de los primeros años.
–¿Qué te decían tus amigos mientras escribías estas notas?
–Lo disfrutaban. Algunos se sorprendían al verme tan involucrado con el rol de padre, pero en general se divertían y se emocionaban con las historias. En los que ya son padres provocaba mucha identificación, y en los que aún no lo son pero lo están pensando, curiosidad. Tanto en las redes sociales donde compartíamos los textos, como en el blog, los comentarios siempre eran muy tiernos y la gente nos dejaba sus propias historias. Las que más comentan en las redes son las mujeres, los hombres prefieren el comentario cara a cara. A veces, en los pasillos del trabajo me saludan y de pasada me dicen "muy buenos los cuadernos de crianza, cómo me divierto".
–¿Qué te hubieras perdido de no haber llevado un registro tan exhaustivo de los días de Gretel?
–Ahora que ya está el libro, lo hojeo y releo y pienso que hay muchas cosas ahí que ya hubiéramos olvidado. Y otras que con los años olvidaríamos también. Hay detalles minúsculos, pequeñeces que ella hacía y yo observaba y tomaba nota. Nuestras torpezas, tantas. La decisión de escribir me hacía estar siempre atento, con los sentidos puestos y una libretita a mano. Anotaba frases sueltas en cualquier lado, en papelitos, en una pizarra que tenemos al lado de la heladera, a veces una palabra clave para desarrollar un texto después. La suma de esas anotaciones disparatadas y siempre llevadas hacia el humor con el tiempo fue ganando sentido. Abro al azar y leo que cuando empezó a gatear una de sus obsesiones era precisamente llegar a los libros. Cuando alcanzaba uno, lo mordía y lo babeaba. Su primera víctima fue una antología de César Vallejo. Ya lo había olvidado, qué bueno que lo escribí.
–Gripe, frío, encierro... ¿por momentos la paternidad se vuelve el Día de la Marmota?
–Sobre todo los primeros meses, se parece bastante. El bebé no distingue aún entre el día y la noche y uno se ve repitiendo a horas insólitas situaciones calcadas: tarareo de canciones inútiles para que se duerma (y no se duerme), comunicándose con su pareja mediante señas o en susurros, con la cintura arruinada y en ese estado de sueñera que después de la tercera semana ya considera la vida misma y no sospecha que hay otra cosa, tal vez mejor. Y el despertador suena y hay que levantarse otra vez y volver a empezar. El ritmo del bebé es incompatible con nuestro ritmo de vida, y como la prioridad no puede ser otra que el bebé hay que olvidarse de los apuros y las agendas cargadas porque la demanda física es alta y si uno no está al 100 por 100, la pasa mal. Lo bueno es que pasa rápido. Y se sobrevive.
–En una de las últimas notas del cuaderno contás que ya no podés recordar ni imaginar la vida sin tu hija. ¿Así de transformadora es la paternidad?
–No podría generalizar, pero en mi caso fue así. Yo hacía mucho que quería ser padre, era un sueño que siempre se postergaba y cuando al fin llegó, estaba dispuesto a dejarme transformar. Quería ser transformado. Igual, en el libro digo que uno nunca está preparado para el cambio que significa un hijo. No se parece en nada a lo que imaginamos, a lo que nos cuentan, lo que vemos en otros. La diferencia es que los protagonistas somos nosotros. Ese bebé es nuestra responsabilidad, las decisiones corren por nuestra cuenta. Y es tan honda la ternura que despierta, que cuando tomamos conciencia ya somos otros y no podemos pensarnos sin ese pequeño amo del universo dando vueltas por la casa.
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