La expectativa creció durante horas y ahora la gente empieza a desconcentrarse, mientras la selección regresa a Ezeiza
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Ante la confirmación de que la selección inicia el regreso al predio de la AFA en Ezeiza, decepcionados los cientos de fanáticos reunidos en la autopista Lugones a la altura del estadio de River Plate desde temprano en la mañana empiezan a desconcentrarse. Algunos van por la avenida Udaondo y otros enfilan por la vía rápida en sentido al centro. Solo se mantiene un núcleo duro de hinchas arriba y abajo del puente Ángel Labruna.
Son las 16.30 y una columna todavía resiste. Bloquea los carriles de la autopista. Matías, de 27 años, y Nicolás, de 28, vinieron desde San Martín. Uno carga un bombo y otro, un redoblante. “Está muy mal organizado esto. ¿Cómo puede ser que no van a pasar?”, se queja Matías. “Se ve que dos locos se tiraron de un puente y evacuaron a los jugadores en helicóptero. Vamos a seguir acá, por lo menos un tiempo más, y después vamos a seguir a la gente a donde vaya”, suma Nicolás, y le presta el bombo a un niño, que se lo pide; lo golpea con fuerza para descargar la frustración.
Horas antes, todo era expectativa y nervios en ese rincón porteño. “¿Pasa o no pasa la selección?”, preguntaban, ansiosos, los hinchas. Los trenes del ferrocarril Belgrano Norte transitaban repletos con vecinos de Del Viso, Los Polvorines y Gran Bourg. La Lugones estaba reducida a un solo carril y la gente se movía para hacer lugar a los camiones. A los conductores no parecía fastidiarles el piquete de fanáticos: tocaban la bocina y saludaban para unirse a la fiesta albiceleste.
Las rejas del puente de Udaondo contenían la avalancha, mientras el rojo característico de los trenes del Belgrano Norte se esfumaba en la marea celeste y blanca de los hinchas que copaban los vagones y asomaban colgados de las ventanillas. Pasado el mediodía, en la estación Ciudad Universitaria, uno de los puntos de concentración, alguien había gritado “Los jugadores ya salieron de Ezeiza, ¡vamos!” y los carriles de la Lugones colapsaron de hinchas. Primero, dejaron uno libre, pero después se ocupó toda la traza. Así, luego, cuando pasaban ambulancias y camiones, la muchedumbre se abría como las aguas del Mar Rojo para que pudieran transitar.
Nicolás, de 32 años, y Joanna, de 33, fueron desde Los Polvorines con sus tres hijos. La más pequeña dormía tirada en una manta sobre el pasto al costado de la autopista. “Se cansó de tanto alentar en el tren, salimos tempranísimo –dijo la madre–. Los trenes venían cargados a tope, no entraba nadie casi. Se vivió como una fiesta. Nunca vimos a la selección en vivo, no es posible explicar la ilusión que tenemos como familia de ver a Messi y a los muchachos, una adrenalina total”.
El control vial desapareció por un día. Había gente arriba de la carga de los camiones, grupos de hinchas saltando en camiones acoplados en movimiento. Otros se colgaban de los vehículos que llegaban con la cabina descubierta y se tiraban a los pocos metros. Un hincha trastabilló, cayó de cara al asfalto y una moto le pasó a centímetros de la cabeza. Bajo el puente, se desplegaba una murga con argentinos de todas partes del país.
Pasaban las horas y la expectativa crecía, a la par de los nervios. “¿Van a pasar por acá? ¿Qué dicen los medios? ¡Tienen que venir!”, reclamaba un niño pequeño, y lloraba. “Sí, mi amor, quedate tranquilo que van a pasar. Tenemos que esperar”, lo consoló la madre.
Los amigos Camila, de 24 años, y Leandro, de 26, esperaban con Iago, el hijo de él. Son de San Miguel. Tomaban fernet en un porrón lleno de hielo al lado del auto estacionado, y utilizaban la Lugones como pista de baile mientras escuchan a todo volumen la música de Lucas Sugo. Adentro dormía Iago. “Salimos a las 4. No dormí en toda la noche... ¿Decís que van a pasar por acá? La única vez que vi a la selección fue en esta cancha –dijo Leandro, y señaló el estadio Monumental–. Fue contra Ecuador, que perdimos 2 a 1, así que aprendí que no tenía que ver más partidos en vivo por cábala”. Para Camila, sería la primera vez cara a cara con el equipo nacional.
Alejandro, un electricista de 61 años, viajó más de 1000 kilómetros desde Mutquin, un pequeño pueblo de Catamarca. “Me tomé vacaciones para poder estar acá, lo más cerca de la selección”, explicó. Sostuvo con orgullo una bandera argentina con el nombre de su pueblo, que se dedica a la cosecha de nueces. “Vi a la selección solo una vez, contra Venezuela, en La Bombonera, que ganamos”, recordó.
Su voz era casi inaudible en medio de la murga, que entonaba todo el cancionero mundialista con bombos y redoblantes: ”Muchachos”, “El que no salta es un inglés” y “Dale, campeón” sonaban en un leit motiv eterno. Arriba en el puente, dos hinchas intentaban colgar una bandera y no desistían de la tarea ni siquiera después de cortarse los dedos con el alambre oxidado de las rejas.
Un camión transportaba personas a tope, que descendían como hormigas por el costado del vehículo. Algunos sostenían en sus manos imágenes del nuevo patrono al que le rezan, “San Dibu”, el arquero de la selección con vestimenta de santo y la leyenda en el cartel “Mirá que te como”.
El clima se encendió cuando cuatro aviones de la Fuerza Aérea surcaron el cielo a toda velocidad, como halcones, en dirección al sur. “¡Ya llegan! Seguro que sí”, se entusiasmaron. Y la batucada se transformó un festival.
Mauricio González, de 30 años y procedente del barrio Dos Avenidas de Quilmes, describió: “Es una emoción total estar acá. Salimos del barrio ayer durante el día y dormimos en un hotel en el centro. Nunca vi un partido en vivo. Me ilusiona mucho estar acá, lloré durante toda la final y, de la misma manera que sabía que íbamos a ser campeones, sé que voy a ver a Messi y al resto de la selección que nos regaló esta fiesta que se vice acá. ¡Mirá lo que es!”.
En medio de un aquelarre vial, la espera se prolongaba. Hasta la sorpresiva noticia de que el micro de la selección ya no podía avanzar y los jugadores volvían en helicóptero a Ezeiza. Son cerca de las 17 y el clima es de negación. “Van a venir, hay que alentar”, grita uno, y la hinchada canta con más euforia, como aquellos partidos en los que un equipo va perdiendo y los fanáticos alientan más allá de la adversidad. “Hasta el final no nos vamos”, suma otro. Pero el partido terminó.
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