Paraje La Paloma: Transformaron una escuela abandonada en un destino de turismo rural
"Podemos decir que rescatamos del olvido una escuela y un paraje", confiesa con alegría Cristián Kurtz, de 39 años, que junto a su familia y un grupo de exalumnos y exhabitantes lograron que el Ministerio de Educación de la provincia les cediera una escuela que había cerrado por falta de matrícula en el deshabitado paraje La Paloma, en el mapa de la soledad del partido de Coronel Pringles. "Estamos defendiendo este pedazo de tierra y su historia, para que no mueran", afirma.
En las dos hectáreas del predio en donde estaba la escuela, levantaron un museo, una huerta orgánica, una chacra y una vivienda familiar. Toda esa estructura es el epicentro de algo mayor: con acciones educativas, culturales, sociales y gastronómicas pueden vivir de manera autosustentable y han convertido este espacio es un destino de turismo rural, comprometido con la naturaleza y la soberanía alimentaria.
En La Paloma viven cuatro familias, pero parecen más, el movimiento es intenso. "No tenemos ningún plan ni IFE, acá es levantarse y trabajar", dice Kurtz. Y agrega: "Nadie nos regala nada".
El comienzo de esta epopeya nació por un paseo familiar en 2011. Él y su esposa, Carina Lagleyze, de 44 años, vivían en Coronel Pringles en ese entonces "Queríamos sacar fotos, pasear por la zona rural, buscar lugares abandonados", recuerda. No tuvieron que hacer mucha distancia: a apenas nueve kilómetros del centro de la ciudad cabecera (donde las miradas se le llevan el palacio municipal hecho por el arquitecto de culto Francisco Salamone) hallaron un caserío destruido.
"Nos dio mucha pena hallar la escuela abandonada, tapada de yuyos", señala Kurtz. Frente a ella, había una vieja esquina de campo, un señorial almacén de ramos generales de 1890, también derruido. La suegra de Cristián, los acompañaba. El paraje La Paloma se mostraba en estado terminal. "Mi suegra había ido a la escuela, nos contaba que iban muchos chicos", sostiene Kurtz.
Todo lo que veían cerrado, agonizante, sucio y vandalizado tuvo vida, orden y esperanza, 60 años atrás. Dejaron sus máquinas de fotos, y caminaron entre los pastizales altos. La escuela, los vidrios rotos, ese desamparo, les dio una señal.
Se miraron con su esposa. "Nos dimos cuenta que queríamos recuperar todo aquello, y nos animamos", confirma Carina. Se propusieron hacerlo, pero el desafío involucraba un cambio mayor: dejar la vida en Coronel Pringles para cambiar y defenderla desde las bases: en la propia escuela. "Estos proyectos necesitan de toda tu fuerza", reafirma Kurtz. Colectas, reciclaje de material y mucha imaginación: con estas herramientas comenzaron a reflotar el edificio donde estaba la escuela.
"Llamamos a exalumnos, exdocentes y exvecinos del paraje, y le propusimos la idea", afirma Kurtz. El proyecto gustó, comenzaron manos a la obra. Devolverle la vida a ese lugar, lograr lo imposible. El predio tiene dos hectáreas. En jornadas de limpieza y puesta en valor trabajaron de sol a sol. "Corté el pasto con guadaña, cuando terminaba de un lado, ya me crecía del otro", agrega. El camino hasta lograr que la burocracia estatal entendiera el espíritu de la idea demandó casi cuatro años. "Nunca nos dimos por vencidos", sostiene Kurtz. Cumplieron todos los pasos. En el ínterin nacieron Berenice y Candelaria, sus hijas.
El plan se fue modificando hasta terminar con toda la familia viviendo de una manera autosustentable en la exescuela. Primero lograron, junto con el grupo de que se formó, reabrirla para restaurarla por dentro. "Escuela rural que cierra, ya no abre", señala Cristián. El sueño de volver a ver guardapolvos blancos se esfumó.
Ciudad cabecera
El Paraje La Paloma tiene mucha historia. Allí se iba a levantar la ciudad cabecera, estuvo el primer juzgado de paz y estaba la posta y almacén. El camino real que cruza el paraje unía Azul con Carmen de Patagones, en un viaje hoy interminable y antaño casi de infinita realización. "Pensamos en hacer un museo, pero nos trataron de locos", recuerda Cristián. "En el medio del campo, ¿de qué vas a vivir?", le preguntaron no sin cierta lógica en el Consejo Escolar. "Del turismo y de nuestro producción", les respondió.
La determinación, se dieron cuenta, ya no tenía vuelta atrás. Le informaron los pasos por seguir. "Tuvimos que hacer una ONG", cuenta Cristián, y luego de eso, pedir autorización del Ministerio de Educación de la provincia, para que les cedieran la escuela para vivir allí, hacer huerta, traer unos animales, levantar el museo y abrir todo esto a la comunidad para demostrar que es posible darle una nueva oportunidad a un edificio que tenía destino de tapera. "Esperamos tres años y medio la respuesta, y llegó", recuerda. Corría el 2015 cuando tuvieron el deseado permiso.
Durante este tiempo, la esposa con sus hijas quedaron en Coronel Pringles y él asentó las bases del sueño, viviendo en la exescuela. Con la posesión, la familia volvió a unirse. "Todos trabajamos, nuestras hijas van a la escuela a Pringles, pero también la educamos en el trabajo, ellas nos ayudan", asegura Kurtz. Las tareas son innumerables. El museo (abierto en 2017) concentró la historia del paraje, y comenzó a atraer a curiosos.
"En las dos hectáreas tenemos huerta, una granja didáctica, criadero de ponedoras (venden pollos parrilleros y huevos), animales de corral: patos, gansos, gallinas. Hay un criadero de cerdos: hacemos morcilla blanca y negra, bondiola, jamón, chorizos, salamines, queso de cerdo", resume. "En el fondo hay un pequeño parque con árboles frutales: pera, manzana, higo, damasco, durazno, frutilla: hacemos dulces y mermeladas", agrega Cristián.
"Hicimos un pequeño tambo, ordeñamos para hacer nuestra manteca, dulce de leche, queso, crema y es el alimento familiar", enfatiza. Amasan pan. "No necesitamos nada, todo lo que producimos, nos abastece y el sobrante, lo vendemos", resume el plan que es aún más ambicioso. A los visitantes, además de guiarlos en el museo, les muestra cómo se hace cada uno de estos productos. "Conocés la historia del lugar, pero también aprendés a producir tu propio alimento", cuenta Cristián.
La vieja escuela de esta manera volvió a ser, de alguna manera, un punto de encuentro educativo. "La autogestión es total, estamos abiertos y queremos compartir todo lo que logramos", comenta con orgullo.
Entrar al museo es hacerlo a una máquina del tiempo. La vida rural del siglo XIX y comienzos del XX se exhiben. Usos y costumbres de aquellos años. Ropa, revistas, artefactos hogareños. Herramientas y elementos del quehacer diario.
"Terminamos la visita con una gran picada en el antiguo salón de actos", sostiene Kurtz. En el espacio recreó una vieja pulpería con elementos rescatados del viejo almacén del paraje. Tres veces al año, para las fechas patrias, realizan eventos para recaudar fondos y seguir adelante con el museo. "Vienen más de 200 personas", recuerda la edición del 2019. En cuarentena, debió cerrar pero ya sueñan con las primeras visitas en las próximas semanas cuando comience la temporada de verano y los primeros viajes recreativos.
La producción la vende en Coronel Pringles, toma pedidos por WhatsApp y los reparte una vez por semana, pero las fronteras se extienden. "Enviamos nuestro dulce de leche a la Patagonia", cuenta con alegría. De estos logros, participa toda la familia. Son cuatro, pero parecen más.
¿Se podría hacer lo mismo con tantas escuelas abandonadas tierra adentro de la provincia de Buenos Aires? "Lo más importante es tener un proyecto, y llevarlo a cabo, siguiendo todos los pasos legales", aconseja Cristián. "No hay mucho secreto: es trabajar todos los días", señala.
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