Para que el próximo diciembre tarde más en llegar
Llegó diciembre. Momento en que decimos y escuchamos con frecuencia la siguiente frase, “qué rápido pasa el tiempo”. Quizás recordemos esta frase desde lo más lejano de nuestra memoria. Sin embargo, pareciera ser que cada día el tiempo pasa más velozmente. Eso no es cierto, el tiempo pasa siempre a la misma velocidad, los que pasamos más rápidamente somos nosotros y más específicamente nuestras vivencias y percepciones. Si tratamos de explicar el porqué de este fenómeno en el cual vivimos una vida “acelerada”, podríamos acudir a varias explicaciones. Pero aquí y ahora, me voy a referir a una en especial. Y esta tiene que ver con el ritmo acelerado de vida contemporánea condicionado por una comunicación de característica “intensa y continua” determinada en gran medida por la tecnología. Mensajes de texto, WhatsApp, Skype, mails, redes sociales y otros medios de comunicación generan un flujo de información ininterrumpido que obligan, en consecuencia, a que nuestras funciones mentales sean asimismo continuas. Es así que tanto los procesos cognitivos como aquellos de orden emocional se suceden unos a otros y a una velocidad cada vez mayor.
Alegóricamente podríamos decir que nuestro ritmo de vida es como un río correntoso que nunca cesa en su acción. Una hora sucede a la siguiente como un día sucede a la siguiente, como un mes al siguiente, un año al posterior y así se pasa la vida. Digamos, unos 30 o 40 años atrás, cuando llegaba fin de año en el colegio secundario nos despedíamos de aquellos compañeros que en la mayoría de los casos no volvíamos a ver si no hasta el siguiente mes de marzo. El momento del reencuentro era de gran alegría y la vivencia tal cual como si no nos hubiésemos visto por muchísimo tiempo. Esto no sucede hoy en día, las redes sociales, la telefonía y los distintos medios de comunicación generan un “continuo” sin espacios vacíos. El ritmo de vida y la comunicación actual no permiten aquellos espacios de “nada”, que hacían a través del ocio que viviéramos una vida más reposada y, si se quiere, placentera. Claro está que por entonces los acontecimientos vitales estaban separados unos de otros y en consecuencia no se percibía esa sensación de continuidad que observamos en el presente.
El estrés es un síndrome que aparece cuando las cargas superan nuestra capacidad de resistencia. La consecuencia es en primera instancia la pérdida de la condición de bienestar. Estrés y felicidad no se llevan bien. A medida que el estrés aumenta aparecerán signos y síntomas y si la situación no se controla con el tiempo se condicionarán la aparición de enfermedades o de complicación de las ya existentes. Se ha determinado que el ritmo acelerado de la vida moderna es un claro condicionante de estrés. El propio ritmo de vida acelerado impide una adecuada adaptación tanto mental como física a las cargas cotidianas. Impide nuestra adaptación. Resulta evidente que nuestra capacidad psicofísica de adaptación, que es el resultado de la evolución de nuestra especie durante millones de años, se ha encontrado con una sobre exigencia descomunal en apenas una sola generación. Todo ha cambiado en muy pocos años. Nuestros tiempos no son los mismos de nuestros abuelos. En consecuencia, el estrés no nos permite disfrutar ni valorar con plenitud la vivencia del momento presente. De esta manera nos encontramos en un constante movimiento hacia delante en forma vertiginosa que impide la existencia de esos espacios “vacíos” o digamos de otro modo sin espacios de “nada” que nos permitan disfrutar de tiempos personales.
Llama la atención también que esta situación que antes se encontraba solamente reservada para los adultos es ahora cada vez más frecuente en jóvenes y adolescentes. Nunca antes un adolescente o un joven hubiera dicho: el año se pasó volando. La velocidad vertiginosa de la vida actual no permite que nadie escape a ella. Y siguiendo con este razonamiento, del mismo modo que nos resulta increíble ver la velocidad con la cual llega diciembre, nos pasará con el paso de las décadas.
¿Cuál sería entonces la recomendación médica?
El tiempo pasa cada vez más rápido porque simplemente casi nunca estamos quietos. Bueno, voy a acudir a una receta popular. Simplemente debemos “bajar un cambio” y de tanto en tanto” detenernos”. Así podremos disfrutar del momento presente y de una condición de relajación tanto mental como física que nos dé la oportunidad de percibir la intensidad de las vivencias.
Por sorprendente que parezca, la experiencia me ha demostrado que si creamos espacios personales que nos alejan del ritmo vertiginoso de la vida moderna, espacios de tranquilidad o “lagunas” dentro de ese río correntoso que la sociedad actual nos impone, si lo logramos, entonces el próximo diciembre tardará más en llegar y disfrutaremos más de la vida.
De cada uno depende el alcanzar este objetivo.
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