En un barrio, a 20 kilómetros de la ciudad balnearia, cerca de Santa Clara del Mar, se encuentra esta zona de restaurantes que tienen propuestas que van desde productos de cocina artesanal a menús cinco estrellas
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MAR DEL PLATA.- A 20 kilómetros de esta ciudad, a media hora por autopista, con rumbo al norte y siempre con vista al mar, asoma y crece un universo de sabores y experiencias que, poco a poco y de boca en boca, acerca a una nueva clientela decidida a conocer, probar y descubrir este fresco y pujante polo gastronómico que florece dentro de la Reserva Barrio Forestal Atlántida.
La ruta 11 y el camino que en este extremo sur la une directo con la Autovía 2 coinciden en este barrio de pocos habitantes estables, donde cada vez hay más casas de veraneo y donde aumenta una oferta que va desde la cocina artesanal hasta aquella elaborada por menús de cinco estrellas. No solo para los residentes permanentes, que cada vez son más desde aquellos primeros días finales de la pandemia, sino también del turismo de escapadas durante todo el año y de los marplatenses, en su mayoría, que llega casi en un chasquido de dedos.
La semilla la sembró Silvye Chedeville, que amasaba tapas de alfajores en una casita sencilla para el disfrute de su familia. Y donde, en 2003, se decidió no solo a variar sus rellenos y coberturas, sino también a ponerlos a la venta entre sus muy pocos vecinos de aquellos tiempos, en su mayoría visitantes de fin de semana de este rincón del partido de Mar Chiquita.
“Fue sin propaganda, y hoy todavía hay gente que nos conoció hace tanto tiempo y sigue viniendo solo para comprar nuestros productos artesanales”, cuenta la creadora y dueña de las recetas de sus alfajores Armandine D’Ozouville.
Dos décadas después convive a pocas cuadras con Carlos “Chipi” Barrera, santaclarense que pasó por las cocinas del Sheraton Mar del Plata, creció en experiencias europeas y ahora reparte su año entre sus locales en Tarragona y la esquina de Atlántida donde acaba de abrir su restaurante Albúfera.
“Es volver a casa y salir al ruedo con una propuesta distinta que resumo como cocina y territorio, con todo producto local, fuegos y sobre todo pesca del día”, cuenta a LA NACION.
Circuito
Entre estos extremos de la historia aparecieron otros brotes que prosperaron y hoy consolidan un producto distintivo en un circuito sur de la costa atlántica que se puso más competitivo que nunca entre ollas, hornos, sartenes y parrillas.
Chedeville mantiene la estructura familiar de su negocio, que debió mudar y ampliar porque la cocina de la casa donde vive le empezaba a quedar chica para la elaboración. Sumó en ese rol a sus hijos, Ángeles y Gregorio, y a sus nietas Azul y Zoe, que la acompañan en el mismo punto de venta de siempre, en la calle Puerto Rico.
Había sido responsable de repostería del reconocido Barra Mansa, en Santa Clara del Mar, antes de lanzarse a esta aventura personal con productos artesanales a los que sumó licores, mermeladas, chutney y 36 variedades de alfajores caseros, con rellenos que pueden ir desde un mousse de chocolate blanco hasta una combinación de damasco con lavanda.
A pocas cuadras aparece Queimada, que nació en 2006 y acaba de ampliar sus instalaciones, donde sirve desayunos, meriendas y cenas. La hora del almuerzo es allí de descanso. “Es un negocio y lugar familiar de Edgardo, Gabriela y su hija, Sofi”, detalla Ana Rodríguez, encargada de este pintoresco espacio, dominado por frases estampadas sobre sillas y mesas, fotografías de época sobre las paredes y muchos recuerdos.
Las pastas son el fuerte original de este restaurante y casa de té que comenzó con dos o tres platos y hoy tiene una amplia variedad, a la que también sumaron productos artesanales. “Todo casero”, insiste.
Las sarteneadas son un clásico, con distintas carnes o vegetales. Decenas de opciones hay a la hora del té, lo mismo que las tortas y la pastelería, que se elaboran allí mismo. “El boca a boca trajo mucha gente”, repite y cita a grupos de motociclistas, ciclistas y otros que hacen recorridas por la zona y encontraron en el Atlántida un punto de encuentro y disfrute antes del regreso a casa.
Es quien además ratifica el crecimiento de la población fija que se percibe en estos últimos años. El último censo destacó al partido de Mar Chiquita como uno de los de mayor crecimiento demográfico.
Crecimiento
Hace siete años se subieron a esta ola Matías y Clara Ares. Los hermanos y bisnietos de Antonio Oresanz, fundador de Santa Clara del Mar, habían probado por dos años con una primera experiencia en Camet Norte, más tipo cervecería, y se animaron a más en Atlántida, donde abrieron Ilda.
“Sylvie fue la pionera y vimos acá una oportunidad que se dio con cada vez más gente, en especial después de la pandemia”, marca Matías, al frente de la cocina y lector de esta realidad positiva de los últimos tres años.
Así creció lo que definen como una propuesta de platos “simple, pintoresca y delicada, atendida por sus dueños y familiar”, señalan y reconocen que no solo dependen de lo regional, sino que tienen en su carta fija un abadejo con vegetales grillados, trucha a la manteca o una bondiola agridulce. “Es para venir a comer rico”, tientan y destacan el contexto geográfico como “el pulmón de Santa Clara del Mar”.
Frente a nuevos protagonistas, Matías y Clara coinciden en que la competencia, lejos de preocupar, enriquece. “Cuanto más se arma, más boliches hay y más gente nos viene a visitar”, afirman.
Mientras a la par aparecían otras alternativas de carnes como la parrilla Goyeneche o de empanadas como La tradicional, a fines del año pasado llegó un salto de calidad de la mano de un hijo de estas tierras.
Barrera se crio por acá y junto a su padre eran muy conocidos por su labor solidaria con un comedor en el que cocinaban, daban de comer a los chicos y además les enseñaban a tocar instrumentos musicales.
Encontró el lugar ideal en una esquina donde tiene un salón coqueto y un parque donde los fuegos marcan su presencia con la caída del sol, a metros de la quinta de la que cultiva verduras y hortalizas que acompañarán algún lenguado o corvina, lo que hayan logrado vecinos que salen a pescar aquí nomás, con kayaks o gomones.
“Para mí es volver a las raíces, comprarle a productores de acá nomás y que me traen lo mejor que tienen de sus cultivos”, dice a LA NACION.
Mientras pone un lenguado a las brasas, con bastante aceite de oliva y ajos confitados, saborizados con pimiento de la vera, advierte que en esa carta que varía día a día se sumarán un cordero o un pollo de granja, siempre con el concepto de “kilómetro cero” y sabores tan naturales como se pueda.
“Pescados, brasas y verduras de estación es lo que hay en Albúfera y todo lo que te da la naturaleza en el momento”, explica y confirma que entre platos fijos siempre se encontrarán una paella o un “arroz meloso”, buena herencia de sus escalas periódicas en Cambrills, España, donde tiene sus chiringos.
Más allá de Atlántida
El circuito gastronómico no se acaba en Atlántida y reclama tener en cuenta a Santa Clara del Mar. Allí donde hace casi 40 años Barra Mansa, Escarabajo, El Morro y El Viejo Contrabandista marcaron época con restaurantes, discotecas y la primera cerveza artesanal de la región.
Ahora hay una perla gastronómica frente al mar que abraza una vivienda fundacional. Fue desde 1951 el domicilio de Antonio Oresanz, el fundador, y hoy conviven bajo ese techo la casa museo con un muy delicado restaurante que lleva el nombre de Balcón de los Santos.
“Tenemos una carta con destacados de pastas y cocina italiana y cortes de carne estilo americano”, resume de una propuesta de estilo gourmet, ambientada con delicadeza, mesas en compartimientos exclusivos, tenue iluminación y en cada ambiente hay decoración con artesanías que el propietario original trajo de sus viajes, en especial de otros países latinoamericanos.
Atribuye el despegue de la gastronomía de la zona en estos últimos años de nuevos arraigos y efecto de redes, en especial sobre marplatenses que representan el 80% de la actual clientela. “El detalle es que muchos no toman alcohol, porque el regreso es por ruta”, comenta Marcelo Dambrosio, propietario del establecimiento.
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