Viven en Mar del Plata y para poder costear sus carreras universitarias, ofrecen pañuelos en una esquina de la ciudad; un ejemplo de lucha y superación
Aquel mediodía en el que Axel Emanuel Coronel ingresó intempestivamente a su habitación en el hostel marplatense donde vivía, no imaginó que con el portazo de ingreso por poco dejaría aplastado a Enzo Tomás Videla, el nuevo huésped recién arribado que se encontraba desempacando sus pertenencias. Más allá de lo anecdótico, lo que ninguno de los dos podía dimensionar en ese instante era que, con el correr de las horas, y al contarse sus historias, ambos comprobarían que tenían mucho en común. Un pasado de carencias con asombrosas similitudes que ellos convirtieron, afinidad mediante, en un presente con un trabajo compartido: cada día, durante las horas de mayor tránsito vehicular, venden pañuelos descartables en la esquina de Av. Colón y San Juan, a varias cuadras del Casino, la peatonal San Martín y las postales más reconocibles de la ciudad turística y balnearia.
El trabajo callejero les permite obtener el dinero para alimentarse, pagar el alquiler de la casa donde viven actualmente y costearse los estudios en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Axel tiene 24 años, es de San Miguel del Monte y cursa el segundo año de Psicología. Tomás, de 22, nació en Trenque Lauquen, se crío en La Pampa, y rinde materias del segundo año de Arquitectura. Ambos, transitan el tiempo académico con muy buenas calificaciones.
“Nos manejamos bien con los gastos, todo se divide. Nuestro único ingreso es la venta de pañuelos en la calle”, explica Axel a metros de la esquina donde encuentra a los clientes. Tomás, además, cuenta con una beca de estudios de tan solo $1800: “Es una ayuda, pero no me alcanza ni para cubrir mi parte del alquiler que es de $2500, más los gastos de impuestos”, confiesa el futuro arquitecto.
El camino no fue sencillo ni lo es. Buscaron mil y una opciones para sobrevivir en una ciudad que, a pesar de sus recursos turísticos, la actividad pesquera o la industria textil, sigue manteniendo el mayor índice de desocupación del país. “Trabajé en un call center, en una carnicería, pinté paredes. ¡Hice de todo! Pero la precarización laboral hace que te exijan muchas horas de trabajo y por poco dinero”, dice Axel. Esa dinámica hace inviable la posibilidad de estudio. Por eso el trabajo free lance fue una solución para ellos.
“Si tenés problemas económicos, la mente piensa en eso y no te permite estar ciento por ciento concentrado en el estudio. Nos ha pasado. No teníamos plata y nos acostábamos a dormir para no pensar. La angustia te come la cabeza”, rememora Tomás con un dejo de tristeza. “Un estudiante tiene que comer bien para estar en buenas condiciones físicas y emocionales”, explica Axel casi exponiendo una verdad de Perogrullo, pero que no siempre se cumple.
"Padecimos depresiones y no hemos tenido para comer en varias oportunidades. Hubo meses en los que no pudimos pagar el alquiler a tiempo y la dueña nos tuvo que aguantar. Este año es muy difícil para nosotros, por eso decidimos encarar la vida de esta manera. No nos podíamos quedar de brazos cruzados, no nos íbamos a volver a nuestras ciudades. Algo teníamos que hacer. Un día nos sentamos a pensar qué. Y al ver en la calle que había gente que vendía, elegimos vender”.
La iniciativa surgió de Axel quien, al realizar encuestas para un colegio, se cruzaba con los vendedores callejeros. Puntualmente con un señor que ofrecía pañuelos de papel y le enseñó el oficio con todos sus secretos. Luego consiguió un mayorista que le dejaba la mercadería a valores accesibles y se lanzó a conquistar el asfalto “con precios iguales a los del supermercado o más baratos”.
Tomás, el más callado de los dos, de repente rompe con una confesión: “varias veces le tuvimos que pedir fiado al almacenero, pero sino hacíamos eso, no comíamos. Eso nos sacó la timidez. Decirle a alguien que, por favor, te dé para comer porque no tenés plata, te quita la vergüenza”.
Sin estudios de marketing, pero con mucha intuición, se paran cada mañana y cada tarde en la esquina con un letrero en el que cuentan qué estudian. El mecanismo fue un suceso. “El cartel te da una impronta. En una noche hicimos los carteles y nos largamos. Fue impresionante la repercusión. Si no te diferenciás, pasás a ser parte del paisaje, quedás naturalizado, dice Axel con orgullo indisimulable. “Tratamos de estar a la mañana y a la tarde, en las horas pico de mayor tránsito”, explica Tomás.
Los vecinos de Av. Colón y San Juan ya los conocen. Y no son pocos los automovilistas que pasan intencionalmente por esa esquina con la única finalidad de comprarles los pack cerrados que contienen seis paquetes de pañuelos y que ofrecen a $25. Cada día venden una o dos cajas, dependiendo de las condiciones climáticas. Cada caja contiene 35 packs.
Un pasado coincidente
A Axel y Tomás los unen varias experiencias de vida. Ambos provienen de familias muy humildes y carecieron de una presencia paterna como guía en su niñez y juventud. “Conocí a mi padre de grande. Yo propicié el encuentro. Fue una desilusión muy grande. Esperaba otra respuesta, otro trato. Por desinterés o por inmadurez, no quiso generar el vínculo. Nunca se dio, porque no hubo intenciones de su parte”, dice Axel.
Algo muy parecido explica Tomás: “Yo también lo conocí a los 18 años, a la misma en la que Axel conoció a su papá. Es increíble que nuestras historias sean tan parecidas. A mi viejo lo contacté vía una persona amiga de él que tenía un perfil en Facebook. Me llevé una gran desilusión. Nos vimos solo durante un mes y medio. Fue lindo, yo había creado una cierta expectativa, pero un día no me respondió más los mensajes y no lo volví a ver. Quizás quería volver con mi vieja. El tipo no tenía intención de generar ese lazo conmigo”.
Sus madres, en cambio, siempre los apoyaron y hasta propiciaron las mudanzas a Mar del Plata para que ellos pudiesen cumplir con sus sueños y obtener sus títulos universitarios. Axel y Tomás serán los primeros graduados de sus familias. ¡Otra coincidencia!
Previo al ingreso a la Universidad Nacional de Mar del Plata, Axel había estudiado 4 años de Teología, carrera de la que egresó en la Unión Evangélica Argentina. Y Tomás aprendió el oficio de maestro mayor de obras, con el que se ganó la vida en su ciudad desde muy chico.
Cuando la pensión en la que vivían se tornó impagable, decidieron buscar otro lugar para vivir. Así fue como apareció la casa que actualmente comparten. Su dueña, toda una samaritana, los espera cuando no llegan a tiempo con la renta mensual y hasta les comparte sus comidas.
“Mi mamá me apoyó siempre. Me dijo: ´lo tenés que hacer, andá porque las cosas se acomodan solas. Armá tu bolso y andate´. Yo tenía dudas porque no tenía plata y se iba a hacer complicado, y ella no me podía ayudar”, dice Tomás. Axel cuenta que su madre es profesora de biología y que siempre llevó una vida independiente: “A los 18 años me fui a vivir solo. Hubo épocas en las que tuve que vender mis pocos muebles para poder comer”.
Ambos son fanáticos de Boca Juniors. Axel tiene a su novia en San Miguel del Monte y Tomás hace algún tiempo que se separó de su chica. La distancia y los celos hicieron lo suyo. Aprovechan el poco tiempo libre que les deja el estudio y el trabajo para reunirse con amigos, ver películas y comer picadas con cerveza artesanal.
El futuro
“Las ganas de progresar y crecer son más fuertes que cualquier desgracia”, dicen a dúo.
“Me apasiona la arquitectura, siento que es lo mío. Estudio con muchas ganas”, afirma Tomás. Axel anticipa un sueño común que vincularía la psicología con la arquitectura: “Entendemos a nuestras carreras enlazadas a futuro porque consideramos al hombre como un ser psicobiológico social que se mueve dentro de un sistema, de una estructura pensada. Y en eso la psicología y la arquitectura se dan la mano. Tenemos muchos proyectos y expectativas para hacer cosas entre los dos. Yo aprendo de arquitectura y el de piscología. Miramos documentales y cuidamos mucho ese espacio intelectual”.
El vínculo entre ambas carreras está bien fundamentado. “La piscología estudia al hombre y la arquitectura le da una respuesta. Entonces creemos que podemos hacer algo juntos muy interesante”, se entusiasma Tomás.
“Queremos ser grandes profesionales, ayudar a nuestras familias, cumplir con esas expectativas. No defraudar a los que pusieron muchos sueños y confianza en nosotros. En lo personal, deseo ser una persona respetable, pero siempre respetar primero. Me gustaría formar una familia, viajar. Esos son mis sueños”, se emociona Axel. Tomás coincide y suma un desafío mayúsculo: “Me gustaría cambiar el mundo a través de la arquitectura”.
El café en la estación de servicio llega a su fin. Es el momento de tomar las cajas con pañuelos, colgarse el letrero y rumbear por la Av. Colón en busca de los clientes. Esos que se acercan y se solidarizan con la historia de estos dos jóvenes universitarios que dan cátedra de esfuerzo y superación.
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