“Panorama crítico”. Cómo es tener menos de cuatro años en la Argentina y cuáles son los riesgos para el futuro
Un informe del Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad de la Universidad Austral destaca importantes déficits en la primera infancia y la necesidad de invertir en políticas que reviertan la situación
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Tener cuatro años o menos de cuatro en la Argentina no es sencillo. Significa, en términos estadísticos, que tenés mayores chances que el resto de la población de ser pobre. De crecer en condiciones habitacionales precarias y con pocas posibilidades de tener una cama propia o una habitación con espacio suficiente para todos los que duermen allí, menos chances de vivir en una casa con agua corriente, con un inodoro donde se presiona el botón después de ir al baño. También es probable que nunca hayan visitado un oculista y que hace rato no vayan al pediatra. Además, es muy factible que estén entre ese porcentaje de chicos de su edad que todavía no van al colegio. O entre el 40% de los chicos que no tiene libros en su hogar.
“La niñez argentina enfrenta un panorama crítico”, señala un informe del Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad de la Universidad Austral elaborado sobre la base de estadísticas del Indec, de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), de Unicef y del Sistema de Información, Evaluación y Monitoreo de Programas Sociales (Siempro). El informe revela que más del 60% de los niños menores de cuatro años crecen en condiciones habitacionales precarias, con escaso acceso a educación y salud. La investigación advierte sobre la urgente necesidad de políticas públicas que garanticen el desarrollo integral en los primeros años de vida, un factor clave para el futuro del país.
Se trata de un análisis multidimensional, liderado por la investigadora María Sol González, becaria doctoral del Conicet, con sede en el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral. El informe apunta a los desafíos críticos que enfrenta la niñez en áreas fundamentales como la educación, la salud y el hábitat. Hay que recordar que el actual gobierno nacional promocionó durante la campaña presidencial su intención de impulsar el plan de los 1000 días, como política de promoción de la primera infancia. En los últimos días, también Unicef y el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina realizaron advertencias sobre la situación de la infancia.
“El desarrollo y bienestar infantil en los primeros años es crucial. Abarca múltiples áreas interconectadas que sientan las bases para el éxito futuro, desde el desarrollo cerebral, físico, cognitivo, lenguaje y comunicación, y habilidades socioemocionales. El cerebro humano alcanza el 80% del tamaño adulto en los primeros tres años de vida y el 90% en los primeros cinco años”, apunta González. “Es importante destacar que el ambiente en el que crece un niño, incluyendo su hogar y comunidad, juega un papel crucial en su desarrollo integral. En este sentido, las experiencias en estos primeros años influyen significativamente en la salud, educación y éxito profesional en la edad adulta. De esta forma, invertir en el desarrollo integral durante la primera infancia no solo beneficia al niño, sino que también contribuye a una sociedad más próspera”, detalla.
Y cita a James Heckman, premio Nobel de Economía en 2000. “Ha generado evidencia robusta sobre la importancia de que, invertir en los primeros años en los programas destinados a niños desfavorecidos desde el nacimiento hasta los cinco años, puede generar retornos de hasta un 13% anual. Esto significa que, por cada peso invertido en estos programas, la sociedad podría obtener un beneficio equivalente a $1.13 cada año”, asegura. “Este retorno se traduce en mejoras en términos de salud integral, mejores tasas de graduación formal y mayor nivel educativo superior, mejores posibilidades de inserción laboral en el futuro, menores índices de consumo de sustancias, de abuso y violencia”, detalla González.
La Ley Nacional de Educación garantiza el acceso universal a la educación inicial para todos los niños y niñas desde los 45 días hasta los cinco años de edad. “Sin embargo, más de un tercio de los niños entre tres y cuatro años nunca asistió a un establecimiento educativo formal, exponiendo una grave brecha en la preparación para etapas educativas posteriores. Esta situación afecta especialmente a los sectores más vulnerables, donde el acceso a la educación de calidad sigue siendo un privilegio y no un derecho”, apunta el informe. Los datos que aporta el documento dicen que el 34,8% de niños entre 3 y 4 años nunca asistió a un establecimientos educativo formal. Este porcentaje se reduce a 21,3% entre niños entre 3 y 5 años.
Salud: un sistema colapsado
El acceso a servicios de salud es otro de los grandes desafíos. Según el informe, la mitad de los niños de entre 0 y 4 años en la Argentina (53,7%) depende exclusivamente del sector público para su atención médica, careciendo de obra social o cobertura privada. Este dato se agrava con el hecho de que casi 7 de cada 10 niños no realizaron controles oftalmológicos, y la mitad no recibió atención odontológica en el último año. “Estas cifras reflejan un sistema de salud insuficiente para atender las necesidades básicas de la primera infancia”, dice González.
El informe detalla que más de la mitad de los niños de esta edad carece de obra social, mutual o prepaga. Esto subraya la importancia crítica de la oferta pública de salud orientada a la primera infancia”, dice el documento. “Por otra parte, se observa que entre los 0 y 4 años casi 1 de cada 10 (7,5%) no asistió a una consulta médica (control del niño sano). Casi 7 de cada 10 niños entre 0 y 4 años (68,5%) no realizó control oftalmológico. Uno de cada dos niños entre 3 y 4 años no asistió a control odontológico (54,2%). El principal motivo por el que los padres no llevaron a sus hijos a control de niño sano es que no lo consideraron necesario (64,1%), seguido de falta de tiempo (10,5%) y a que pidió turno pero aún no lo atendieron (9,7%). Estos datos revelan desafíos significativos en el acceso y utilización de servicios de salud preventiva para la primera infancia en la Argentina, particularmente en áreas como salud visual y dental. Además, sugieren la necesidad de mejorar los canales de información y comunicación a las familias”, apunta González.
La propia casa, un entorno adverso
Las condiciones de vivienda en las que crecen los niños en la Argentina son preocupantes. Casi tres de cada 10 niños viven en hogares con materiales precarios en techos o pisos, y dos de cada 10 lo hacen en condiciones de hacinamiento. El informe destaca que más del 60% de los niños no tienen acceso a alguno de los servicios básicos como agua, gas o desagües cloacales, lo que compromete su salud y desarrollo integral.
“El hábitat cumple un papel fundamental en el desarrollo integral de la primera infancia, por cuanto un entorno adecuado proporciona las condiciones necesarias para el óptimo desarrollo físico, cerebral, socioemocional, lingüístico y cognitivo del niño. De allí la preocupación que generan los espacios en los que la primera infancia de la Argentina se desarrolla, donde el 27,2% de los chicos habita en viviendas cuyo material del piso y/o del techo es precario, el 20,2% vive en condiciones de hacinamiento y esta situación es crítica en el 9,9% de los casos. Además, casi 2 de cada 10 niños (18,6%) viven en hogares con privaciones en el acceso al agua, 1 de cada 2 vive en hogares sin acceso a red de gas (50,4%) y 4 de cada 10 en hogares sin desagües cloacales (40,1%). El 14% de los chicos menores de cuatro años vive en hogares sin inodoro o con letrina o con inodoro sin descarga. Y 6 de cada 10, en hogares que no acceden a alguno de los siguientes servicios: agua, gas y/o desagües cloacales.
“El porcentaje de niños de 0 a 4 años afectados es significativamente mayor que el de la población general. Esto sugiere que los niños pequeños son más propensos a vivir en condiciones habitacionales precarias o de hacinamiento”, señala González.
Poca estimulación
“La estimulación temprana en menores de cuatro años es fundamental para su desarrollo integral, abarcando aspectos cognitivos, motores, sociales y emocionales. Durante estos primeros años, el cerebro infantil es increíblemente plástico, formando conexiones neuronales a un ritmo acelerado en respuesta a los estímulos del entorno, donde el juego y los libros se convierten en oportunidades cruciales de aprendizaje y crecimiento. Al respecto, se observa que el acceso a materiales de estimulación y juego en niños de 0 a 4 años en la Argentina urbana presenta un panorama variado”, apunta González. Mientras que solo 6 de cada 10 niños entre 0 y 4 años (63,1%) tienen al menos un libro en el espacio del hogar. No obstante, casi 4 de cada 10 (36,9%) carece de libros apropiados para su edad. Del total de niños que no tienen libros infantiles en el hogar, en casi 6 de cada 10 niños (58,7%), la madre no ha terminado el secundario. Siete de cada 10 niños (71,9%) menores de cuatro años juegan con algún juguete casero y 8 de cada 10 (81,5%) con algún objeto encontrado en el hogar. Nueve de cada 10 (93,5%) con juguetes comprados.
“Estos datos revelan que, mientras la mayoría de los niños tiene acceso a diversos tipos de juguetes, existe una brecha significativa en cuanto al acceso a libros infantiles. Además, se observa una combinación de recursos de juego, desde juguetes comerciales hasta objetos cotidianos adaptados para el juego, lo que sugiere creatividad en la estimulación infantil. La variedad en los tipos de juguetes utilizados refleja la adaptabilidad de las familias para proporcionar estímulos, aunque la disparidad en el acceso a libros infantiles plantea desafíos importantes para el desarrollo cognitivo y lingüístico equitativo. Esta situación subraya la necesidad de políticas y programas que promuevan el acceso universal a recursos educativos tempranos, especialmente libros, para asegurar que todos los niños tengan las mismas oportunidades de desarrollo durante estos años críticos”, apunta González.
El informe apunta que “durante los primeros años, los niños y niñas desarrollan su comprensión del mundo y las normas sociales, por lo que requieren un enfoque paciente y consistente. Por este motivo, las formas de disciplinar deben enfocarse en guiar y enseñar, más que en castigar”. Las formas de disciplinar se evalúan mediante cuatro indicadores: métodos no violentos, agresiones verbales, castigo físico y castigo físico severo. Los datos revelan un panorama mixto: Casi 8 de cada 10 niños (79,1%) entre 1 y 4 años experimenta disciplina no violenta. Cuatro de cada 10 (43,2%) recibieron alguna vez agresiones verbales. Tres de cada 10 (34,4%), castigos físicos. Casi 1 de cada 10 (7,4%) sufrió castigo físico severo. Las estadísticas muestran que, incluso con posterioridad, el castigo físico se sostiene independientemente del rango etario. “Estas estadísticas subrayan que, si bien la mayoría de los niños recibe formas positivas de disciplina, una proporción significativa aún experimenta métodos potencialmente dañinos. La coexistencia de prácticas disciplinarias positivas y negativas refleja la complejidad del desafío que enfrentan las familias y la sociedad en general”, apunta González. Y advierte que la prevalencia de métodos disciplinarios no violentos es alentadora, indicando una creciente conciencia sobre la importancia de enfoques positivos en la crianza.
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