Pancho, un caballo maltratado que hoy tiene una segunda oportunidad
Lo hacían trabajar día y noche, sin descanso; fue rescatado, rehabilitado y conoció el amor humano gracias a su nueva familia
El teléfono sonó cerca de la medianoche. Florencia sabía que un llamado a esa hora era un mal signo. Un hombre de Adrogué la contactaba para decirle que a las cinco de la tarde un caballo se había desplomado en la puerta de su casa y no sabía a quién acudir.
Hacía poco que Florencia, una estudiante de veterinaria y amante de los caballos, había fundado el Centro de Rescate y Rehabilitación Equino (CRRE), una asociación civil que se sostiene con donaciones. Antes, había trabajado en una ONG dando servicio gratuito de medicina. Conocía de cerca la explotación y el maltrato animal, por lo que entendía bien lo que significaba el llamado de aquella noche. “Cada vez que suena el teléfono se viven momentos de mucha angustia, porque hay que darle instrucciones a distancia al denunciante para que auxilie al caballo mientras nosotros nos acercamos, sino no resiste”, cuenta.
La fundadora de CRRE se comunicó con cuatro voluntarios que enseguida se movilizaron. Cuando llegaron al lugar se encontraron con el peor panorama: el caballo -a quien llamaron Pancho- estaba desnutrido, deshidratado y sufriendo de hipotermia. “La primera sensación al verlo fue de absoluta tristeza. Pancho era apenas unos huesitos cubiertos de piel, el hambre lo carcomía. Realmente pensamos que no iba a sobrevivir”, relata Matías, uno de los colaboradores.
Lo de Pancho no era vida. Se lo utilizaba como vehículo de alquiler y era rentado por distintos carreros tanto de día como de noche, sin descanso. Para su dueño, el caballo era una máquina: “Tenía claros signos de sometimiento, golpes y había sido privado de agua, comida y caricias… no recibía siquiera una mirada de compasión”, se apena Florencia.
A diferencia de otros animales que se expresan cuando sienten dolor, los caballos lo resisten y simplemente caen cuando ya no dan más, caen para morir. A pasos de donde Pancho yacía rendido, los voluntarios encontraron un trofeo de hockey ensangrentado, el mismo que su dueño le había puesto como freno en la boca. “Fue un momento desolador y de impotencia porque no podíamos entender cómo alguien había dejado a un animal en ese estado”, dice Matías.
El traslado fue el mayor inconveniente. Florencia no conseguía ningún transporte que quisiera ir al lugar a altas horas de la noche. Tuvo además que enfrentarse al dueño del caballo quien, al enterarse del rescate, se acercó para insultarla y reclamar su “pertenencia”. “Por suerte vino un grupo de personas a ayudar y un policía de civil. Así que nos aprestamos a resistir al lado de Pancho, le vendamos las heridas y le dimos comida. Esto duró hasta las ocho de la mañana, cuando finalmente llegó un batán para trasladarlo a nuestro centro”, recuerda.
Otra oportunidad
La recuperación de Pancho fue lenta. Tardó cuarenta días en volver a levantarse por sus propios medios. “Pasábamos las noches dándole suero para hidratarlo porque se negaba a tomar agua”, explica Natalia, otra de las voluntarias. Llevó casi un año recuperarlo a nivel físico.
El cambio de un caballo salvado es radical. Recupera 400 ó 500 kilos, corre, juega, se relaciona con otros caballos y genera un vínculo con las personas que los rescatan. “Se puede sentir el cariño que te da en cada relincho, en cada gesto”, dice Florencia. Pero el caso de Pancho fue difícil: pese al amor del equipo que lo atendía, aún mostraba temor al contacto humano.
Hasta que un día llegó Cristina. A ella le encantaban los caballos y visitaba el campo como una aficionada más. La primera vez que se vieron con Pacho la conexión fue especial. “Él no solía dejarse tocar, pero con Cristina fue distinto: se acercó despacito y al cabo de unos minutos se dejó abrazar y mimar ¡Fue muy emocionante verlos!”, cuenta Florencia. Cristina siguió visitando el centro durante un tiempo hasta finalmente se animó y pidió la adopción de Pancho. Pasó el riguroso proceso de selección que tiene el CRRE y por fin pudo darle un nuevo hogar. “Es el último eslabón de una cadena de amor y compromiso que nos alienta a seguir. Hoy Pancho vive feliz, lejos del maltrato y recibiendo el cariño que siempre mereció”, finaliza.
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