Panaderías solidarias: con diferentes métodos, donan comida a los necesitados
La escena se repite de lunes a lunes, aunque llueva de manera torrencial, como este miércoles de julio: en la esquina de Cabildo y Juramento, una de las más tradicionales de Buenos Aires, cada noche, a las ocho de la noche, entre quince y veinte personas esperan en fila. Esperan en fila porque uno de los empleados de la panadería Antigua Belgrano saca, cada noche, de lunes a lunes, una bolsa con pan y facturas para ellos. Esperan en fila y cada uno lleva un costal vacío porque saben que en ese negocio siempre hay comida para ellos.
"Hacemos un recorrido: mi marido va a pedir a algunos lugares, yo vengo para acá porque sé que siempre nos dan algo. No tenemos otra posibilidad: tengo cinco hijos, no me queda otra, está todo muy difícil", dice Patricia, de 57 años, envuelta en una campera azul. En la fila se conocen todos.
Se saludan con un beso, se cuentan cómo estuvo el día, hacen algún comentario político, comparten datos de dónde pueden ir a buscar algo más para comer. Patricia es una de las que más conversa. Sonríe cuando ve llegar a Luis, su pareja, con dos empanadas: "¡Uf, qué rico huelen!", dice. Entonces se abre la puerta del local, y la bolsa madre aparece: vestido con un delantal blanco típico de maestro panadero, uno de los empleados sale con una bolsa enorme de madera repleta de pan. La recibe un chico de gorra azul. Él es el encargado de repartir. La organización es tácita, calma, silenciosa: todos saben que el chico de gorra azul es, esta noche, el responsable de la distribución. Y lo hace salomónicamente: cada una de las quince personas se va con tres pedazos de pan.
Antigua Belgrano no es el único comercio que colabora con personas en situación de calle. "Lo hacemos hace muchos años. Primero sacamos la basura, la gente nos da una mano para llevar las bolsas de residuos hasta el container, y después les llevamos una bolsa con el sobrante del día, que es una especie de retribución", cuenta Gustavo Cons, de 69 años, dueño de la panadería y con más de 40 años en el rubro. Según relata, hace tres décadas asiste a personas en situaciones carenciadas. "Me gustaría no tener que hacerlo, pero la situación del país me obliga a ayudar de alguna manera", cuenta. Cons no regala comida durante el día, sino que la acumula y la entrega al horario de cierre. Cuando alguien entra a pedir, sus empleados les repiten la misma frase: "Volvé a las ocho y media de la noche que ahí sacamos todo".
También en La Plata
En La Plata, en cambio, una panadería llamada A Trigo Limpio encontró otra metodología. Ubicados en la calle 19 entre 35 y 36, colocaron un canasto adentro del local que dice "Llévese lo que necesite". Lo que está adentro varía: puede haber pan, o facturas, o sánguches, o incluso alguna porción de tarta donada por algún clientes. "Lo pusimos hace tres años. Veíamos que había mucha gente a la que le daba vergüenza acercarse al mostrador a pedir. Entonces lo dejamos ahí, y el que precisa algo para comer sabe que lo puede agarrar", explica Romina Lencina, de 21 años, empleada del comercio.
El canasto fue un éxito en La Plata. Apareció en los diarios locales, en los canales de televisión. Empezó a llegar gente de otros barrios. Sin embargo, a pesar de que el número de necesitados que buscan comida aumenta día a día, el canasto siempre ofrece algo: "Lo cargamos dos veces al día. Nos ocupamos de que siempre esté lleno", explica Romina. En la capital bonaerense existen muchos negocios solidarios: restaurantes que sirven comida gratis un día a la semana, cafeterías que regalan el café. En Comodoro Rivadavia una panadería imitó la receta de la panadería platense: puso en la puerta del local un canasto que dice "si lo necesitás, llévalo… es gratis". El circuito solidario, poco a poco, crece.
También hay negocios que colaboran en silencio, que eligen el anonimato, que agradecen y escapan al pedido de una entrevista. En Buenos Aires, a pocas cuadras de Antigua Belgrano, hay una panadería que a las nueve y media de la noche se desprende de la comida del día. Los vecinos cuentan que la fila de personas es larga, que las caras se repiten, que el suceso lleva casi cincuenta años ininterrumpidos: que el dueño, fallecido hace un año, iba separando comida durante el día para regalarla, que no esperaba a las sobras; que como sus orígenes eran humildes sabía lo que era estar ahí, en el frío, con el hambre. Hoy en día sus conservan la tradición viva.
"Ojalá todos tengan el mismo razonamiento. Yo trato de inculcar esta cultura, veo panaderías que tiran el pan y me da mucha tristeza", afirma Eduardo Zabalegui, de 71 años, y secretario de la Cámara de Confiterías. Hace más de cincuenta años que es dueño de la confitería Gran Córdoba, en Córdoba y Aráoz, donde siempre repartieron alimentos. Pero ya no lo hace en el horario del cierre porque, con el tiempo, la puerta del local se convirtió en un punto álgido: había gente que se peleaba, vecinos que se quejaban por los disturbios, y el buen gesto había mutado en un problema. Entonces implementó una nueva forma de continuar con las donaciones: "Ahora trabajamos con tres entidades solidarias a las que le preparamos bandejas con comida: envolvemos todo como si fuera el pedido de un cliente. Ellos vienen en camionetas y se llevan todo. Una viene los martes, se llama El Merendungue y es un comedor que alimenta a cerca de cien chicos en situación de calle. Los viernes pasan de la Consolación, cuyos comedores atienden a 300 personas. También colaboramos con Cáritas. Vienen siempre. Todas las semanas. Ellos se ocupan de manejar los alimentos", repasa.
Por las suyas, en silencio, vinculados con instituciones solidarias: lentamente, cada vez más comercios ayudan al que no tiene, al que duerme en la calle, al que no le alcanza.