En la calle Esmeralda, frente a la plaza San Martín, se erige una especie de Arco de Triunfo porteño. No es necesario abrir las monumentales puertas de hierro para concluir que quien habitó ese palacio en sus primeros años aspiraba a emular la arquitectura que por ese tiempo engalanaba la capital francesa. La historia se remonta a principios del siglo XX, cuando los Anchorena le dieron vida a esos pasillos. Luego, entre 1909 y 1929, cuando la crisis económica mundial perjudicó a la familia, se vieron obligados a venderla al Estado argentino. Con el tiempo, el edificio se convirtió en la sede protocolar del Ministerio de Relaciones Exteriores y pasó a llamarse Palacio San Martín.
Mercedes Castellanos, viuda de Nicolás Anchorena, le encomendó la construcción de su fastuosa vivienda al noruego Alejandro Christophersen, un reconocido arquitecto y exponente del eclecticismo de principios del siglo XX, que se impuso a nivel internacional desde Francia, donde se adquirieron los planos para su posterior reforma en Buenos Aires.
"Christophersen toma el lenguaje de la arquitectura clásica, que viene de Grecia y Roma. Él tenía la postura de reivindicar esta tradición, pero también de tener la libertad de componer arquitectónicamente", explica Eva Farji, una de las encargadas de las visitas guiadas que se pueden hacer en el Palacio.
"Corresponde a un momento de una gran transformación urbanística y social de la ciudad de Buenos Aires. Desde finales del siglo 19, las familias aristocráticas argentinas de la ciudad se trasladaron por la epidemia de fiebre amarilla desde el sur hacia los barrios del norte", agrega Farji. A su vez, toda la ciudad se preparaba para los festejos del centenario de la Revolución de Mayo y se erigieron muchos monumentos que hoy son históricos. En ese contexto, Castellanos de Anchorena solicitó que se acelerara la construcción con vistas a alojar a la Infanta Isabel de Bourbon, aunque luego no ocurrió. "Participó de las celebraciones, pero no se hospedó allí", aclara Farji.
Tres familias, tres casas, un Palacio
La sensación de unidad que se percibe en la fachada del expalacio Anchorena, hoy San Martín, se rompe al atravesar las puertas e ingresar al patio oval, un espacio a cielo abierto que oficia de "hall de entrada" principal y que invita a alzar la vista para recorrer cada centímetro con la mirada. "Notás que son tres residencias distintas cuando se interrumpe el ritmo que marcan las columnas clásicas de estilo Dórico y por las imponentes cúpulas que las dividen", dice Farji, especialista en historia del arte y de la arquitectura.
En aquella planta baja se encontraban las salas de máquinas y en las mansardas se alojaba el personal de servicio, separados por género. Cada empleado tenía una chaqueta distintiva con un color que identificaba en qué casa trabajaban. Para circular, además, había puertas "invisibles" -hoy en desuso- que se mimetizaban con las paredes de los salones con el objetivo de generar una doble circulación y no entorpecer el paso con tanta cantidad de empleados e integrantes de la familia. En el primer piso se ubicaban los salones de recepción y en el segundo piso las habitaciones privadas, que hoy funcionan como salas de reuniones y conferencias de la Cancillería.
La idea inicial de Mercedes era instalarse allí con Aaron, Emilio y Enrique, los únicos tres de sus 11 hijos que continuaban con vida en ese entonces. La distribución de las casas y sus conexiones internas dan cuenta de la necesidad de mantener la privacidad de cada familia. Por este motivo, cada una de las casas posee su propia personalidad y entrada independiente, aunque se encuentran unidas por una galería ritmada por columnas dóricas que se halla en el primer piso y a la cual se accede a través de unas majestuosas escaleras con barandas de hierro, realizadas por la familia Zamboni. El trabajo fino de herrería artística que se halla en casi todos los ambientes del palacio fue manufacturado por este taller nacional fundado por inmigrantes italianos que trajeron el oficio a la Argentina.
Neobarroco y Art Noveau, los estilos predominantes
Al interior de la casa uno, donde vivió Mercedes con su hijo Aaron, se genera un contraste pronunciado de estilos con el exterior, que es mucho más clásico y ascético. "El interior de la casa es neobarroco, la referencia histórica tiene que ver con la idea de la aristocracia argentina de imitar el estilo y el modo de vida de la aristocracia europea", explica Farji. En este sentido, los interiores de la casa uno y dos remiten a los palacios de una época anterior, ligada a la arquitectura del siglo 18, del absolutismo de las coronas. "Cuando viene gente a las visitas guiadas dicen: ‘parece Versalles’", señala.
En ese espacio se extiende el piano nobile (piso noble), compuesto por salones de baile, banquetes y tertulias donde ocurría la vida pública y social de la familia. El salón dorado, cubierto de relieves y tramas en ese tono, se destaca por sobre el resto. En el centro del techo hay una pintura (Michelle Rondenay, 1910) que acapara toda la atención del espacio. "Remite al estilo ilusionista y retoma la tradición de la pintura del barroco que en siglos anteriores era más usual en edificios religiosos. Se ve la idea de desmaterializar el techo y plantear una apertura al cielo con motivos de glorias celestiales", detalla Farji. "En este caso toma algunos motivos religiosos, pero lo combina con una alegoría histórica de lo que fue la conquista de América y su fortuna", añade.
Otro rasgo que destacan las guías son los sistemas de calefacción y acondicionado de la época. Las paredes de la casa uno y dos son de estucado, un material que en apariencia se asemeja al mármol y retiene tanto el frío como el calor. Para mantener cálida la casa, en todos los ambientes se hacen presentes los hogares con chimeneas de distintos tamaños y diseños.
La casa tres es la única fiel al estilo del exterior del palacio y fue la última en construirse, en 1916. Sus paredes y techos son de simil piedra París. Se diferencia de las otras dos casas, fundamentalmente, por la triple altura, la luz cenital a través de la claraboya -en vez de la luz lateral a través del vitreaux- y la escalera, que deja de ocupar un lugar central y está ubicada en la antesala. Mención aparte merecen los dos jardines de invierno cuyo lenguaje apunta al Art Noveau y, según las guías, era utilizado por las mujeres en los eventos sociales, mientras los salones estaban reservados para los hombres.
Respecto del mobiliario, hay muy pocas piezas que adquirió la familia en aquellos tiempos y que se conservan originales. "Como cualquier familia, cuando se mudan se llevan la mayoría de sus pertenencias", explica Carolina Navarro, otra de las guías de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería. En la casa tres, sin embargo, se distingue un mueble de origen chino que la familia adquirió en un viaje a Asia al que luego le colocaron un pie de estilo Luis XV en París para lograr una fusión de estilos.
El jardín, ubicado en la parte trasera del Palacio, es llamativamente pequeño en comparación con la dimensión del resto de los ambientes. Se dice que la familia tenía la ambición de adquirir la plaza San Martín para uso privado, pero ese deseo se vio frustrado. Un detalle que resalta es una piedra gigantesca y las guías se ocupan de disipar la incertidumbre: es un fragmento del Muro de Berlín que fue donado por el gobierno alemán al estado argentino en 1999. La mayoría de las esculturas, joyas y mobiliario que decoran los distintos ambientes son regalos protocolares a la Cancillería o parte de la restauración que se llevó a cabo en los años 90.
Hoy, el Palacio, que es monumento histórico nacional, alberga en su interior obras de artistas argentinos y americanos del siglo XX como Antonio Berni, Pablo Curatella Manes, Lino Enea Spilimbergo, Roberto Matta, entre otros y una Colección de Arte Precolombino de la Cancillería Argentina, con piezas de cerámicas, piedras y metales de culturas del noroeste de nuestro país. Cuenta, además, con una biblioteca especializada en derecho internacional e historia de las relaciones internacionales y está abierto al público con visitas guiadas.
Fotos: Silvana Colombo
Edición fotográfica: Fernanda Corbani
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