En la esquina de la avenida Alvear y la calle Rodríguez Peña, en el barrio porteño de Recoleta , se encuentra un imponente edificio de cuatro plantas que llama la atención por su particular fisonomía. Se trata del Palacio Casey , actual sede de la Secretaría de Cultura de la Nación. Su fachada roja y gris, configurada por ladrillos a la vista y franjas de piedra simil París y exquisitos detalles ornamentales, más las mansardas en la guardilla de pizarra negra en lo más alto, componen un atractivo visual que provoca que cada persona que pasa por su frente no resista la tentación de fotografiarlo.
Eduardo Casey fue un hacendado, emprendedor y hombre de negocios de origen irlandés, que llegó a amasar una interesante fortuna. Dueño de muchas propiedades, Casey encargó el proyecto del Palacio que hoy lleva su nombre al arquitecto norteamericano Carlos Ryder. La construcción de este edificio, que después sufriría modificaciones, especialmente internas, finalizó en el año 1889.
"El Palacio Casey fue construido para vivienda familiar. En aquel tiempo se usaba un término prestado del francés para definir este tipo de construcciones: ‘Hotel Particulier’", señala la arquitecta y guía de turismo Cynthia Acher, quien realiza paseos culturales por Buenos Aires con su empresa Barquitur.
Desde los primeros tiempos y hasta hoy la mansión tiene su señorial fachada repartida entre la Avenida Alvear y la calle Rodríguez Peña. La continuidad incluye la ochava de la esquina, cuya arquitectura también deslumbra por los detalles de las pilastras y dinteles que enmarcan a las ventanas y la finalización en lo más alto con una mansarda, una pequeña cúpula de pizarra y un pararrayos.
El Casey se divide en cuatro plantas bien definidas según la funcionalidad de una residencia familiar de aquel entonces. "El sótano – con sus ventanas al ras de la vereda – era para el personal de servicio. Allí también estaba la cocina. En la planta baja se encontraban los salones: comedor, living, hall de ingreso y hasta una sala de billar. El primer piso era para los dormitorios y en la buhardilla, en lo alto, había siete habitaciones para vivienda también del servicio doméstico, posiblemente femenino. Además, había allí un cuarto de planchar y un lavadero", describe Teresa Anchorena, Presidenta de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos de la Secretaría de Cultura de la Nación.
Estilo del edificio
Como el resto de los palacios que engalan esa cuadra de la avenida Alvear, que va de Rodríguez Peña a Montevideo – el Duhau, la Nunciatura Apostólica y la Residencia Maguire (esta última, de parentesco edilicio con el Casey, ya que fue diseñada por el mismo arquitecto) –, el Casey es una muestra de los opulentos tiempos de la Belle Epoque en el Río de la Plata, entre 1880 y 1920, cuando la aristocracia porteña, en su mayoría agroexportadora, acostumbraba a realizar obras palaciegas de arquitectura imponente y sin reparar en gastos. Con esa magnificencia arquitectónica se buscaba asemejar ese sector de Buenos Aires con la fisonomía de las ciudades más bellas de Europa, en especial, con París.
"El estilo por excelencia de estos edificios era el academicismo, importado de Francia, pero también de Inglaterra – explica Acher -, particularmente el Palacio Casey tiene un estilo victoriano tardío, proveniente de Inglaterra, con su característica de usar piedra y ladrillo a la vista".
Acher desarrolla otros detalles estilísticos que se ven en la fachada: "Hay ciertos elementos ornamentales, como los pináculos arriba de las ventanas, y las ventanas altas, o las cornisas dentadas, que son marcas del gótico, un estilo medieval que solían incorporar en la arquitectura inglesa. También, sobre la puerta de acceso hay una cabeza de león y un balcón en forma de concha marina, que son reminiscencias del románico, otro estilo del medioevo, previo al gótico, que utilizaba elementos de la naturaleza".
La crisis económica de 1890 – cuando no una crisis – dejaría a Casey en la quiebra y obligaría a vender su flamante mansión a Vicente Casares. Este estanciero, político y fundador de La Martona, primera empresa láctea Argentina, agregó 12 ambientes a los 30 que ya tenía el Palacio entre la planta baja y el primer piso. Además, Casares construyó tres baños más en la planta de las habitaciones.
Para que no queden dudas sobre el esplendor y la modernidad de la residencia, basta saber que, para aquel entonces, ya contaba con luz eléctrica, gas, cloacas y hasta un ascensor.
Contrastes
Se puede ingresar al palacio por Rodríguez Peña, donde se encuentra el estacionamiento, que antes era un jardín. Pero el acceso principal al edificio se encuentra sobre la Avenida Alvear. Hay allí una gran puerta de roble con llamadores de bronce y más adelante, una escalera de mármol de pocos escalones.
El hall central patentiza ese contraste que se genera entre lo que ayer fue una mansión de lujo y lo que hoy es una oficina del estado. Los ambientes amplios, los techos altos con cielorrasos de yeso decorado, los pisos de parquet de roble, las arañas de cristal y bronce, las molduras de las paredes, las arcadas ornamentadas que separan los ambientes, los muebles y objetos de estilo dieciochesco distribuidos acá y allá, indican que todavía se trata de un edificio majestuoso y distinguido, sin grandes alteraciones a pesar del paso de los años.
En tanto, un escritorio circular de fórmica negra donde personal de seguridad recepciona a las visitas, un separador de ambientes de durlock, luces fluorescentes, escritorios y muebles funcionales de estos tiempos que corren, señalan que allí es la sede de una dependencia pública.
El Secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, es conciente de este contraste: "Creo que la puesta en valor del interior de este edificio que funciona como Secretaría no tiene mucho sentido, porque acá hoy trabajan casi trescientas personas, por lo que no es un edificio para eso. En algún momento deberíamos irnos para darle al Palacio un destino acorde a su arquitectura".
De hecho, tanto el subsuelo como la guardilla del edificio están copados por oficinas. Y el hall y los antiguos dormitorios del primer piso, esplendorosos por su tamaño, sus arcadas, sus ventanas y balcones -en el caso de las habitaciones- y su parquet, están llenos de escritorios con sus respectivas computadoras, que poco tienen que ver con aquella belle epoque porteña.
Interiores
En 1911, adquiere el palacio Teodolina Alvear de Lezica, una mujer relevante de la época, entre otras cosas, presidenta de la Sociedad de Beneficencia. "Ella fue la que modificó los salones tal como los conocemos hoy – señala Teresa Anchorena -. Las boiseries - paneles de madera que revisten las paredes - de roble, las molduras y demás detalles de interiores de la decoración estilo siglo XVIII francés los encargó ella a la Maisón Carlhian de París".
En efecto, lo que en otros tiempos era el living de la mansión y ahora es el despacho del secretario de cultura, la sala Leopoldo Marechal, tiene una boiserie en tono amarillo, con molduras ornamentadas que remite a un estilo versallesco, pintadas a la hoja de oro. "Se pintaban los adornos de las boiseries con láminas muy finitas de oro 18 kilates que se pegaban a los lugares para que quedaran dorados. Era un trabajo de tan buena calidad que todavía se nota que es oro", señala Anchorena.
El lujo ornamental del despacho del secretario se continúa en otros salones de planta baja, donde también se contrapone el pasado con el presente. En una oficina que da hacia la Avenida Alvear, las molduras doradas también se lucen sobre el verde de la boiserie. Hay además pinturas estilo siglo XVIII sobre las puertas y un hogar a leña – que se repite en tres salones – enmarcado en mármol y con un enorme espejo de marco dorado arriba.
Sin dudas el salón que mayor grandeza y distinción conserva es el antiguo comedor, hoy bautizado como Sala Cané, utilizado como centro de reuniones. Un espacio amplio, revestido con madera de roble al natural con imágenes talladas en relieve "que son alegorías de la abundancia y elementos que tienen que ver con comida, con frutos o con cacería, típicos de los comedores de esta clase de residencias", según indica Teresa Anchorena.
Las ventanas del excomedor, de importantes dimensiones y llenas de detalles, dan a Rodríguez Peña. A los lados hay dos mesadas de mármol que son obras de arte en sí mismas. Bajo la araña del comedor, ocupa el centro del salón una mesa interminable y lustrosa, de casi ocho metros de largo.
Una visita que no fue
Adelia María Harilaos, viuda de Ambrosio Olmos, fue la mujer que compró el Palacio Casey hacia el año 1930. Por sus contribuciones monetarias a la iglesia católica, que incluían la construcción de templos, colegios y hogares para desposeídos, la potentada mujer había sido nombrada Marquesa Pontificia por las autoridades del Vaticano.
Fue quizás por eso que Adelia quiso acondicionar su mansión para albergar en ella al Cardenal Eugenio Pacelli en su visita a Buenos Aires, con motivo de celebrarse en esta ciudad, en octubre de 1934, el XXXII Congreso Eucarístico Internacional. Pacelli, finalmente, se hospedó en lo que hoy es la Nunciatura Apostólica, en aquel tiempo también propiedad de Harilaos de Olmos.
Posiblemente la entonces propietaria del Palacio Casey no imaginaba que cinco años después de su visita a Buenos Aires, Pacelli se convertirìa en el Papa Pío XII. De todos modos, preparando la visita del religioso al Palacio Casey, la viuda de Olmos había hecho ampliar las habitaciones y construir, también en el primer piso, un pequeño oratorio de estilo bizantino, con un altar de piedra y mosaicos italianos.
Todavía hoy es posible ver el oratorio –algunos le dicen capilla, otros altar-, si se abren los dos enormes paneles de madera que lo ocultan. En la parte superior se ve la figura de un Cristo típico de la Iglesia Ortodoxa, y sobre el altar en sí hay un Jesús crucificado bizantino y una Virgen, serena y mayestática, que lleva los atuendos de Nuestra Señora de la Merced, patrona del ejército argentino.
Últimas reformas
En 1948, octogenaria y sin herederos directos, Harilaos de Olmos le vende al Estado el Palacio Casey. Unos años más tarde, en 1960, y hasta la fecha, el edificio sería una dependencia de Cultura de la Nación, en un tiempo Ministerio, y ahora Secretaría. Por su arquitectura y por su historia fue declarado, en 2002, monumento histórico nacional por el poder ejecutivo de la nación.
El último promotor de reformas en el Casey fue Julio César Gancedo, Secretario de Cultura de la Dictadura Militar, entre 1979 y 1983. Anchorena explica: "Junto al decorador Paul Gaubín, Gancedo redecoró el Palacio. Para ello, adquirió muebles y objetos – como relojes - franceses, a la vez que compró biombos chinos de coromandel, tres enormes tapices flamencos del Siglo XVII o XVIII, exhibidos en diferentes salones de la planta baja, y posiblemente también las esculturas que encontramos hoy en algunos salones".
De nuevo en la vereda, vale la pena cruzar la avenida Alvear, ir hasta la esquina de Rodríguez Peña y darle otro vistazo al fastuoso edificio, que de afuera se mantiene bastante entero para ser una construcción de casi 130 años, pero que podría estar mejor. Al respecto, Avelluto señala: "Tenemos presupuestado para hacer la puesta en valor de la fachada pronto". El Palacio Casey se lo merece. Los fotógrafos aficionados que deambulan por la zona, también.
Edición Fotográfica: Enrique Villegas
Temas
Más notas de Palacios porteños
Más leídas de Sociedad
Podría extenderse este martes. Demoras y cancelaciones en los trenes del AMBA por una medida de fuerza de La Fraternidad
Reintegro. Cómo pagar el subte con MODO
Medida de fuerza. Por qué funcionan con demoras y cancelaciones los trenes
Para agilizar viajes. En el Aeroparque porteño se inaugura un nuevo sector: qué servicios se suman