Aunque la bandera de los Estados Unidos flamea con fuerza en el centro de su imponente entrada, con solo cruzar la puerta el que visita el Palacio Bosch, hoy declarado como Monumento Histórico Nacional a través de un decreto publicado en el Boletín Oficial, se transporta a la "belle époque" francesa. El emblemático edificio porteño acaba de cumplir 100 años desde que abrió sus puertas, pero se conserva casi idéntico a como lo imaginaron Ernesto Bosch y su esposa, Elisa Alvear.
LA NACION recorrió, junto con el embajador Edward Prado, su esposa y Marcela Clerico Mosina, la arquitecta a cargo del mantenimiento histórico del edificio, uno de los palacios que marcó una época de la Argentina. El Bosch comenzó su construcción durante el centenario de la independencia. Atravesó el armado durante la Primera Guerra Mundial y pasados 11 años desde su inauguración fue vendido, casi por error, para enojo de su dueña.
El Palacio Bosch fue diseñado desde París por René Sergent (1865-1927) que nunca viajó a Buenos Aires a dirigir su obra, sino que se la encomendó a dos arquitectos argentinos: Eduardo María Lanús y Pablo Hary. Sería quizás la más destacada de las obras del francés en la ciudad, donde también diseñaría el Palacio Errázuriz y el Sans Souci, de parientes de Elisa Alvear.
El complejo, que ocupa casi toda la manzana entre Avenida del Libertador, Kennedy, Seguí y Fray Justo Santa María de Oro, está conformado por cuatro plantas con un total de 3396 metros cuadrados construidos.
De los cuatro niveles del edificio principal, uno es el de los cuartos privados del Embajador y su familia. El resto de la casa se utiliza con fines de entretenimiento, como reuniones de la embajada. Además hay vestuarios, cuartos de máquinas, cancha de tenis y pileta.
Sus magníficos jardines, que se conservan como los originales, tuvieron un diseño preliminar de Achille Dechene, pero fueron ejecutados por Carlos Thays. El interior, en tanto, estuvo a cargo del francés André Carlhian, cuyo nieto sería una pieza clave en la restauración, que comenzó en 1995 y terminó en 1999.
En los planos originales, que llegaron en barco desde Francia y se conservan como reliquias, se lee en francés que la residencia llevaba la denominación de "gran hotel particular" y que la concepción completa del diseño estuvo inspirada en el neoclasismo francés que reinaba los inicios del siglo XX y que buscaba recuperar lo más destacado de la arquitectura de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX.
Sergent diseñó todo desde Francia. El palacio se construyó con materiales que venían desde Europa y en varias oportunidades hubo problemas con los envíos por culpa de la Guerra. Sin embargo, cada pieza tenía una codificación específica. Una vez en Buenos Aires solo había que colocarlas en el lugar asignado.
Un pedazo de París en un barrio que comenzaba a crecer
Por aquel entonces, cuando el matrimonio Bosch-Alvear regresó a la Argentina para que él ejerciera el cargo de Canciller, el barrio de Palermo formaba parte de las "afueras" de la ciudad. El Parque 3 de Febrero, la Rural y el Hipódromo eran lugares de esparcimiento. Serían ellos los primeros de la aristocracia porteña que decidirían construir allí su residencia diaria.
Fue un 6 de septiembre de 1918 cuando la elite porteña pudo conocer el Palacio en su esplendor. La ocasión era la presentación en sociedad de María Elisa Bosch Alvear, la hija mayor del matrimonio.
Fue el gran salón de baile, con pisos diseñados especialmente para los bailarines, y el salón de música con una acústica refinada, los grandes protagonistas de una velada que pondría a esta residencia en el centro de la escena a pesar de los contratiempos de su construcción. Incluso, según detallan historiadores, el pasamanos de bronce de la escalera principal, situada debajo de la claraboya del hall central, no estaba puesto para la apertura. El barco que traía las piezas desde Europa había sido atacado en el marco de la Guerra y se debió enviar a construir un nuevo pasamanos.
Otra joya del Palacio que se conoció luego de décadas fue el oratorio en la planta privada, al lado del cuarto principal. Elisa Alvear de Bosch era una devota católica que realizó diversas obras de caridad a lo largo de su vida. Cuando se mudó se llevó ese oratorio y ese lugar pasó a ser un vestidor.
Un hombre al que su palabra le costó su palacio
Ernesto Bosch era un hombre de mundo y con gran trayectoria en los círculos políticos y aristocráticos de la Argentina. Fue embajador, Canciller y el primer presidente del Banco Central de la República Argentina. Su regreso al país, tras una estadía prolongada en Francia, significó el afinque de la familia en Buenos Aires. Para ello, debían tener una casa acorde al rol que ocuparía en ese momento -Canciller- y fue junto a su esposa que decidieron hacer el palacio que despertó suspiros y admiración desde el primer minuto.
Entre sus conocidos estaba Robert Woods Bliss, embajador de Estados Unidos en la Argentina, quien entendía que la relación entre ambos países debía ser más fuerte. Para ello intentaba conseguir un edificio imponente, acorde al rol que quería darle a la relación de su país con el nuestro.
En 1928, cuando el Palacio Bosch cumplía una década, visitó la Argentina el presidente electo de Estados Unidos, Herbert Hoover. Como el embajador en el país no tenía aún residencia propia, Hoover debió ser alojado en el Palacio Noel (Suipacha y Libertador, actual sede del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco).
Hoover tomó nota de la situación y, tras asumir, le encomendó a Bliss la tarea de conseguir una residencia para habitar, y que serviría además para cuando futuros mandatarios estadounidenses vinieran a la próspera Argentina.
Bliss estaba maravillado con el palacio Bosch, que conoció en algunas galas, y fue por él. En más de una oportunidad, Ernesto Bosch rechazó el pedido de Bliss porque no estaba en los planes familiares vender la casa de sus sueños. Mucho menos en los de Elisa Alvear.
Sin embargo, los buenos modales le jugaron una mala pasada a Bosch. Fue en otro evento compartido con Bliss que el estadounidense volvió a hacer el pedido, esta vez en público. Para no ser descortés, pensando en ponerle fin a la insistencia del estadounidense, Bosch le dijo que se lo vendería a un precio absolutamente descabellado para la época: tres millones de pesos.
Bliss tomó nota y un par de semanas después tocó la puerta del Palacio para darle la noticia a Ernesto Bosch: "Mi país aceptó el precio, se lo compramos". El diplomático argentino no tuvo otra opción que cumplir con su palabra, situación que causó más de una discusión con su esposa, quien tenía un cariño muy especial por el Palacio.
Residencia protegida en los Estados Unidos
"Más allá de la vivienda, parece un centro de convenciones", dijo un exembajador en su paso por el Palacio Bosch. Se trata de una vivienda habitada por una familia en forma permanente, pero además recibe entre ocho y 10 mil visitas por año. Los eventos se cuentan de a cientos.
El edificio pertenece al Departamento de Estado de los Estados Unidos y es una de las 33 "propiedades culturalmente significativas" que tiene el país del norte en el exterior. Llegó a conformar este selecto grupo por su relevancia arquitectónica.
Es por ello que entre 1995 y 1999 se hizo una restauración para llevarlo a su estado original. Pintura, tapizados, muebles y todo lo que se pudo volver a como era en 1918 se reacondicionó. "Es un símbolo de la Ciudad de Buenos Aires y de la unión entre los Estados Unidos y la Argentina", dijo a LA NACION, el flamante embajador Prado, que se muestra maravillado ante el que hoy es su hogar.
Fotos: Santiago Filipuzzi
Edición Fotográfica: Enrique Villegas
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