Palacio Álzaga Unzué: el regalo de bodas más lujoso de la historia argentina
El 8 de mayo de 1916 hubo fiesta en Buenos Aires . Dos retoños de la aristocracia, Félix Saturnino de Álzaga Unzué, de 31 años, y Elena Peña Unzué, de 24, se casaron a toda pompa en la iglesia de San Agustín.
Como correspondía a una boda de esa alcurnia, la pareja recibió innumerables regalos. Pero nada hubo como el obsequio del novio a su enamorada: un soberbio palacio a metros de la exclusiva avenida Alvear, en el barrio de Retiro , que al día de hoy aún sorprende por su nobilísimo porte.
El contraste entre el rojo del ladrillo a la vista y el gris del símil piedra, al estilo académico inglés; las columnas corintias que señorean en la entrada principal de la calle Cerrito; la ornamentación recargada del frontis, con elementos vegetales, escudos y mascarones; el techo apizarrado y sus elegantes mansardas. Todo en la fachada del edificio remite a la abundancia y la ostentación.
"La arquitectura es un lenguaje de la ciudad que cuenta sobre la situación política y social en un período histórico determinado", explica Cynthia Acher, arquitecta y guía turística de BArquitour, que organiza tours arquitectónicos peatonales por Buenos Aires.
El palacio Álzaga Unzué habla de una Argentina de principios de siglo pasado, que se imaginaba potencia mundial: una sociedad de contrastes imposibles entre la inmigración llegada de la Europa pobre y la aristocracia agroexportadora criolla que miraba a la Europa rica y soñaba con una nueva París a orillas del Río de la Plata.
La construcción estuvo a cargo del arquitecto escocés Robert Russell, que se demoró cuatro años en la obra, pero logró combinar el estilo eduardiano inglés que agradaba a Félix con el gusto de Elena por los castillos franceses del Loire. Tiene la estructura típica de un hôtel particulier de la Belle Époque: una gran mansión diseñada para que viva una sola familia con cuatro plantas de funciones bien definidas.
"Un piso inferior, donde están las cocinas y vive el personal de servicio masculino, un piano nobile con las salas de recepción, un piso privado con los dormitorios, y un último piso con mansardas, donde vive el personal de servicio femenino", señala Acher.
Félix y Elena tuvieron una vida larga y próspera, llena de viajes a Europa y Mar del Plata, estadías en sus estancias pampeanas y otras albricias; quienes les conocieron juran que eran gente muy sencilla a pesar de los millones. Murieron sin hijos -él en 1974, ella en 1982-, el palacio quedó deshabitado varios años y sufrió los embates del tiempo.
Los sobrinos herederos lo vendieron a la cadena hotelera Hyatt, que en 1992 construyó en una parte del amplio jardín una moderna torre con más de 150 habitaciones. En 2001, tomó el negocio la cadena Four Seasons y en 2006 se restauró a nuevo el palacete, con la idea de recuperar su espíritu original. Se habilitaron allí siete suites de lujo máximo y el edificio fue rebautizado como "La Mansión".
El piano nobile, el espacio público
La majestuosidad del interior se augura en el exquisito bajorrelieve del cielorraso en bóveda que antecede a la recepción principal, con piso damero y recubierta en estucos de tonos anaranjados. Son estucos restaurados "por los mismos artesanos que trabajaron con los del Teatro Colón", detalla Gabriel Oliveri, gerente de marketing del hotel y quien oficia de guía durante el recorrido.
Oliveri, un cicerone que recorre la noble casona desde hace años y escribió un libro sobre ella, dice que todavía siente la misma emoción que durante la primera cita: "Cada dos por tres se me aparecen detalles o ángulos nuevos, que nunca vi".
El arquitecto Francisco López Bustos, cuyo estudio se ocupó de la puesta en valor de la mansión, expone las razones de esta singularidad: "Se hacían muchos palacios en Buenos Aires, pero pocos mantenían tantos detalles en su interior como lo hacían en su exterior. Este, al igual que el Ortiz Basualdo, tuvo también una altísima calidad en los interiores".
Curiosamente, ambos edificios, distantes solo cien metros entre sí, estuvieron a punto de desaparecer en los setenta, por la ampliación de la avenida 9 de Julio, como ocurrió con el mítico pasaje Seaver. Se salvaron solo gracias a la aguerrida oposición de los vecinos del barrio unidos al gobierno de Francia, cuya embajada tiene sede en el Ortiz Basualdo.
Los salones del piano nobile del Álzaga Unzué se lucen cada uno con su ambientación distintiva: inglesa, francesa, oriental. Son espacios engalanados con las mejores materias primas de Europa: pisos de roble de Eslavonia, boiserie parisina, mármoles de Italia y del Macizo francés. La maestría de los artesanos se refleja en el minucioso lustrado a muñeca, los frescos en los dinteles, las arañas originales, las lámparas de alabastro y los detalles exquisitos del mármol sobre las chimeneas.
"Son espacios pensados para mostrarse a la sociedad porteña, al resto de la clase aristocrática", explica Acher. Eran los lugares de las grandes comidas y las grandes reuniones sociales, donde los hombres hablaban de asuntos públicos y las mujeres armaban colectas de beneficencia. También donde Elena tomaba clases de pintura y recibía a su confesor. Hoy, el hotel alquila esa salas para cócteles y ágapes de élite.
"Todo lo que ves está pintado en oro", describe Oliveri al señalar una de las paredes revestidas del salón francés, pintada de verde con detalles dorados. Y cuenta que cuando los restauradores fueron a recuperar esas molduras descubrieron que lo que pensaban que era purpurina, era en realidad oro bruñido de 18 quilates.
Las habitaciones, el mundo privado
A las habitaciones del primer piso se llega a través de la escalera principal, que se abre paso entre dos imponentes columnas jónicas y está construida enteramente en mármol de Carrara. Félix y Elena dormían en cuartos diferentes, aunque conectados entre sí. La decoración de las paredes es aquí menos recargada pero no por eso menos lujosa y se complementa con un mobiliario de época comprado en el Sotheby's de Londres.
Mientras camina a paso rápido, Oliveri revela intimidades palaciegas. Desde la lista de huéspedes que alquilaron el edificio entero para su estadía -Madonna, los Rolling Stones, Whitney Houston, el duque de Edimburgo, entre otros- hasta detalles que parecen minúsculos pero dicen mucho, como los varios baúles Louis Vuitton de la vinoteca original que terminaron en la calle tras la refacción porque no pudieron recuperarse.
La más suntuosa de las tres suites del primer piso corresponde a los aposentos de la esposa: es la Suite Presidencial, con 180 m2, un dormitorio, una sala de estar y otra que se usa como comedor o para reuniones. El costo de la estadía no es apto para cardíacos: promedia los 10 mil dólares la noche. Y es difícil encontrarla disponible.
El vestidor a dos pisos de Elena, con una pequeña escalera de madera, resulta particularmente curioso: el segundo piso estaba destinado solo a su amplia colección de guantes y sombreros. Pero la joya mejor guardada es sin dudas el cuarto de baño, con la bañera original y las paredes cubiertos de bellísimos mármoles en tonos verdes, grises y blancos. Las arborescencias de las vetas le dan un aire místico e imperial, que se completa con la bacha y las griferías fabricadas totalmente en oro.
"Podría estar en el palacio de Buckingham, porque es un baño real", señala López Bustos. Con un detalle apenas más mundano, Oliveri confirma esa exclusividad: "Cuando Madonna lo vio, casi se muere".
La recorrida continúa por la última planta, donde hay otras cuatro suites y una deliciosa terracita oculta para tomar sol o disfrutar de un desayuno privado y termina con un breve paseo por el subsuelo, el único lugar que fue totalmente refaccionado. Allí estaban la cocina, la lavandería y la vinoteca privada de los Álzaga Unzué; hoy hay un salón a tono, de columnas blancas y paredes negras, con un corredor que conecta la Mansión con la torre del Four Seasons.
Aparecer de pronto en el moderno lobby, donde varios ejecutivos de traje esperan por alguna reunión de negocios sumergidos en las pantallas de sus celulares, es como abandonar un mundo mágico y avanzar a velocidad luz en el tiempo. Es allí donde Oliveri se despide, no sin compartir antes una última anécdota.
En 2012, la cadena hizo una gran reforma en la torre y decidió que el restaurante del hotel se llamaría "Elena" en honor a la antigua moradora de la mansión. Vecino a ese lugar donde cada mañana desayunan huéspedes, hay un gran salón de reuniones que tampoco tenía nombre. El gerente tuvo una idea.
"Félix y Elena eran muy felices y estaban realmente enamorados. Por eso pedí que el salón de al lado se llamé como él: para que estén juntos para siempre", confiesa. La distinguida pareja volvió así a encontrarse en el mismo lugar donde hace más de un siglo se había reunido por primera vez.