El polaco fue asesinado en el infame campo de concentración de Auschwitz hace poco más de 80 años
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Para la Iglesia Católica es un santo, un mártir de la fe. Para los judíos, un héroe de la Segunda Guerra Mundial, uno de los 25.685 reconocidos por el Estado de Israel como “justos entre las naciones”.
El Papa Juan Pablo II (1920-2005) se refirió a él como “un santo de nuestro difícil siglo”. El sargento del ejército y miembro de la resistencia judía en Polonia, Franciszek Gajowniczek (1901-1995) repitió hasta el final de su vida que gracias a él se había salvado de ser una de las víctimas del Holocausto.
Estamos hablando del sacerdote católico Maximiliano Maria Kolbe, un franciscano polaco que fue asesinado en el infame campo de concentración de Auschwitz hace poco más de 80 años, el 14 de agosto de 1941.
Como castigo por una fuga que se produjo, Gajowniczek fue uno de los prisioneros elegidos por los nazis para morir de hambre. Kolbe se ofreció de voluntario para el castigo fatal, en lugar del sargento. Los nazis aceptaron.
“Él cumplió el precepto cristiano de dar la vida por los que ama”, señala el investigador y estudioso de la vida de los santos José Luís Lira, fundador de la Academia Brasileña de Hagiología y profesor de la Universidad Estatal de Vale do Aracaú, en Ceará.
Para el historiador, filósofo y teólogo Gerson Leite de Moraes, profesor de la Universidad Presbiteriana Mackenzie, en Brasil, recordar la trayectoria y la muerte de Kolbe tiene una carga ecuménica y política. Primero, porque su memoria está presente tanto en el catolicismo como en el judaísmo. En segundo lugar, porque su exterminio es un recordatorio de lo que son capaces de hacer los regímenes autoritarios.
“Muestra cómo las religiones pueden ser víctimas de estos regímenes. Murieron muchos judíos, muchos católicos, muchos protestantes, testigos de Jehová... La muerte de alguien tan importante en el campo de concentración demuestra cómo incluso las religiones que a veces hacen pactos con regímenes totalitarios también pueden ser victimizadas por estos regímenes”.
“Los regímenes totalitarios no perdonan a nadie. La perspectiva nazi es la de un contradiscurso, de eliminar al otro. Es una fábrica de cadáveres, que elimina a todos aquellos que por casualidad ofrecen algún tipo de resistencia”, agrega.
Biografía
Nacido en 1894 en la ciudad polaca de Zduńska Wola, Kolbe fue bautizado como Rajmund. Se incorporó a la Orden de los Frailes Menores Conventuales en 1907. Cinco años después, se trasladó a Roma.
Fue allí donde, en 1914, asumió el nombre religioso de Maximiliano Maria Kolbe. Se licenció en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, pero también estudió seriamente matemáticas, física, química, varios idiomas y teología.
Fue ordenado sacerdote en 1918. En ese momento, su salud era mala; un año antes, le habían diagnosticado tuberculosis y los episodios de neumonía comenzaban a repetirse.
Durante este período en el que vivió en Italia, fundó, junto con otros jóvenes religiosos, un movimiento llamado Milicia de la Inmaculada. La idea era difundir la fe católica, especialmente a través de Nuestra Señora, mediante la oración y la difusión de una medalla considerada milagrosa.
En 1919, Kolbe obtuvo el permiso de sus superiores para regresar a su Polonia natal. Se instalaría en Cracovia como profesor en el seminario franciscano. Y, al mismo tiempo, actuaría como impulsor del movimiento del que había sido uno de los creadores.
Entre viajes al hospital para tratar los problemas derivados de su enfermedad de tuberculosis, Kolbe fundó una revista llamada Rycerz Niepoklanej —algo así como Caballero de la Inmaculada— en español. La publicación alcanzó tiradas de más de 60.000 ejemplares.
“Era la publicación más grande de Polonia en ese momento. Trataba de temas cristianos pero también traía noticias en general”, dice Filipe Domingues, doctor en ciencias sociales por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
Niepokalanów —en español, Ciudad de la Inmaculada—, un convento y comunidad religiosa en Teresin, cerca de Varsovia, fue creado por Kolbe en 1927. Después pasó un tiempo como misionero en Japón en la década de 1930 y cuando regresó a Polonia, fue uno de los fundadores de una emisora de radio (la Radio 3 Niepokalanów).
Cuando la ocupación nazi llegó a Polonia en 1939, Kolbe era un influyente formador de opinión. Sacerdote y dueño de medios de comunicación, con espíritu crítico y alma solidaria. Eso lo puso en el radar de los nazis.
“Con la llegada de los nazis a Polonia, la Iglesia fue perseguida. Era un momento en que la gente miraba a la Iglesia, a los sacerdotes, en busca de orientación, de alguna esperanza en ese período de oscuridad. Y muchos sacerdotes fueron perseguidos”, explica Domingues.
Polonia tenía 10.217 sacerdotes, de los cuales 3646 fueron arrestados y llevados a campos de concentración; 2647 fueron asesinados por los nazis. “Eso sin contar los religiosos y religiosas que no eran sacerdotes y otras personas católicas que terminaron en prisión”, agrega el experto.
Los relatos de la época muestran que muchos sacerdotes albergaban a judíos en sus casas parroquiales, lo que también los convirtió en objetivos de la policía nazi. En el caso de Kolbe, estaba el agravante: las opiniones publicadas en sus medios también disgustaban a los alemanes.
“Aunque sabía todo esto, trató muy bien a los soldados nazis. Les dio la medalla milagrosa (de Nuestra Señora), tenía la esperanza de que se pudieran convertir”, dice Domingues. “Quería tocarlos de alguna manera, aunque conocía los riesgos”.
“Recibió a mucha gente en Niepokalanów, brindaba comida, refugio. Él y otros franciscanos lideraron una buena parte de la iniciativa allí (de la resistencia polaca a los nazis)”, señala. “El padre Kolbe era consciente de que la ideología del nazismo era totalmente contraria a la de Cristo, al cristianismo”.
Según antiguos testimonios, Kolbe les dijo a quienes lo visitaban que no le importaba perderlo todo, siempre y cuando se salvaran las almas, siempre y cuando lograra llevarse esta imagen de Cristo y la Inmaculada Nuestra Señora.
La periodista Patricia Treece cuenta en su libro Un hombre para los demás: Maximilian Kolbe El santo de Auschwitz, la historia de una mujer que vivía cerca de la comunidad y estaba preocupada por el hecho de que los judíos iban de puerta en puerta pidiendo ayuda frente a la persecución nazi. Ella no sabía si debía ayudarlos o no y fue a consultarle a Kolbe. El sacerdote respondió que sí, que era necesario ayudarlos “porque todo ser humano es nuestro hermano”.
“En otras palabras: aunque no hizo nada públicamente que atentara contra la ideología nazi, por el simple hecho de ser cristiano y predicar el mensaje de Cristo, de vivir esto, influir en las personas, llegó a ser visto como un enemigo “, recalca Domingues. “El padre Kolbe tenía eso muy claro, algo típico de los santos”.
Auschwitz
Después de muchos interrogatorios, Kolbe fue arrestado por la Gestapo -la policía secreta de los nazis - el 17 de febrero de 1941. Fue encarcelado en Pawiak, famosa prisión construida en 1835 en Varsovia. El 28 de mayo, en compañía de otros 320 prisioneros, fue trasladado al campo de concentración de Auschwitz.
“No fue arrestado por ser sacerdote, por ser católico. Era un preso político, porque se le consideraba un formador de opinión, casi como un miembro de la inteligencia de la resistencia polaca, propietario de una publicación, líder espiritual, un símbolo, en cierto modo, de la identidad polaca”, contextualiza Domingues.
Como relata la periodista Treece en su libro, Kolbe entró en Auschwitz como una misión de fe. Les dijo a sus compañeros que era necesario tener compasión y rezar por los nazis.
En ese momento, el campo de concentración aún no tenía una estructura, ni como un espacio organizado para trabajos forzados ni como un lugar para asesinatos masivos. Aún no existía allí una organización laboral para explotar la mano de obra de los presos, ni el espantoso uso de la cámara de gas.
Según Treece, era común que un preso en esta etapa muriera en unas pocas semanas, debido a las escasas comidas, sumadas a la rutina de los castigos y el trabajo físico, como cavar agujeros y llenarlos más tarde. Para los nazis, cada muerto significaba la ventaja de dejar espacio para un nuevo prisionero.
Kolbe recibió el número 16.670. Era una época en la que en el campo vivían unos 8000 prisioneros, lo que nos permite concluir que la otra mitad ya no había sobrevivido al horror nazi.
Hay varios registros, incluidos testimonios de testigos que sobrevivieron al Holocausto, sobre el paso del sacerdote por el campo de concentración. Domingues señala que se ve como impresionante que haya sobrevivido tanto tiempo, considerando que ya no era joven, tenía 47 años y mala salud.
Treece cuenta que las condiciones de neumonía del sacerdote se vieron agravadas por los baños fríos y la limitada disponibilidad de ropa.
“Además, como era sacerdote, lo golpeaban mucho y los nazis le daban los peores servicios”, dice Domingues. “Los que sobrevivieron a Auschwitz dicen que la única forma en que pudo haber resistido durante tanto tiempo fue por su vida espiritual, por su profunda unión con Dios”.
El sacerdote cantaba, rezaba y nunca dejaba de responder, incluso en las peores condiciones, a quien acudía a él para pedirle una confesión o un consejo.
También hay relatos de que en repetidas ocasiones no comía y pasaba su ración a quienes tenían más hambre.
Según los registros históricos, las comidas en los campos de concentración consistían en un “café” matutino —hecho con cereales y hierbas— y una sopa ligera para el almuerzo. En total, los prisioneros ingirieron menos de la mitad de las calorías necesarias en la vida diaria de un trabajador manual.
“También hay testimonios de personas que pensaban en suicidarse, arrojándose contra la cerca eléctrica para acortar su sufrimiento. El padre Kolbe habló con estas personas, convenciéndolas de que lo soportaran. Algunos sobrevivientes de Auschwitz dijeron que simplemente no se habían matado por el consuelo de las palabras de Kolbe”, dice Domingues.
En julio de ese año, 1941, se produjo una fuga y tres presos lograron escapar. El oficial nazi Karl Fritzsch (1903-1945), a cargo del campo, ordenó que diez personas elegidas al azar entre los reclusos fueran condenadas a muerte, como represalia, para enviar un mensaje de que eso no podía repetirse.
Los diez chivos expiatorios serían llevados a una celda subterránea, donde los dejarían sin luz, agua y comida hasta la muerte. Durante el día, los nazis obligaron a todos los prisioneros a hacer fila al sol hasta seleccionar a las víctimas.
Entonces comenzaron a separar a los que irían a su muerte. Uno de los seleccionados, el judío Franciszcek Gajowniczek, empezó a llorar y gritar. Fue entonces cuando Kolbe se ofreció a morir en lugar de él.
Era una situación muy excepcional. Y, según los informes de testigos, todo ya estaba adquiriendo un tinte milagroso. Kolbe salió de la fila donde estaban los prisioneros y se acercó al comandante Fritzsch, bajo la mirada de los oficiales nazis.
Miró a Fritzsch a los ojos y argumentó, en perfecto alemán, que le gustaría pedir un deseo, que le gustaría morir en el lugar de ese hombre que lloraba por su familia.
“Curiosamente, nadie disparó. Curiosamente, nadie intervino. Y Fritzsch lo escuchó, lo que también fue un hecho extraño: un oficial hablando con un prisionero. Esto iba en contra de la estrategia nazis de deshumanizar a los prisioneros”, señala Domingues.
Al principio Fritzsch parecía irritado y trató de juntar al sacerdote con los otros presos sin liberar a Gajowniczek. Luego reflexionó y terminó sacando al judío del grupo, con una violenta patada. “Los que lo presenciaron dijeron que fue un hecho milagroso”, dice Domingues.
Años más tarde, Gajowniczek dijo que “solo podía intentar agradecerle con los ojos”. “Me quedé atónito y apenas podía entender lo que estaba pasando”, comentó. “La inmensidad de todo esto: yo, condenado, iba a vivir porque alguien más ofreció voluntariamente su vida por mí. Un extraño. ¿Fue un sueño o una realidad?”
En la última prisión, el padre Kolbe y los otros diez prisioneros serían abandonados a su muerte. El religioso siguió cantando y buscando consolar a los demás hasta el último minuto. Rezó y celebró misas. Se esperaba que no sobreviviera por mucho tiempo. “Pero no murió”, dice Domingues.
Fueron dos semanas de deshidratación y hambre. Solo Kolbe y otros tres compañeros quedaron con vida. “Luego, el 14 de agosto de 1941, los nazis le dieron a él (ya los otros tres) una inyección letal. Más tarde incineraron su cuerpo”.
Héroe de dos religiones
Póstumamente, la importancia de Kolbe llegó a ser reconocida por judíos y católicos. Especialmente en Polonia, su vida siguió siendo celebrada y recordada. En 1971, el papa Pablo VI (1897-1978) lo beatificó. Le tocó al polaco Juan Pablo II (1920-2005) completar el proceso de canonización, en 1982, colocándolo en la lista de santos de la Iglesia Católica.
Jesucristo dijo que ‘nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos’. Dependiendo de la traducción, podemos ver ‘por los que ama’. Así que un fraile católico de origen judío se ofrece a dar su vida por la de un padre de familia que se encontraba en su misma condición en el campo de concentración, es un acto de amor cristiano que merece ser recordado para siempre”, comenta la hagióloga Lira.
“Por eso, el testimonio de san Maximiliano Kolbe es uno de los más bellos y nos remonta a la época en que Jesucristo estaba, humanamente, entre nosotros”.
Los judíos también reconocieron la grandeza espiritual de Kolbe. A través del Memorial del Holocausto, Israel incluyó al sacerdote entre los llamados “justos entre las naciones”, el premio que se otorga a todos los no judíos que se arriesgaron para proteger o salvar a los judíos de los nazis.
“Como santo, comienza a recibir veneración por sus acciones, termina siendo alguien que recibe este reconocimiento dentro de la tradición católica”, explica Moraes.
“Por otro lado, el judaísmo, desde una edad muy temprana, se opone a cualquier tipo de valoración del hombre que pueda conducir a la idolatría, y hay una línea muy fina entre venerar a un santo y adorar a un santo, desde una perspectiva católica”.
“Pero este honor recibido por Kolbe, como ‘justo entre las naciones’, es en realidad un reconocimiento a todos aquellos que de alguna manera arriesgaron o dieron la vida, en el proceso de lo que se conoció como el Holocausto, para salvar judíos”, explica el profesor.
“Es un homenaje a la valentía, el coraje, el sacrificio, a favor de combatir la violencia practicada contra los judíos”.
Moraes explica que, en la tradición judía, “justo” debe entenderse desde la perspectiva del Antiguo Testamento. “Sería ese ciudadano que cumple con los deberes, fiel seguidor de los preceptos. Por tanto, alguien digno, alguien recto”, define.
“Alguien declarado justo es alguien que sigue preceptos éticos, morales y de comportamiento. Cuando ves a una persona desinteresada, hasta el punto de sacrificarse, tomar riesgos, dar su vida para salvar a un judío en el contexto del Holocausto, hay un merecimiento de este honor”.
Por otro lado, la canonización del padre Kolbe por parte de la Iglesia Católica puede verse como un gesto político y ecuménico de Juan Pablo II, un pontífice hábil, que supo utilizar la comunicación como pocos.
“Juan Pablo II fue un papa de la llamada cortina de hierro (en el contexto de la Guerra Fría), también polaco. Y una de las principales misiones de su pontificado fue la lucha contra el comunismo. En este sentido, al canonizar a Kolbe, denunció la atrocidades de los regímenes totalitarios, en general, tanto del nazismo, de derecha, como del comunismo real, de izquierda”, dice Moraes.
“En la década de 1980 había un enorme deseo de combatirlos, de acuerdo con el ideal de libertad”.
Domingues recuerda que Juan Pablo II, como compatriota de Kolbe, conocía bien la historia del franciscano. En la ceremonia de canonización, celebrada en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, con la presencia de Franciszek Gajowniczek, el papa dijo que “la muerte sufrida por amor, en lugar del hermano, es un acto heroico del hombre a través del cual, junto con el nuevo santo, glorificamos a Dios”.
“La canonización de Kolbe nos recuerda que un régimen totalitario como el nazismo no se puede perder de la memoria colectiva por el peligro que representa. Juan Pablo II dio el mensaje de que los regímenes totalitarios, ya sean de derecha o de izquierda, son muy peligrosos”, añade Moraes.
Y también fue un signo de ecumenismo, de acercamiento al judaísmo. “Hacer santo a Kolbe fue una forma de mostrar que la Iglesia Católica también sufrió con los judíos. Si por un lado hay numerosos ejemplos de asociaciones religiosas con regímenes totalitarios, la religiosidad cristiana misma también contó sus víctimas y tuvo sus mártires”, dice Moraes.
Lira explica que San Maximiliano Kolbe es reconocido como mecenas de la prensa, por la creación de la revista Caballero de la Inmaculada. “Se convirtió en periodista, mensajero de la buena nueva de Dios a través de la Inmaculada Concepción”, comenta. “La revista trae no solo devoción a Nuestra Señora, sino también reflexiones pertinentes a la vida cristiana”.
“Por las razones de su martirio, es el patrón de las familias en dificultad, de los que luchan por la vida, de la lucha contra las adicciones, de la recuperación de las drogas y el alcoholismo, e incluso de los presos comunes, dado que fue detenido, y de los presos políticos, ya que no hay que hacer mucho esfuerzo para entender que su arresto y muerte fueron por motivos políticos”, agrega el hagiólogo.
Domingues sostiene que el mensaje de Kolbe debe estar presente en los tiempos actuales, cuando la extrema derecha avanza en varias partes del mundo. “Ser católico y víctima del Holocausto demuestra que el cristianismo es incompatible con el autoritarismo, con cualquier régimen que vacíe la identidad de cada persona, le quite la libertad individual y le impida manifestar su fe”, argumenta.
“El padre Kolbe lo dejó muy claro, al demostrar que cualquier ser humano es nuestro hermano. Cualquier régimen que nos enfrente o que diga que este grupo está por encima de otro grupo, o que en última instancia separa a una parte de la población, eso no es cristiano”.
“La religión es solo un elemento que puede ser utilizado inicialmente por los regímenes totalitarios de manera instrumental para ganar mentes y corazones. Pero cuando los integrantes de esas religiones se tornan obstáculos para esos regímenes totalitarios como el nazismo, no existe la menor duda de que esas personas serán victimizadas”, concluye Moraes.
“El padre Kolbe dejó esto claro para que también recordemos hoy, cuando vemos en diferentes partes del mundo, un intento de volver a algunas ideas de ese período”, dice Domingues. “El amor de Cristo no distingue a las personas, no es exclusivo. Es inclusivo. El padre Kolbe es un mártir (...) y si tuviéramos que elegir un santo para representar esto (este contexto geopolítico actual), sería él”.
Después de todo, como le gustaba decir a este religioso franciscano, “el odio no es una fuerza creadora: solo el amor lo es”.
Por Edison Veiga
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