Otra vez en puerto. El emocionado regreso de la Fragata Libertad, después de un periplo por 50 puertos americanos
El buque escuela de la Armada amarró cerca del mediodía en el Apostadero Naval de Buenos Aires; abrazos interminables, propuesta de casamiento y proyectos para el futuro de los guardiamarinas
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A la distancia las familias reconocieron los tres palos de acero de la fragata y su mascarón de proa, la ninfa de roble que representa a la República. El agua, una llanura en la calma del mediodía se abrió con el desplazamiento de su casco blanco, y una franja negra cerca de la quilla, salpicando gotas de leonado rioplatense. El buque insignia de la Argentina ingresó al apostadero, maniobrando en paralelo para el amarre mientras por las jarcias los gavieros se movían con destreza de equilibrista entre cabos y aparejos en señal de honor y respeto al puerto que los recibía.
La Fragata Libertad regresó a Buenos Aires, después de cinco meses en altamar, en lo que fue el bautismo de sus guardiamarinas curtidos en agua y sal por las casi veinte mil millas náuticas que recorrieron para completar su instrucción. El viaje por 50 puertos del continente americano estuvo rodeado de peripecias por el Canal de Panamá, las aguas cristalinas del Caribe enturbiadas por las tormentas tropicales, y los vientos helados del Estrecho de Magallanes que fueron una afrenta para el casco del buque que navegó entre las dentadas y traicioneras rocas de los cauces fueguinos y la ruta al Pacífico.
Fue el viaje 51 de formación de 51 guardiamarinas en su carrera profesional en la Armada. El último tramo de la travesía se realizó desde la rada La Plata hasta el Apostadero Naval de Buenos Aires donde los recibieron sus familiares. A algunos los esperaban en tierra nuevas vidas y otros sufrieron pérdidas importantes con las que tuvieron que lidiar a la distancia.
El preludio del retorno
Horas antes, los guardiamarinas vivían sus últimos momentos previos a la graduación. El preludio no fue el mejor, con tres días fondeados en la rada La Plata en medio de una sudestada que sacudió la embarcación, pero el clima pareció guardarse para el día especial, con viento favorable, cielo despejado y el sol cálido sin ser abrasador. El momento de levar anclas fue de movimiento frenético en el buque. Cada tripulante enfocado en su tarea, recogiendo o ajustando cabos, trabajando en la sala de máquinas, en los palos y velas, cepillando escalones de la escalera hacia la cámara de oficiales para evitar accidentes o trapeando la cubierta.
“En el retorno se juntan muchos sentimientos, la alegría de ver a la familia después de estar mucho tiempo separados y la graduación. Algunos van a encontrar a sus bebés recién nacidos y otros sufrieron pérdidas importantes. En cinco meses pasaron muchas cosas y nos volvimos familia, lo que te deja también un sabor amargo por el grupo humano que se disuelve”, dijo el capitán de navío, Carlos Gonzalo Horacio Nieto, vestido de blazer azul y corbata negra mientras supervisaba los últimos detalles en la popa. “Igual tenemos que concentrarnos hasta el momento final porque en los buques la mayor tensión es en la zarpada y el amarre”, dijo.
Para el comandante, los mayores desafíos de la fragata fueron en el Caribe y en la zona austral. “El Caribe no nos trató bien, nos agarró viento de través que nos sacudió bastante y los mares del sur son muy bravos, sobre todo del lado de Chile. El nombre del océano Pacífico es casi una ironía. Los puertos patagónicos son muy ventosos, y para amarrar en Comodoro Rivadavia tuvimos que tomar muchas precauciones porque es un puerto muy chico, pero fue un ícono del viaje”, agregó.
El amarre en Comodoro Rivadavia fue el primero en su historia que realizó la fragata al igual que el de Puerto España, en Trinidad y Tobago, un pequeño estado insular caribeño.
Con la fragata viajando a 7 nudos se sintió el olor a diesel. Los guardiamarinas no miraban el suelo como si ya supieran dónde estaba ubicados todos los cabos y poleas apoyados cercas de las bandas, sin temor a tropiezos o descuidos en la cubierta. Un gaviero vestido con remera marinera a rayas se trepó al mesana, uno de los tres palos de la fragata, de 45 metros de altura, ubicado en la popa. Tomó un gancho y avanzó a la mitad del palo horizontal hasta que desistió de la tarea y dejó que lo reemplazaran. Su compañero llegó al extremo con velocidad y desplegó la bandera argentina que se había atascado en un cable de acero. El banderón ondeó con fuerza.
“Mi trabajo principal es en los palos, cabos y velas. Llegué hasta la mitad y vi que no podía más, que estaba muy lejos y me di cuenta que tengo un límite. Estaba con el cinto de seguridad y se me complicó porque había poco espacio para avanzar. La única forma era tener coraje para pararse y caminar, pero ahora soy responsable de una nueva vida que me está esperando a unas pocas horas en el puerto. Me apoyó mi compañero que lo pudo terminar”, dijo Maximiliano Miranda, cabo de 28 años, a quien lo esperaba en el puerto su pareja con su hija de mes y medio a quien pronto iba a conocer.
“Quería una vida de aventuras”
El puerto estaba cada vez más próximo y los guardiamarinas desaparecieron unos instantes y volvieron uniformados en trajes de azul con botones dorados y gorra de plato blanca. “De chico quería una vida de aventuras y de mar y como soy de Tucumán pensé directamente en la Armada. En este viaje pude ver ballenas y cosas que nunca creí llegar a ver”, dijo Facundo Aguirre, de 25, en el último tramo de la travesía. “Esto terminó, pero uno tiene que seguir aprendiendo, estar en formación constante. Cuando juré lealtad a la bandera asumí el compromiso de que después como oficial voy a tener vidas a cargo y que es una gran responsabilidad, se muy bien que mi trabajo va en serio”, sumó.
A su lado se encontraba Sofía Palacios, infante de marina, de 25, erguida y firme, con una mano en la espalda y otra sosteniendo la gorra de plato. “Después de una experiencia en el [rompehielos Almirante] Irízar me di cuenta que me gusta el reconocimiento del territorio. Todos esperamos el momento de viajar en la Fragata Libertad y conocer puertos internacionales. Mi familia está en San Rafael, Mendoza, pero me esperan las de mis compañeros que son mi familia también. Decidí ser infante en la Armada porque integra lo naval con lo terrestre y también la aviación, es muy completa para formarse y el día de mañana, si la patria lo requiere, voy a poder defenderla”, relató Palacios hasta que la sirena de la fragata ahogó su relato para advertir a los remeros del paso de la nave.
Entonces todos formaron en la banda de estribor para presenciar la escolta de más de cincuenta veleros, buques, lanchas, gomones y yates particulares que acompañaron el ingreso de la fragata en el puerto porteño volviéndose un cardumen colorido de naves.
En la retaguardia, siguiendo de cerca la popa se ubicaron la lancha Río Santiago, que acompañó al barco desde la salida de rada La Plata y un buque práctico de maniobras. Por las bandas lo siguieron de cerca los veleros Fortuna II y Fortuna III de la Escuela Naval.
“Aprovechen el momento que es todo de ustedes, disfruten porque se lo merecen”, vociferó el superior a los guardiamarinas al momento de las maniobras que estuvieron a cargo de los suboficiales y cabos. Dentro del Apostadero Naval sonó la marcha de la Armada en tierra que fue replicada en la fragata. La orquesta del buque fue acompañada por marinos uniformados con el fusil al hombro y bayoneta. “Bienvenido Nico Heredia”, “Bienvenido Matías Paz, tu familia de Jujuy”, “Bienvenida Eliana”, “Orgullosos de vos Nacho Rojido”, se pudo leer en algunas de las múltiples pancartas del centenar de personas que acudieron al encuentro de la fragata que respondió con la sirena a los vítores de la gente.
El primero en descender fue el cabo Miranda, privilegio que se le concedió para estar lo más pronto posible junto a su hija recién nacida. El marinero se fundió en un primer abrazo y beso, frente a cientas de personas, a la bebé envuelta en una manta colorida. Una vez que pisó tierra no la soltó más. Otro marino bajó por la planchera con ritmo ceremonial transportando un cofre de papel maché, que simulaba ser madera, para cumplirle la promesa a su hija de traerle un “tesoro” de su travesía por los mares del mundo.
Quien no tuvo prisa por bajar de la fragata fue Horacio Gigena, cabo primero de 28 años. Con paciencia esperó a que los familiares empezaran a subirse y cuando su novia alcanzó la cubierta de la proa la sorprendió con un ramo de flores, se arrodilló y abrió una cajita con un anillo. La respuesta de la mujer fue un rotundo sí entre lágrimas. “Hace más de 12 años que estamos de novios y durante la travesía decidí que era el momento y me animé. Era lo único que faltaba para terminar un viaje perfecto. Nuestro proyecto es poder construir nuestra casa, seguir estudiando y avanzar en las metas personales y si Dios quiere, agrandar la familia”, dijo Gigena.
El viaje fue nuclear para la formación final de los cadetes en la Escuela Naval Militar para adaptarse a la vida en altamar. En 145 días de travesía tocaron 50 puertos por América, desde Ushuaia hasta Baltimore
“Fue una gran navegación. Se cumplió el objetivo y llegamos todos sanos. La nueva camada puso en práctica todo lo que aprendió y son buenos marineros, nada quedó librado al azar. Fueron precisos, planearon y demostraron liderazgo en un barco de 300 tripulantes donde casi todas las maniobras son artesanales, hay que trepar a los palos y velas y cualquier mala apreciación de la meteorología hace sufrir al buque”, concluyó su capitán en reconocimiento a su tripulación, con el gusto semiamargo de la despedida y la esperanza de cruzar otra vez el camino con muchos de ellos en otra aventura en altamar.
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