Otra trinchera: cómo es trabajar en un “hotel covid” y por qué hacerlo adelanta el fin de la pandemia
La propagación del SARS-CoV-2 cambió el día de a día de directores de teatros, legisladores, guías de turismo y vecinos, que hoy conviven en edificios porteños para asistir a quienes dan positivo; rutinas y sacrificios desde un frente de batalla invisible y un trabajo ininterrumpido de 15 meses
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Los movimientos, interrupciones y saltos que sigue la curva de contagios del coronavirus en la Ciudad desde que empezó la pandemia simulan la traducción de un electrocardiograma en una hoja de papel. Los picos de las ondulaciones se acentúan o suavizan, descienden o crecen, se mantienen estables o mutan, de un momento a otro, mientras avanzan los meses, como ocurre con las rutinas, las profesiones, los ánimos y los proyectos de muchas personas que el propio virus puso en jaque.
Martín Boschet reemplazó las butacas y el escenario de uno de los teatros más emblemáticos de Buenos Aires por el escritorio de una recepción en pleno centro. Tati Forace abandonó su espíritu andariego y las recorridas por el Casco Histórico para transitar en solitario por pasillos internos de un edificio. Claudio Cingolani hace malabares entre el recinto de la Legislatura, el voluntariado y los operativos Detectar. Mientras que Gerónimo Bourguignon y Ailen Hidalgo mudaron la asistencia de pacientes a camillas improvisadas; y José Seguí entrega barbijos en lugar de mapas y sugerencias a turistas que quieren conocer la ciudad.
A todos ellos la pandemia los cambió por completo. Los transformó y llevó a adaptarse sin demoras. A unirse en equipo, como una “nueva trinchera”, invisible pero necesaria, alejada de los hospitales, en esta batalla extensa que demanda la propagación del SARS-CoV-2. Convertidos momentáneamente en centros de aislamiento, se separaron por un tiempo de sus familias y trasladaron su ayuda a un puñado de hoteles porteños encargado de recibir a quienes dan positivo y evitar así más contagios entre residentes.
“No sé si vamos a poder recordar cómo era la vida”
“Mi rutina es distinta a la de la semana pasada. Hoy me levanté a las 7 de la mañana, llevé a una de mis hijas a la escuela en CABA, luego organicé los zooms para mi otro hijo que va al colegio en provincia. Después fui rápidamente al hotel, adonde paso tres días por semana para disminuir el riesgo de contagio con mi familia”, asegura a LA NACION Martín Boschet, director ejecutivo del Teatro Colón, a cargo del Hotel Presidente, después de 15 meses de trabajo ininterrumpido. Acerca de cómo alteró la pandemia su rutina habitual, afirma sin vueltas: “Cambió todo, la vida y mi día a día. A esta altura diría que si esto dura un poco más, ya no sé si vamos a recordar cómo era la vida”.
Los días en los que Martín vive en el hotel son igual de agitados: “Desayuno, me informo de las cosas del día, de los problemas, organizamos los pedidos, coordinamos con los médicos y los enfermeros, con el mantenimiento. Luego, salgo alrededor de las 12, voy al teatro, alrededor de las 15 o 16 vuelvo del Colón al hotel y ayudo a los voluntarios de ese turno para autorizar los ingresos, que suelen ser mayores a esa hora”. Cuando llega la noche, el trabajo pasa a ser una familia para él: “Tratamos de cenar todos juntos, juntos pero separados, subo a la habitación tipo 23 para ver algo, una película, y dormir”.
En línea con la política sanitaria, que a grandes rasgos consiste en testear a la mayor cantidad de habitantes de la ciudad para aislar a los casos positivos y disminuir la circulación comunitaria del virus, la administración porteña mantiene en la actualidad cinco hoteles destinados a pacientes que deben esperar el resultado negativo del test de coronavirus; un plan que se refuerza en el marco de las nuevas restricciones impuestas por el Gobierno nacional y el cupo limitado de argentinos que pueden ingresar al país provenientes del exterior. En el pasado hubo hasta 50 edificios extrahospitalarios atados a esta iniciativa, en respuesta a la variación de las cifras y la demanda de camas que sufrió Buenos Aires, confirmaron fuentes oficiales a este medio.
Atención, contención...y reproches
“¿Viste que podías?”, se repite a sí misma Tati Forace tras el giro de abandonar el aire libre, la calle y los grupos como guía turística del Casco Histórico para ser voluntaria en espacios cerrados y sin gente que deambula. “No tengo una rutina; justamente no quiero que se me haga rutina, y eso creo que es lo que me está salvando. Me tocó trabajar tres días seguidos en un hotel. La idea era esa, estar continuamente en el hotel o en los hoteles, porque en general trabajé en dos a la vez. Salía de uno y me metía en otro”, relata.
Esa elección trajo aparejados algunos ruidos en sus vínculos y reclamos de seres queridos. “A veces tengo reproches de personas que quieren venir a verme y me dicen: ´Vos preferís el hotel a mí´. Pero les explico que tengo un compromiso asumido y prefiero estar trabajando así se termina pronto”, cuenta. Entre ellas, sobresale su mamá, de 75 años, a quien le costó entender porqué no la visitaba y sólo le dejaba las compras en la puerta una vez por semana. “La pasamos muy mal porque está sola y me decía que la tenía abandonada, pero no es un abandono, es un cuidado”, explica sin arrepentimiento.
Según fuentes del gobierno de la Ciudad, los “hoteles Covid” registran en esta etapa más de 450 voluntarios centrados en la atención y contención de porteños que dan positivo o que cursan levemente la enfermedad. Desde que se inició la pandemia, alojaron a un total de 81.996 personas, incluidas familias enteras, y en la actualidad permanecen 287 distribuidas entre los hoteles Presidente (91), Cyan Tower (4), Ibis Obelisco (42), Two (90); y Argentino (59). Allí, durante diez días en promedio, se les ofrece las cuatro comidas y seguimiento médico y psicológico. Familiares o amigos pueden acercarles sin tener contacto ropa, dispositivos o lo que precisen, para hacer más amena la estadía y acortar la distancia.
“Tuve que buscar otros caminos”
Es lunes y Gerónimo Bourguignon camina desde su casa de Palermo hasta el hospital privado en el que trabaja, donde la dinámica ya no es la misma, o al menos no es la que conoce por sus años de experiencia. Como médico ginecólogo siempre se desempeñó en el sistema de salud privado, pero el SARS-CoV-2 lo puso en un lugar distinto. “Me dedicaba a atender patologías ginecológicas y, a partir del cierre parcial de algunos consultorios y quirófanos, tuve que buscar otros caminos”, cuenta desde el Hotel Ibis Obelisco, donde cumple guardias de 24 horas atendiendo a pacientes infectados. Pero en su vida no solo se alteró su trabajo, también se modificó su manera de relacionarse con amigos. “Evito ver a quienes puedan tener factores de riesgo, me mantengo en contacto a través de medios digitales”. La costumbre alcanza a su familia, que antes visitaba en su Tucumán natal.
En la descripción que hace del funcionamiento del sistema público de salud se consolida una enseñanza que, entiende, dejará esta pandemia: “Aprendí a trabajar en equipo como lo hacemos en los hoteles, que todos dependemos de todos, nuestro trabajo está conectado y, a su vez, dependemos de los hospitales y los hospitales dependen de nosotros”. El salto de perspectiva del trabajo en un consultorio particular al ámbito público es quizás el reflejo de una nueva conciencia social que interpela a todos como ciudadanos.
Al igual que Gerónimo, Ailen Hidalgo, de 35 años y enfermera, trasladó su rol de los hospitales a los hoteles, y sacrificó el contacto con sus hijas durante cuatro meses hasta saber bien de qué se trataba el virus y cuáles eran las medidas de cuidado que exigía el protocolo. Ahora alterna las guardias en el hotel con su casa, aunque reconoce que la división del tiempo no es equitativa: “Hoy llego a mi casa a las 22, limpio, cocino, estoy con mis niñas un rato, se van a dormir y me pongo a hacer todo lo que me queda. Me estaré acostando a las 2 de la madrugada y a las 7.30, 8, ya me levanto”.
Para Ailen, las tareas a las que estaba acostumbrada como enfermera cambiaron sustancialmente. Frente al contacto estrecho que tenía en su cotidianidad con los enfermos, hoy se antepone el distanciamiento que marca el protocolo. “Llevo la medicación, controlo la saturación de oxígeno, tomo la presión”, resalta. Sin embargo, existen situaciones que presentaron múltiples desafíos por las limitaciones que el mismo virus trae: “Al paciente que le agarra ataques de pánico, de estrés, de ansiedad, le brindó apoyo y contención, ya que de otra forma no se lo puede calmar porque no puedo tocarlo, no puedo acercarme”.
De “tragedia colectiva a otros “contagios”
Desde el Hotel Rochester, Claudio Cingolani, legislador de la Ciudad, con tres hijos, confiesa que la pausa que implicó este contexto lo obligó a ponerse en funcionamiento de un modo impensado. Se hizo cargo del lugar y combinó su tarea en el recinto con la gestión del hotel. Participó de distintos voluntariados, de la asistencia a la tercera edad y de los operativos Detectar: “Uno empieza haciendo lo necesario, sigue haciendo lo posible y termina haciendo lo imposible cuando se trata de ayudar. Lo positivo es ver cómo cada persona puede cambiar el estado de las cosas; el trabajo en equipo y el de cada uno, el de tantos voluntarios, servidores públicos, médicos y enfermeros que lo dejan todo”.
Es que este año y medio -que contabiliza un acumulado de 459.216 contagiados, 414.959 recuperados y 10.864 fallecidos, de acuerdo al último informe sobre la situación sanitaria en la Ciudad- movilizó a un número significativo de vecinos anónimos a mostrar su mejor faceta.
Así lo expresa José Seguí, un ejemplo de cómo esta “tragedia colectiva” pudo y puede, en simultáneo, ser sinónimo de otras cosas. “Han pasado cosas muy lindas, como pedir donaciones a personas o empresas y que inmediatamente se activen y se pongan en el lugar donde uno está, en la trinchera, para ayudar o dar una mano en lo que fuera. El Día del Niño tuvimos cientos de donaciones de juguetes, hubo taxistas que fueron a buscar gente que no tenía medios para trasladarse, que ayudaron a personas en situación de calle”, grafica.
Como responsable del Hotel Ibis Obelisco reflexiona y menciona otros contagios, aquellos que promueven la solidaridad e impulsan a salir adelante en conjunto. “Lo primero que pensé es que quería ser protagonista y no espectador de la pandemia, que quería ayudar en lo que se pudiera y cómo se pudiera. Creo que uno lleva en el ADN el concepto de servidor público. No me podía aguantar en mi casa”, cierra con la convicción de no haber errado en su decisión, más allá de las privaciones diarias, el cansancio en aumento, y la incertidumbre que, lejos de acotarse en la actualidad, se agiganta sin horizonte ni respuestas firmes.
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