El año pasado, los estudiantes de primaria del distrito de Pocho obtuvieron resultados muy por encima de la media en las pruebas Aprender
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SALSACATE, Córdoba.- La noticia sacudió la calma árida de la siesta de este pueblo de 2000 habitantes en el departamento de Pocho, uno de los distritos más pobres de Córdoba. Salsacate se levanta en Traslasierra, casi en el límite con La Rioja. Está rodeado por tres volcanes inactivos. Aquí, las bicicletas duermen afuera, las puertas no tienen llave y una vez al año se hace un simulacro de terremoto. Pero nada de eso tiene que ver con la razón del llamado que sacudió la calma de la siesta.
Claudia Toledo, la directora de la única escuela primaria del pueblo, la General José de San Martín, no terminaba de entender la noticia que le llegó a su celular. Los chicos del establecimiento, junto con los de las 19 escuelas rurales del departamento, resultaron ser algo así como abanderados a nivel nacional de las últimas pruebas Aprender, tomadas hace un año. “Es muy emocionante. Yo sé del esfuerzo de los chicos y de los docentes. Y ver que, desde esta zona árida, donde el calor o las heladas se comen todo lo que plantamos, que brote y crezca el conocimiento, que nuestros chicos sean el orgullo nacional, nos llena el alma”, dice la directora.
No es para menos. Según un análisis de los datos de las últimas pruebas Aprender que dio a conocer hace una semana el Observatorio de Argentinos por la Educación, los chicos del departamento de Pocho obtuvieron las mejores calificaciones del país, muy por encima de la media nacional, y varios puntos por arriba de las comunas mejor puntuadas en la ciudad de Buenos Aires. El informe señala que hoy, el 94% de los estudiantes de todo el país que ingresan a primer grado llegan a sexto a tiempo, pero solo el 45% lo hace, además, “en forma”, es decir, con conocimientos satisfactorios en lengua y en matemática.
Sin embargo, el departamento de Pocho se destacó a nivel nacional, porque allí el 79% de los alumnos demostraron haber llegado a sexto grado en tiempo y forma. O sea, 34 puntos porcentuales por encima de la media nacional. En segundo lugar, se ubicó la comuna 6 (el barrio de Caballito) de la ciudad de Buenos Aires con un 73%.
Resultados
¿Qué es lo que están haciendo tan bien? La directora se ríe ante la pregunta, mientras camina por los pasillos de esta escuela que permanece abierta todos los días hasta las 14. “Hace algunos años conseguimos la jornada extendida. Los chicos almuerzan acá y siguen aprendiendo un poco más”, explica. En total, asisten 126 alumnos. Les faltan algunos más: tendrían que llegar a los 150 para seguir manteniendo el rango de escuela de primera categoría. Sin embargo, como asisten a los establecimientos rurales de la zona, se les mantiene esa categoría. “Pero acá no tenemos deserción escolar. Es muy raro. Porque a los chicos los conocemos a todos por su nombre, mucho antes de que sean nuestros alumnos. Y si alguno falta, enseguida preguntamos por qué y nos ocupamos de que vuelva al colegio”, cuenta.
Las paredes de las aulas dan algunas pistas del paradigma de enseñanza que domina en este pueblo de Traslasierra. Por ejemplo, hay un cartel en el que se lee: “Los pochoclos se preparan todos en la misma olla, sin embargo, no todos los granos explotan al mismo tiempo”. A las maestras se las ve firmes, un poco a la vieja usanza de la docencia, pero a la vez muy cercanas y atentas a las necesidades de los chicos, una combinación que les está dando buenos resultados. Por ejemplo, en la pared del aula de segundo grado hay un organizador hecho con rollitos de papel higiénico, con el nombre de cada chico. “Si falté, acá puedo encontrar mi tarea”, se lee en el cartel. Así, cuando alguno se ausentó, no tiene que hacer el largo camino de pedir la tarea en el WhatsApp de las madres y esperar a que alguien responda. Allí va a encontrar todo. Un detalle que hace la diferencia. Otro dato que llama la atención es que en las paredes de casi todas las aulas están escritos los nombres de los chicos en distintos afiches. Son para ir destacando los logros de cada uno en las distintas áreas.
Hay que conocer algunos datos y a algunos personajes del pueblo para entender por qué mientras los chicos de todo el país cada vez aprenden menos, los de Pocho avanzan a contramano de las estadísticas. Estos niños, en muchos sentidos, parecen vivir una realidad diferente a la de otros estudiantes de su edad en otros puntos del país. Acá, los celulares en manos de ellos no son tan frecuentes. La conectividad es bastante mala y, además, solo el 22% de los hogares tiene acceso a internet, según los datos del último censo. También, en uno de cada tres hogares ni siquiera hay un celular con acceso a internet. Las estadísticas son las más bajas no solo de la provincia, sino también del país.
Por estos días, el gobierno provincial se propone saldar esa deuda. El gobernador Martín Llaryora anunció que firmaron un convenio para dotar con antenas de Starlink a unas 600 escuelas rurales de la provincia, algo que es muy celebrado por docentes y alumnos. La paradoja es que, quizás, en el caso de Pocho, la difícil conectividad haya generado un ecosistema propicio para que el celular y el estar conectados no sean la parte central de la vida de los chicos. En cambio, aquí, alcanza con conversar con los alumnos que rindieron las pruebas Aprender en Salsacate para entender que el deporte y el encuentro cara a cara con pares son la parte más interesante de sus vidas.
Justamente como en Córdoba se finaliza la primaria en sexto grado, los estudiantes que rindieron las pruebas Aprender con tan buenos resultados ya están en la secundaria. También, la única que hay en el pueblo, que es una técnica de la que egresan como maestro mayor de obra. Aunque es pública, los chicos concurren con uniforme: unas chombas azules y también tienen un buzo.
Paloma Salinas tiene 13 años, vive en Salsacate con sus padres y sus dos hermanos. “¿A qué edad te dieron un celular?”, es la pregunta. “No, no tengo celular”, responde. Ahora ella está en la secundaria, a veces va caminando al colegio y otras, la lleva su padre. Allí, la razón de la inseguridad no pesa a la hora de decidir darles un dispositivo a los hijos. “A veces salgo del colegio al mediodía y otras, a las 16. Me gusta mucho el deporte”, cuenta. Así, su tarde se reparte entre entrenar una hora y jugar en el club o en el polideportivo otras dos. Puede ser fútbol, voley o hockey. Una característica que se destaca es que casi todos los chicos practican dos o tres deportes, porque el municipio abrió distintos centros gratuitos para que entrenen e interactúen entre ellos por las tardes.
Jugar
El tiempo parece transcurrir a otro ritmo en Salsacate. Los chicos están informados de todo y tienen grandes sueños. Quieren viajar y estudiar una carrera. Usan el chat GPT, pero saben que los profesores los leen como un libro abierto y se dan cuenta si hicieron ellos el trabajo o simplemente le preguntaron a una inteligencia artificial. Y, cuando se conversa con ellos, es evidente que están más enganchados con las relaciones interpersonales que con la tecnología.
“Sí, nosotros tenemos compu en casa. También tengo Play. A veces juego con mis amigos, pero si me llaman y me dicen de ir a jugar al fútbol, prefiero eso mil veces que jugar con ellos online”, cuenta Lucio Gautero, de 13 años, otro de los egresados de la escuela primaria que el año pasado rindieron las pruebas Aprender con tan buenos resultados. Ir a jugar voley al balneario municipal es uno de sus planes favoritos.
Para llegar a Salsacate desde la capital provincial hay que manejar unas tres horas. Atrás se deja la Córdoba próspera y turística. A las dos horas, desaparecen los arroyos y el monte verde, ahora negro por los últimos incendios, y se llega a una zona donde el paisaje cambia y se vuelve árido. Allí los cultivos no tienen buen pronóstico. La diferencia de temperatura y las heladas hacen muy difícil llegar al momento de la cosecha. El maíz constituye uno de los cultivos más importantes. También es uno de los pocos lugares del país en los que se siembra amaranto para la exportación. En otras épocas se cultivaban olivos, pero hubo una fuerte plaga y casi todo se trasladó a La Rioja. “El empleo público es la principal actividad del municipio”, explica Toledo.
Salsacate significa “Valle de campana” y el término explica mucho de la entrañable tonada cordobesa. Antes de la llegada de los españoles, en la zona se localizaban los comechingones, que tenían una particular forma de hablar, acentuando la primera sílaba de las palabras, “esdrujulizando” casi todo lo que decían. Los españoles decían que ellos hablaban la lengua “a campana”, al acentuar las palabras en la primera sílaba, “como el tañido de una campana”.
Rocío Oliva tiene 12 y es de Taninga, una localidad a 3 km de Salsacate. Hizo la primaria en la escuela rural de esa localidad. Y allí le tocó rendir las pruebas Aprender. Su maestra, Araceli, se repartía para enseñarles a los 19 chicos desde primer grado a sexto. Los dividía en niveles y les iba dando contenidos a cada grupo. Ella rindió el examen, junto a tres compañeros. Los resultados mostraron que el 100% de los chicos de Taninga habían llegado a sexto grado en tiempo y forma. Ahora Rocío cursa la secundaria en Salsacate. “Hace unas semanas, la profesora de matemática nos miró y nos dijo: ‘bueno, eso es todo’. ¿Todo qué? Que habíamos terminado de ver todos los contenidos de primer año. Y todavía nos faltan dos meses de clase. Nos preguntó si queríamos empezar con los de segundo y les dijimos que sí”, cuenta.
Una de las características que más sorprende es que estos chicos que obtuvieron tan buenos resultados tenían encima el peso de haber atravesado la pandemia, con poca conectividad. Las maestras recuerdan que todo el equipo de la escuela se puso al hombro la cruzada. Imprimían cuadernillos, los repartían, hasta la policía local sacaba fotocopias para los chicos y les prestaba el wifi a los que no tenían conexión. De todas formas, pese al esfuerzo, cuando volvieron a la presencialidad, cuenta la directora, se dieron cuenta que costaba y había un retraso en el aprendizaje. Se plantearon el desafío de recuperar el tiempo perdido. La “seño” Sandra Montiel decidió enseñarles a tomar nota. No importaba el tema, ella hablaba y los chicos tenían que aprender a tomar apuntes y seguir el tema. También trabajó con ellos en la comprensión de las consignas y en la elaboración de resúmenes. “Todo eso nos sirvió un montón, sobre todo ahora en la secundaria. Cuando nos tomaron las pruebas Aprender, me acuerdo que las consignas eran complicadas. Las preguntas eran capciosas, había que leer bien y responder atentos. Se ve que lo pudimos hacer bien”, dice Lucía Heredia, que juega al voley, al hockey y al fútbol, y además estudia inglés.
“Siempre supimos que este grupo era muy capaz. Y con los apoyos necesarios, los más básicos, que las docentes les pudimos dar, obtuvieron resultados extraordinarios”, dice Graciela Barrera, que fue docente de matemática y ciencias naturales de este grupo, junto a Rocío Oviedo, de lengua, literatura y TIC. “Es muy emocionante pensar que si un pueblo de los más pobres de Córdoba logró estos resultados, significa que haciendo las cosas bien, se puede hacer cosas muy importantes”, completa Toledo.
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