Todavía es el mayor cargamento de cocaína secuestrado en la Argentina. Pasaron 20 años hasta que, a mediados de 2017, dos intentos de contrabando de esta droga, frustrados por la policía, rozaron arrebatarle el reinado a la mítica operación Strawberry, que el 30 de abril de 1997 terminó con el decomiso de 2177 kilos del poderoso narcótico que el cartel de Cali pretendía enviar a Alemania oculto entre una millonaria exportación de cajones de pulpa de frutas congeladas.
Así como Strawberry se convirtió en el aún imbatido operativo de secuestro de cocaína –por delante de Bobinas Blancas, con 2000 kilos, y Águilas Blancas, realizado 21 días antes que aquel, con 1800–, la causa, que marcó a fuego la realidad de que la Argentina se estaba convirtiendo en una plaza importante del negocio mundial de los estupefacientes, pasó de ser un éxito fulgurante a un escándalo y estrepitoso fracaso judicial.
Dos años después, en dos juicios orales, la causa fue declarada nula. Al fin, los 16 imputados iniciales, detenidos al cabo de más de 20 cinematográficos allanamientos, quedaron absueltos y libres. Quedarían en evidencia peleas y recelos entre las fuerzas que intervinieron –las policías Federal y bonaerense, la ex-SIDE–, el sinuoso manejo del caso hecho por el juez federal de San Isidro Roberto Marquevich (años después, destituido) y hasta la sospecha de que los verdaderos dueños del cargamento se escaparon delante de las narices de los agentes, en pleno operativo de decomiso.
También dejaría en evidencia el poder del narcotráfico internacional, que sigue activo y sentó raíces en el país. Aunque pasaron 21 años desde que un grupo de efectivos de las policías Federal y bonaerense y agentes de la ex-SIDE irrumpieron en el galpón de Constituyentes 165, en General Pacheco, Tigre, la metodología utilizada por los carteles dedicados al tráfico de estupefacientes no cambió.
Desde Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, en México; hasta Pablo Escobar Gaviria y los hermanos Rodríguez Orejuela, en Colombia, los carteles de narcotraficantes más importantes aplicaron el mismo método: armar una empresa con fachada legal, desarrollar una actividad comercial normal de importación y exportación durante un determinado tiempo y, una vez que se confirma que la ruta elegida es segura, se comienza a enviar la cocaína –oculta en productos legales– hasta su destino en los Estados Unidos o Europa.
El Chapo usó una exportadora de duraznos y tomates en latas para mandar los primeros cargamentos de cocaína a los Estados Unidos. Los delegados de Escobar Gaviria en la Argentina recurrieron a una empresa frigorífica para enviar droga a Europa oculta en crustáceos congelados: la también histórica operación Langostino.
A principios de la década del 90, en esa necesidad de encontrar nuevas rutas para los cargamentos de cocaína, los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, máximos referentes del cartel de Cali, se enfocaron en la Argentina como uno de los vértices para la triangulación de embarques para las toneladas de cocaína que producían sus factorías instaladas en la zona selvática del Valle del Cauca, en Colombia.
Luego de perder, en 1995, un cargamento de 1030 kilos de cocaína a manos de la policía bonaerense en el llamado operativo Café Blanco, los capos del cartel de Cali enviaron a la Argentina a un familiar para organizar futuros embarques y evitar errores: Alberto Rodríguez Vargas.
Un investigador del caso dijo a la nacion que uno de los Rodríguez Orejuela viajó a la Argentina para supervisar personalmente la instalación de la nueva ruta de la cocaína. El delegado de los jefes del cartel armó una empresa de importación y exportación de pulpa de frutillas y ananás colombianos y de manzanas argentinas: Viardot SA, con domicilio legal constituido en Constituyentes 165, Tigre.
Durante casi dos años llegaron a ese galpón cargamentos con pulpa de fruta. Viardot SA llegó a monopolizar los embarques de ese producto a Alemania.
Curiosamente, a nadie en la Aduana le llamó la atención ese detalle: que una empresa nueva, con un galpón alquilado y dos autoelevadores que contrataba a barrabravas de Tigre como personal temporario hubiera copado el mercado de exportación de pulpa de frutas a Alemania.
"La fragilidad de controles en los puertos y las fronteras y el hecho de que el pasaporte argentino hacía innecesaria la visa para entrar en los Estados Unidos fueron factores que llevaron a los Rodríguez Orejuela a elegir la Argentina para mandar cocaína a Europa y al norte", confió aquel investigador.
Explicó que la operatoria para enviar la droga oculta en los embarques de pulpa de fruta primero a la Argentina y desde aquí a Alemania se gestó en junio de 1995, en una reunión que los Rodríguez Orejuela y sus socios, los hermanos Luis y Raúl Grajales, mantuvieron en un restaurante del hotel Intercontinental, en Cali.
Un año después, una llamada anónima a una dependencia de la policía bonaerense en Tigre alertó sobre la presencia de narcos colombianos en la zona. Por la falta de recursos, los responsables de la fuerza pidieron la colaboración de agentes de la ex-SIDE para intervenir al menos 40 teléfonos.
"En las escuchas telefónicas se podía advertir cómo los colombianos les mentían a los socios argentinos con respecto a la fecha en la que llegaría el embarque grande de cocaína. Los argentinos estaban ansiosos porque querían cobrar el dinero que les habían prometido por montar la empresa, después de haber trabajado durante más de un año en el estibaje de los tambores con pulpa de fruta que mandaban desde Colombia. Esos barriles, con cambios mínimos en su aspecto exterior y con una nueva carta de porte, eran enviados en barco hacia el puerto de Hamburgo", explicó el investigador.
Luego de probar la ruta durante más de un año y medio, el cartel de Cali mandó el primer cargamento importante. Para pagar menos comisiones, Rodríguez Vargas informó a los socios argentinos que enviaban 1000 kilos de cocaína. El acuerdo era que cobrarían 2500 dólares por kilo traficado.
Por eso, algunos integrantes de la banda quedaron pasmados cuando el 30 de abril de 1997 efectivos del Grupo Especial de Operaciones Federales se descolgaron con sogas por el techo del galpón de General Pacheco. Cuando terminó el conteo, no eran 1000, sino 2177 kilos de cocaína.
"Los colombianos se quisieron quedar con 2.500.000 dólares que les correspondían al contador y al despachante de aduana que había armado la empresa exportadora", confió a la nacion, 21 años después, uno de los policías que participaron en el operativo.
El allanamiento en el galpón había sido ordenado por Marquevich. Lo que se presentó como un éxito rutilante fue, en realidad, inconveniente. El operativo en General Pacheco frustró el que la policía antidrogas alemana había montado en el puerto de Hamburgo para desbaratar a los dealers locales tras una "entrega controlada" y provocó un conflicto diplomático entre las autoridades germanas y las argentinas.
Entre los detenidos en Tigre, se sabría después, había choferes de camiones y changarines. Según se ventiló en los juicios orales posteriores, los dos organizadores de la banda salieron caminando del galpón, minutos antes del allanamiento, ante la pasividad de los agentes de inteligencia que vigilaban el lugar. Dijeron "ya volvemos" y se fueron segundos antes de que la policía allanara.
El cartel de Cali tenía tanta fe en la nueva ruta que ya preparaba otro embarque: llevaron 10.000 kilos de cocaína a un playón del puerto de Buenos Aires en tambores de pulpa. Esa droga desapareció.
La cobertura del caso en LA NACION
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