Oficio: la costurera que revoluciona el monte misionero
Norma Franco (60) es mucho más que una costurera. Es la protagonista de una revolución cultural en el monte misionero. Enseña el oficio a otras mujeres y, entre puntada y puntada, las empodera para que crean en ellas mismas y se animen a vivir de otra manera. En medio de una cultura machista y una violencia de género lastimosa, ellas salen adelante apoyándose unas en otras, ganando confianza y aprendiendo que pueden ganar independencia a través del trabajo digno.
"Las mujeres del monte son madres a los 14 años. Tienen entre 5 y 10 hijos cada una, pasan la vida sin salir de su casa, al servicio del marido, criando niños y animales en la chacra. Es un problema cultural que estamos tratando de cambiar", explica la protagonista de esta historia de alto impacto social que transcurre entre mates, hilos y confidencias en voz baja.
Todo empezó hace 4 años cuando la fundación Manos Misioneras la convocó para dar clases de costura en las dos escuelas rurales que apadrina. Están ubicadas a 80 kilómetros de Posadas, en el corazón del monte. Las clases se dan una vez por semana y asisten 32 mujeres, todas madres de alumnos.
"Nunca habían visto una maquina de coser. No sabían enhebrar. Jamás se imaginaron que iban a poder aprender un oficio. Hoy se hacen su ropa y la de sus familias. Las más valientes hacen prendas por encargo, como modistas. Queremos que todas entiendan que pueden ganar dinero trabajando", explica Norma.
En el monte viven 3000 personas. La luz eléctrica llegó hace cinco años. Para poder tener acceso a internet hay que irse al pueblo más cercano, ubicado a 20 kilómetros. La gente cocina a lena. En las escuelas donde se reúnen hay luz, gas y agua potable. Allí concurren 200 alumnos, la mayoría niñas.
Cultura
La vida de estas mujeres es bien dura. Norma nació en el monte en una casita de madera. Iba a la escuela rural montada a caballo con su hermano mayor. Su padre era albañil y su madre se ocupaba de los frutales de la chacra familiar. Cuando cumplió 10 años se mudaron a Buenos Aires en busca de mejores oportunidades. El cambio del monte a la gran ciudad fue vertiginoso.
Al terminar la escuela primaria decidió empezar a trabajar. Tenía 14 años cuando ingresó como operaria en un taller de costura regentado por una mujer paraguaya; allí aprendió a coser pantalones. A los 20 años se casó y fue madre. Las cosas no iban bien y un día tomó la decisión de separarse, tomarse un colectivo a Misiones con su hija, un bolso y el coraje de empezar de cero sin un hombre al lado. Se instaló en un pueblo a 20 kilómetros del monte y empezó a trabajar con otra costurera haciendo vestidos para fiesta. Hoy tiene el desafío de transmitirle a otras mujeres que ellas también pueden salir adelante y superarse. Su testimonio enciende los corazones de las mujeres del monte.
En la fundación apuntan a convertir el taller de costureras en una cooperativa de trabajo. Van paso a paso. Han logrado hacer camisas, uniformes de trabajo y delantales para colegios y empresas de Buenos Aires. El 50 % de las ganancias se volvieron a invertir en el taller para comprar materiales, y el resto se pudo repartir entre las costureras. Cuando cada una de ellas embolso su dinero, sus ojos brillaron con la chispa de quien entendió todo. Ganaron confianza en ellas mismas, además de dinero. Entendieron que con esfuerzo y ganas pueden ser independientes. Hoy están comprometidas con ese cambio de paradigma. Sienten que no las para nadie. Con cada puntada ganan confianza y mejoran su autoestima. Lo hacen por ellas mismas, por sus hijas, por sus nietas y por todas las mujeres de sus familias que no pudieron vivir de otra manera.
Hace algunos meses, con el dinero ganado por el trabajo comunitario, organizaron un viaje a conocer las Cataratas del Iguazú. Fueron y volvieron en el día. Para la mayoría de esas mujeres el viaje representó la primera salida del monte.
Si sus padres tuvieron piso de tierra ellas quieren tenerlo de cemento. La casa de material es un símbolo aspiracional para cualquiera que viva en el monte. Otro sueño compartido es que sus hijos continúen estudiando hasta terminar la secundaria. Muchos terminan la primaria y se ponen a trabajar en la chacra, cuidando chanchos y gallinas. No es fácil estudiar en el monte, pero más difícil es entregarse de por vida a la cría de animales. Las mujeres del taller de costura no quieren que sus hijas repitan la historia. Tienen el desafío de mostrarles otra realidad posible. Saben que si ellas pueden, sus hijas también podrán.