Ofensiva de China en la "batalla cultural"
La potencia económica también quiere exportar al mundo su historia milenaria, sus costumbres y atraer visitantes
PEKIN.- Una tragedia enmarcada en la Segunda Guerra Mundial, un héroe estadounidense, un grupo de niñas que buscan protección, un presupuesto de 90 millones de dólares... Cualquiera pensaría que se trata de un film bélico hecho en Hollywood, pero se trata de Las flores de la guerra , la mayor superproducción en la historia del cine en China.
Los chinos conocen la historia de memoria. Poco después de invadir China en 1937, las tropas japonesas arrasaron con la capital Nanjing, violando y asesinando a unas 150.000 personas. La película de Zhang Yimou y protagonizada por Christian Bale, el último Batman -que interpreta a un hombre que intenta salvar a un grupo de mujeres de la barbarie nipona- va hacia la conquista de no sólo el público chino sino el occidental. No en vano fue estrenada casi en simultáneo en China y en Estados Unidos.
Pero las ambiciones de Pekín van más allá llegar a todas las pantallas de cine del mundo. Desde que Hu Jintao subió al poder, China le da ha dado gran importancia a cómo la ven en el exterior. En estos ocho años entendió que si quiere convertirse en un protagonista internacional, impulsada por su veloz crecimiento económico, debe matizar la manera como la ve el mundo y, por qué no, moldear su propia imagen. Debe, como anunció Hu durante el congreso del Partido Comunista en 2007, incrementar su "poder blando", utilizando el termino acuñado por Joseph Nye, profesor de la Universidad de Harvard. En otras palabras, para convertirse en una potencia mundial es necesario que los nombres de Wang Fei, Yue Minjun y Chen Kaige se vuelvan tan conocidos como los de Madonna, Andy Warhol y Steven Spielberg.
La influencia que ejerce una potencia en el mundo es, en el fondo, una cuestión de imagen. "Entre más poder de atracción tiene un país, menos necesidades sienten sus vecinos de equilibrar su poder", escribió Nye. De ahí la importancia que tiene el "soft power", que Nye bautizó como "la habilidad de conseguir lo que se busca mediante la atracción, en vez de mediante la fuerza o el dinero". Es decir, no sólo permite ser visto bajo una luz más positiva, sino que fortalece su capacidad de atraer turistas, estudiantes y entusiastas.
China busca forjarse una imagen de país moderno y desarrollado, culturalmente vibrante y políticamente pacífico. Para lograrlo ha invertido un considerable esfuerzo en eventos tan visibles como los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008 o la Expo Shanghai en 2010, así como en proyectos menos mediáticos -pero muy bien focalizados- como sus misiones médicas en Africa y el Caribe, o la reconstrucción del Parlamento de Camboya.
Y ningún campo permite lograrlo mejor que la cultura. China lo entiende: Hollywood, Walt Disney y Bob Dylan han moldeado la imagen de Estados Unidos tanto o más que las políticas de Washington. Los Beatles, el flamenco y el tango son íconos culturales que proporcionan una imagen a sus países. El problema es que la cultura contemporánea china no genera mayor entusiasmo en el exterior. ¿Cuánta gente conoce, fuera de Asia, al pianista Lang Lang? ¿O a Cui Jian, "padre del rock chino"? ¿Y al novelista Yu Hua? Tampoco ayuda que algunos nombres más conocidos no sean del agrado de Pekín. Ai Weiwei podrá ser mundialmente conocido, pero sus feroces críticas y su activismo convirtieron al artista en un personaje incómodo para el régimen. Gao Xingjian, premio Nobel de Literatura en 2000 y exiliado en Francia, ni siquiera es considerado como chino.
Sun Tzu también
Así que Pekín decidió acudir a su milenaria historia para despertar interés por su cultura y su sociedad. Los récords de visitantes logrados por las exposiciones de los guerreros de terracota de Xi'an en Bogotá y Santiago confirman el éxito de la estrategia. Y aunque Sun Tzu vivió hace más de 2500 años, el pensador y su libro El arte de la guerra se han convertido en una de las principales cartas culturales. Un congreso avalado por la cúpula del gobierno decidió que el taoísmo y la filosofía de Lao Tsé también tienen potencial internacional. No parece haber ninguna contradicción en el hecho de que China sea oficialmente un país ateo.
¿Y por qué no poner a los occidentales a hablar mandarín también? Con esa idea, nació en 2004 la red de Institutos Confucio, que hoy cuenta con 353 centros en universidades de 94 países. Dos de ellos se encuentran en la Argentina: el de la Universidad de Buenos Aires tuvo 1500 estudiantes inscritos el año pasado y el de la Universidad Nacional de La Plata otros 200. A éstos se han sumado más de diez centros de enseñanza de mandarín en todo el país, incluyendo ciudades como Rosario, Córdoba, Posadas y Mar del Plata.
Ha pasado poco tiempo, pero ya se pueden ver algunos resultados concretos de los esfuerzos en educación: el número de estudiantes extranjeros en China aumentó de 36.000 hace una década hasta 240.000 en 2011. Aunque la Argentina cuenta aún con pocos estudiantes en China, la UBA firmó recientemente acuerdos con las universidades de Pekín y Tsinghua.
Pero para Nye, la imagen de un país y su capacidad de atraer culturalmente no son solamente un asunto de estado. "Gran parte del «soft power» de un país lo produce la sociedad civil", escribió. En el futuro no será suficiente que el gobierno le inyecte capital a su difusión mundial. Y es ahí donde quizás radica el mayor reto.
Hu alertó sobre "fuerzas hostiles"
En un artículo publicado una revista del Partido Comunista, el presidente Hu Jintao afirmó que China debía reforzar su producción cultural para defenderse del "asalto" occidental sobre su cultura e ideología. Señaló que "fuerzas internacionales hostiles están intensificando su estrategia para occidentalizar y dividir a China, y las áreas cultural e ideológica son los focos de esta infiltración de largo aliento". Y añadió: "La fuerza cultural de China y su influencia internacional no condicen con el estatus internacional de China. La cultura occidental es poderosa y la nuestra es débil",
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