"Nunca imaginé conocer un parador de indigentes"
Karen Viana trabaja en administración de empresas; era propietaria de uno de los departamentos del edificio que se derrumbó y terminó en un parador; otros testimonios
Karen Viana, de 28 años, trabaja en administración de empresas y desde que se independizó de sus padres, hace cinco años, vivía en un departamento propio en el edificio de Bartolomé Mitre 1232 que se derrumbó. Se define de clase media y dice que no tiene nada contra los sin techo, pero cuenta que se crió en un hogar que no tenía nada que ver con los refugios nocturnos que le ofreció el gobierno de la Ciudad para pasar la contingencia.
"Me llevaron a un refugio de mujeres en Constitución. Sobre que la situación ya era triste, éramos seis personas desconocidas en una habitación donde había también una cuna para un niño. No había intimidad porque ni las habitaciones ni los baños tienen cerraduras, ¡es todo tan precario!", relata Karen. Y sigue su relato: "No tengo nada contra los indigentes, pero ese es el lugar de ellos; nunca pensé que podía terminar en un parador para indigentes sin hogar". Ella no quiso quedarse y prefirió dormir en el sofá de su hermano.
El parador al que llevaron a Karen la noche del viernes último es el Azucena Villaflor, en Piedras 1581, con capacidad para alojar a unas 90 personas, que funciona desde 2006 como hogar para mujeres embarazadas. Allí, unas 65 personas fueron alojadas provisoriamente a partir de la tragedia que obligó a evacuar a 220 personas.
"No pude dormir del miedo"
Patricia Salas Cháves, de 64 años, también estuvo entre las evacuadas. Cuenta a LA NACION que a las 4 de la mañana del viernes, la llevaron a un refugio provisto por el gobierno porteño, en La Boca. "No pude ni dormir del miedo que tenía, era un lugar muy frío". Ella fue una de las 50 personas que debieron dormir en el hogar de Pedro de Mendoza 1572, en el barrio de La Boca.
Luego la mudaron al Azucena Villaflor y Patricia dijo estar mejor. "Esto es otra cosa", cuenta desde allí, y repasa con la mirada la amplia sala de estar del refugio de Constitución, de tres plantas y 17 habitaciones. Después de ocurrido el derrumbe, este parador se destinó como un espacio exclusivo para las mujeres y niños que debieron desocupar sus viviendas.
Para los varones, en tanto, se destinaron otros hogares como refugio por estas noches. De día Daniel hace guardia con unas pocas pertenencias cerca de la que fue su casa. Espera respuestas. Cuenta que la noche del viernes fue de las peores que vivió en su vida. "Fui a un refugio y estuvo malísimo. ¡Mirá!", dice, y extiende el brazo para mostrar picaduras de pulgas. "Al otro día me vine. Nunca más un refugio", agrega, enojado. Habla de la falta de limpieza, de la comida que se sirve fría, del destrato con los más pequeños. "A las 4 de la mañana nos dieron arroz a la bolognesa frío porque los chicos lloraban de hambre", describe, y así concluye su testimonio.
Cuando Carlos Vaca, propietario de un departamento en el edificio derrumbado, narra su experiencia aclara que su hijo, de 29 años, lo paró antes de que fuera a un parador. "Me dijo: ‘Papá, no vayas, porque yo me lo puedo bancar pero no es para gente mayor. No son cosas de ver", le dijo y no se explayó. Entonces Carlos y su mujer optaron por invertir en un hotel económico. "Pedimos comprobantes de todo como para que después nos reconozcan lo que gastamos por estos días sin techo", concluye.
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