Nuevos payadores: el auge de las batallas de freestylers
En la Argentina, crecen las disputas en escenarios al ritmo del rap
FORMOSA.– A un par de cuadras del centro de esta ciudad, en un muelle sobre el río Paraguay, un chico de 18 años modula el rasguño de una púa contra un vinilo imaginario. “Bien ahí, guacho”, dice César García, alias “Shecka”, cuando uno de sus amigos termina la última rima de un rap largo, improvisado y coral.
La luz del atardecer y el bote de pescadores que se abre paso entre camalotes le dan a la escena un aura casi pictórica, pero el calor y los mosquitos en temporada alta del virus del zika ponen las cosas en su lugar. “La flasheamos piola”, dice Shecka entre un grupito de freestylers, chicos que dedican sus mejores horas a rimar versos instantáneos al compás de una guitarra criolla, una base de percusión hecha con la voz o una pista instrumental rapiñada de cualquier parte.
“Rap formoseño” es una ecuación que puede sonar exótica para la mayoría, pero es uno de los focos más activos de una escena nacional en expansión. El freestyle, o rap de improvisación, es un juego de ingenio, un deporte mental, pero también es el legado de un arte que lleva décadas de desarrollo.
El hip-hop nació en los años setenta en el South Bronx como una subcultura vanguardista orientada a romper barreras raciales. Desde el comienzo, se fundó sobre cuatro elementos: el visual (grafiti), el físico (breakdance), el aureal (DJ) y el oral (el rap). En las décadas siguientes, esa música se convirtió en la más expansiva del mundo. Sus derivaciones globales son infinitas, pero en el último tiempo, muy especialmente en América latina, el rap de improvisación (o freestyle rap) tuvo una penetración urbana muy profunda a través de las batallas, duelos de violencia verbal entre payadores modernos. Estas competencias tienen sus estrellas, patrocinadores y canales de difusión. En la Argentina, su pico de consagración mediática ocurrió hace un par de meses, cuando la décima edición nacional de Batalla de los Gallos convocó a 8000 personas en Tecnópolis, mientras cientos de miles la siguieron por streaming.
Más allá de las competencias, esos combates con altas dosis de agilidad retórica y morbo, el freestyle es una práctica basada en la comunión. Y es la evolución de algo ancestral, una forma de comunicación que está "en algún punto entre el discurso y la canción", tal como define Abiodun Oyewole, fundador de The Last Poets, un colectivo de spoken-word surgido en los sesenta en Harlem. En el documental Freestyle: The Art of Rhyme, el historiador Eluard Burt II dice que el origen de todo esto puede rastrearse en los pastores negros de la iglesia evangelista. "Ahí, es el ritmo el que marca el significado y el rumbo -dice Burt-. Y si sale bien, el predicador ya no está hablando; simplemente está haciendo sonidos."
Conexión Formosa
Meg Flow tiene 16 años, una sonrisa grande y un cuerpo casi escuálido. Su aspecto débil contrasta con su seguridad al momento de rapear: en una secuencia puede mezclar mitología griega con frases del Chavo del 8, imágenes bíblicas y folklore del Litoral. "Acá la gente es muy exigente -dice Meg Flow en la plaza San Martín, en el centro de Formosa, bajo la luz de un farol municipal y una nube de insectos-. En Buenos Aires podés tirar cualquier acote y por ahí te festejan, pero acá te exigen mentalmente."
No es casual que de acá saliera Shecka, subcampeón de la Red Bull Batalla de los Gallos 2015 y gran ausente, por decisión propia, de la edición 2016. La lógica indicaba que Shecka iría a buscar lo que le habían arrebatado un año antes, cuando el campeón internacional Dtoke le ganó la final en un fallo discutido durante meses en las redes sociales.
En aquel 2015, Shecka -por entonces 17 años, la cara salpicada de acné y el gesto distendido después de tres horas de siesta- caminaba el escenario como si nada, aparentemente inmune al grito de guerra que caía desde las gradas del anfiteatro de Parque Centenario. En las rondas preliminares había aniquilado a sus oponentes (entre ellos Papo, actual campeón argentino) y se plantó frente al temible Dtoke como si estuviera rancheando con sus amigos en la plaza. Con esa mezcla de autosuficiencia, técnica depurada y picardía, Shecka empezó así: "Oh my nigga, es simple, yo soy un pibe humilde, y soy el ejemplo perfecto de que estos monchos cumplen sus sueños pero no son invencibles". Después, mientras Dtoke soltaba su diatriba áspera, Shecka daba vueltas con una sonrisa, como mofándose de las limitaciones técnicas de su rival. "Te hago una pregunta, guacho -rapeó Dtoke-, ¿de qué te reís?". A su turno, Shecka respondió: "Voy a contestarle... ¿De qué me estoy riendo? Que te está ganando un pibito que no lo conocía nadie".
Aunque perdió en la réplica, Shecka fue el campeón moral. Volvió a Formosa convertido en héroe y el rap lo convirtió en su nuevo golden boy. Con el correr de los meses, le costaría mantener el nivel que había mostrado en la Red Bull, y empezó a pesar sobre él el estigma de "sobrevalorado". Sin embargo, de a poco fue recuperando confianza. Tuvo una gran performance en la revancha de exhibición contra Dtoke, en abril pasado, y salió subcampeón en la prestigiosa Supremacía MC, en Perú. Todo hacía suponer que en septiembre estaría en Tecnópolis, como uno de los favoritos para la batalla nacional más masiva de la historia. Pero Shecka no se anotó. "Vos sabés que ya me siento ganador de esa «compe»", decía en un mensaje por WhatsApp unos días antes del cierre de listas. Y agregaba: "Estoy enfocado en cosas más importantes".
Todo buen freestyler tiene que tener confianza en sí mismo, pero esto parecía demasiado. Shecka renunciaba a la gran batalla, una que todavía no había ganado, amparándose en una rara presunción de superioridad. ¿O había otra razón para su renuncia?
El caso de un rapero
Shecka sigue siendo César García, un chico que duerme en una piecita oscura en un barrio obrero de la provincia más pobre del país. Un adolescente norteño que leyó más libros que la media y que cursa el último año de colegio mientras viaja por el continente en condiciones básicas. Así es, todavía, la vida de una estrella argentina de rap.
Se crió en esta casa humilde del barrio Vial. Acá vive con su padre, que maneja un remís, su abuela y su tía, que es como su madre, porque lo cuidó desde que tenía dos años. "Al principio a mi familia le parecía raro -dice sobre su afición al hip-hop-. Pero ahora me bancan." Estamos en el patio de la casa, a la sombra de los árboles, refrescándonos con un tereré con plantas cebado por Tucho, el brother de Shecka (es su tío, pero le lleva sólo dos años). Tucho está en un descanso de su trabajo de albañil, y cuenta que todo empezó cuando vieron el video de Dragonball Rap, del español Porta. Shecka tenía 11 años; Tucho, 13. Y ahora casi no rapea. "Vos no podés dejar el rap; el rap te deja vos", dice Tucho con acento guaraní y una sabiduría de pocas palabras.
"Había rap en diferentes barrios de Formosa, sólo que todos creíamos que éramos los únicos -dice Shecka-. Un día viene un amigo y nos hace escuchar un grupo que se llamaba Klan Buda Urban, unos raperos de acá, y los quisimos conocer. Empezamos a juntamos en la plaza, éramos cinco o seis. Después fuimos ocho, y se hizo la primera competencia. No nos conocía nadie. Era una utopía pensar en lo que pasa hoy. Todos se te burlaban, te tomaban como el raro. Pero el rap creció tanto que, los mismos que nos burlaban, ahora nos admiran."
Parece que hablara de otra época, pero fue apenas hace un par de años. En 2012 Shecka empezó a yirar por las provincias del noreste. Les suplicaba a los padres que lo dejaran ir y viajaba con el pasaje de ida. Competía y el ticket de vuelta se lo pagaba rapeando a la gorra. En 2013 y con apenas 15 años, ganó el Duelo de Monstruos en Resistencia. En el viaje le quisieron robar, pero ya estaba viviendo la aventura de su vida. Fue campeón, en 2015, de A Cara de Perro Jr., la competencia más importante para nuevos talentos, y eso le abrió una vacante en Red Bull. "Cuando gané A Cara de Perro sentí que ya había hecho algo para representar al Norte -dice Shecka-. Y a Red Bull fui sin presión, porque siempre fue un sueño estar ahí. No iba a hacerme mala sangre. Iba a disfrutar de competir con los raperos de los que había aprendido. Estaba en el mismo lugar que ellos."
Matías "Muphasa" Berner, porteño de 23 años y organizador del Quinto Escalón (batalla que convoca el récord internacional de 2000 personas domingo por medio en Parque Rivadavia), dice que el freestyle en castellano es quizás el más popular del mundo, y lo relaciona con la vocación competitiva de los latinos: el duelo más visto de la historia es la final 2015 de Batalla de los Gallos, siete minutos y medio de sangre retórica entre Dtoke y el español Arkano (15 millones de views). Muphasa cree que con el rap argentino está pasando algo similar a lo que ocurrió en algún momento con el rock nacional, que terminó fundando un género en sí mismo. "En algún momento le habrán dicho a Charly García que quería hacerse el yanqui, como nos decían a nosotros. Ahora de repente hay hip-hop nacional, y es mejor que muchos otros."
El periodista Juan Ortelli, que está escribiendo un libro sobre la historia de las batallas de rap en castellano, habla de una generación de freestylers nativos: "Son los primeros que empezaron a rapear teniendo referentes en su idioma. Hay freestylers de entre 17 y 20 años que ya dominan sus circuitos; incluso algunos como Shecka, que vienen desde las provincias a probar suerte y terminan siendo figuras, porque la misma hambre de ganar les muestra las posibilidades que tienen en el juego".
Para Muphasa, ese acceso al "material de estudio" es crucial. Un rapero como Dtoke tuvo que hacerse solo, aprendiendo de lejos los modos del rap anglo, armando su propia milla 8 junto a las vías del tren en Claypole. "Hoy en cambio hay material de sobra -dice Muphasa-. Pero a la vez es más difícil destacar. En el mundo de habla hispana, nunca se rimó tan bien como ahora."
La historia de Shecka es una de las tantas que produce esta diversificación. "Es un talentoso, uno de los cientos que hay por ahí -dice Muphasa-. Tuvo ese minuto debajo de las luces y lo capitalizó. Y de eso se trata el freestyle: pararte bajo una luz, tirar tus rimas, aprovechar el momento."
Hace un par de semanas, justo después de la competencia Red Bull, Shecka no respondía mensajes. ¿Cuál había sido la verdadera razón por la que decidió no competir? Finalmente envió un audio durante un recreo. "Creo que la batalla no estaba armada como para dar un buen mensaje -decía-. Es lo que pienso, no digo que sea la verdad."
Un rato después, sin embargo, agregaba que le gustaría estar en 2017. Es difícil saber si Shecka no quiso arriesgar lo que había conseguido en 2015 -el súbito favoritismo del underdog- o si realmente la suya era una renuncia filosófica. Verdad o no, su respuesta tiene buena métrica y contundencia de punchline, el remate que suma puntos en el conteo de una batalla: "Estaba en la búsqueda de algo más importante, más interior -decía él-. Anduve mucho por los barrios aprendiendo de respeto, de los valores buenos del hip-hop, y de cómo aplicar eso cuando te subís a un escenario. Ahora encontré la manera de concentrarme en todo: el colegio, la familia y el rap."
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