Ulises Pinto es paraguayo y vino hace 23 años a la Argentina. Sale de su casa en Villa Soldati a las 6 y media de la mañana para trabajar de albañil y después hace arreglos eléctricos en casas particulares. El trabajo es duro, pero así logra mandar a sus hijos a una escuela privada.
La joven abogada Victoria Maneiro es venezolana y llegó al país en julio de 2015. Gracias a sus conocimientos de inglés y portugués, consiguió trabaja en la multinacional Accenture, colaborando con abogados de Estados Unidos e Inglaterra. Vive en Belgrano y trata de no faltar a sus clases de gimnasia en el Megatlón de Núñez.
Los dos son muy diferentes, pero ambos son parte de la nueva ola migratoria que ingresa al país mayoritariamente desde América Latina: en 2017 se radicaron 61.342 paraguayos, 48.165 bolivianos, 31.167 venezolanos, 20.270 peruanos y 16.114 colombianos.
Según el censo de 2010, en Argentina hay un 4,5% de extranjeros, aunque Horacio García, titular de la Dirección Nacional de Migraciones, afirma que la cifra no es real y se queda muy corta, porque hay una migración que ingresa al país sin hacer los trámites correspondientes.
Este proceso no es ajeno a la historia, aunque ahora el porcentaje es menor. Argentina es un país que se forjó con la inmigración: entre 1880 y 1914 se radicaron en el país cuatro millones de extranjeros, en su mayoría de Italia y España, que se pusieron a trabajar y generaron la época de mayor crecimiento del país. En 1914, el 30 por ciento de la población era extranjera.
Los venezolanos forman parte de una inmigración especial, que viene creciendo con fuerza a medida que se derrumban la economía y la sociedad de su país, gobernado por el bolivariano Nicolás Maduro. La particularidad de los venezolanos es que un alto porcentaje viene con estudios universitarios, sobre todo muchos ingenieros, una profesión que no abunda en Argentina.
Los colombianos, en tanto, pertenecen a otra inmigración reciente, del siglo XXI. Con su calidez y amabilidad coparon los puestos de atención al público en bares, restaurantes y locales comerciales, renovando el ambiente con sonrisas y palabras agradables.
La migración paraguaya, boliviana y peruana, en cambio, tomó fuerza en las últimas décadas del siglo XX y cada comunidad encontró su espacio, a veces ocupándose de tareas que los argentinos no quieren hacer. Mientras el esfuerzo de los guaraníes se nota en las obras en construcción, el trabajo duro de los bolivianos los llevó a apropiarse de una parte importante de la cadena de producción y comercialización de las frutas y verduras que se consumen en la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano. Los peruanos, por su parte, recién encontraron con el boom de su gastronomía a nivel mundial una suerte de revancha, que les brindó un reconocimiento que antes no tenían.
García asegura que los migrantes de fines del siglo XIX y los actuales son similares: "Los dos vienen con ganas de trabajar, estudiar y hacer crecer a su grupo familiar. No hay diferencia entre el latinoamericano de hoy y mi abuelo gallego, que vino a los 9 años analfabeto, se puso a trabajar de ayudante de cocina en la pensión donde vivía y terminó de chef en el Alvear Palace Hotel".
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