Nuevos estudios: el ejercicio físico puede reducir el riesgo de cáncer y ayudar a quienes lo padecen
Las investigaciones también permiten empezar a medir cuánta actividad es necesaria para beneficiar a los pacientes
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WASHINGTON.- Al padre de Rob Newton le gustaba salir a caminar varias horas todos los días, pero en 1993 le diagnosticaron cáncer de próstata y como los médicos le recomendaron reducir actividades, abandonó sus caminatas. A su hijo le pareció una pésima decisión. “Perdió estado físico, masa muscular y sentía todo el tiempo un cansancio demoledor”, recuerda Rob. “Yo trataba de que hiciera ejercicio, pero los médicos le recomendaban descansar.”
Actualmente, Newton es profesor de ejercicios médicos en la Universidad Edith Cowan, Australia, y está convencido de que con ejercicio físico regular durante el tratamiento con rayos y después de su cirugía de cáncer, su padre habría vivido más tiempo. El hombre murió tres años después, de un ACV…
“El consejo médico lo terminó matando, porque el estilo de vida sedentario desencadenó rápidamente la enfermedad vascular”, dice Newton. Motivado por la experiencia de su padre, ahora estudia la relación entre el ejercicio y el cáncer de próstata.
“En gran medida, lo que le ocurrió a mi papá fue que se deterioraron y fallaron los sistemas de su cuerpo debido a la falta de movimiento”, cuenta. “Su cuerpo estaba tratando de combatir la enfermedad y la toxicidad del tratamiento, pero no le facilitaban el trabajo con condiciones más favorables. Si hubiera hecho ejercicio todos los días, estoy seguro de que habría vivido más y sufrido menos.”
Grandes cambios
Hoy gran parte del mundo médico concuerda. Las ideas sobre el ejercicio físico y sus efectos sobre el cáncer, así como los tratamientos indicados a pacientes que se recuperan de la enfermedad, han cambiado enormemente en los años que pasaron desde la muerte del padre de Newton.
Cada vez son más los estudios y literatura médica que señala que el ejercicio reduce el riesgo de cáncer, controla el avance de la enfermedad, y mejora el funcionamiento físico y psicosocial. La evidencia no solo confirma los beneficios del ejercicio físico antes, durante y después de un tratamiento oncológico, sino que también sugiere que ejercitarse regularmente durante mucho tiempo incluso reduce el riesgo de desarrollar muchos tipos de cáncer.
Además, las recientes investigaciones en mujeres con cáncer de mama indican que la actividad física regular también puede mejorar las funciones cognitivas.
“Hoy en día, los beneficios físicos y mentales de hacer ejercicio tienen una aceptación tan generalizada que, a veces, cuesta entender que hasta hace un tiempo sabíamos muy poco y trabajábamos con métodos experimentales de ensayo y error”, dice Graham Colditz, que viene estudiando desde hace tres décadas la conexión entre el cáncer y el ejercicio físico, y dirigió un innovador estudio de 1999 que reveló que las mujeres que realizaban siete o más horas semanales de ejercicio moderado o fuerte tenían casi un 20% menos riesgo de desarrollar cáncer de mama que las que hacían menos de una hora por semana.
“La relación entre actividad física y la buena salud es conocida desde hace siglos, pero la evidencia concreta sobre sus beneficios en enfermedades específicas y para prolongar la vida es relativamente reciente”, dice Colditz, subdirector del Instituto de Salud Pública de la Universidad de Washington en St. Luis.
Para la década de 1980, “ya se entendían un poco mejor los vínculos entre la actividad física regular y la salud cardiovascular, y se sabía que ejercitarse a lo largo de los años prolongaba la vida”, agrega Colditz. “Pero las investigaciones sobre el efecto sobre el cáncer recién surgieron un poco después.”
“Un campo en expansión”
Los primeros estudios se enfocaban en la conexión entre los trabajos que implicaban mucha actividad física —los carteros, por ejemplo— y el cáncer de colon, “y demostraron un fuerte vínculo entre actividad y menor riesgo de desarrollar la enfermedad”, dice Colditz.
Desde entonces, “el campo del ejercicio oncológico está en expansión”, dice Elizabeth Salerno, profesora adjunta de Cirugía de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington y coautora del estudio cognitivo. “Encontramos evidencia consistente y convincente de que la actividad física juego un importante papel en la prevención y control del cáncer.” Y esos tipos de cáncer incluyen el de colon, vejiga, mama, endometrio, esófago, riñones y estómago, según el creciente corpus de estudios científicos.
Pero las investigaciones también empiezan a mostrar que es posible medir la cantidad e intensidad de ejercicio físico necesario para obtener beneficios después de un diagnóstico de cáncer. “Los estudios revelan que 150 minutos de actividad física por semana mejoran radicalmente la esperanza de vida”, dice Bente Klarlund Pedersen, profesora de Clínica Médica de la Universidad de Copenhague y jefe de su Centro de Inflamación y Metabolismo. “Es cada vez más evidente que el ejercicio físico puede tener un efecto directo sobre el cáncer y su tratamiento.”
Hace tiempo que los expertos proclaman a los cuatro vientos los beneficios del ejercicio para la salud física y mental, pero ahora están tratando de entender por qué también funciona contra el cáncer. Las investigaciones muestran que el ejercicio de moderado a fuerte fomenta cambios a nivel molecular que pueden afectar el desarrollo y crecimiento de los tumores, mitigar los demoledores efectos colaterales de los tratamientos, y prolongar la vida del paciente.
“Estamos hablando de ejercicio aeróbico de verdad, de ese que te deja corto de aliento y hablando en frases cortas”, dice Newton. “Si después de ejercitarse uno puede mantener una conversación normalmente, entonces la intensidad del ejercicio no fue suficiente. En términos de entrenamiento de resistencia, tiene que ser una pesa que se pueda levantar entre 6 y 12 veces. Si uno la puede levantar más veces, el peso no es suficiente.”
El rol del ejercicio
La investigación también se está enfocando en los efectos del ejercicio en otros aspectos del cuerpo que pueden influir en permitir el desarrollo o prevenir el cáncer, incluida la función inmunológica, las hormonas y otras moléculas que se producen cuando nos ejercitamos y que pueden suprimir el crecimiento de células cancerosas, el flujo sanguíneo a través de los tumores, la inflamación dentro del cuerpo y el equilibrio de grasa y músculo en los tejidos, explica Newton.
A su equipo le interesa particularmente el efecto de las miocinas, moléculas producidas por las células musculares cuando se contraen. El ejercicio aumenta las miocinas, que se mantienen elevadas incluso después, en estado de reposo. “Cuando las células cancerosas se exponen a estas, su tasa de crecimiento y propensión a la metástasis se reduce considerablemente”, dice Newton en referencia a los hallazgos de su equipo.
Además, tanto su investigación como los estudios realizados por otros científicos sugieren una fuerte relación entre la grasa corporal y una menor sobrevida en pacientes con cáncer, mientras que existe una conexión positiva entre la masa muscular y la supervivencia a la enfermedad. “En pocas palabras, para las personas con cáncer es prioritario mantener, o mejor aún, aumentar su masa muscular” y evitar el aumento de grasa corporal.
Una reciente investigación dirigida por Michelle Janelsins-Benton, directora del Laboratorio de Psiconeuroinmunología y Control del Cáncer de la Universidad de Rochester, reveló que el ejercicio físico también puede reducir las posibilidades de deterioro cognitivo relacionado con el cáncer, un hallazgo que los científicos todavía tienen que estudiar más a fondo. Intuyen que el ejercicio posiblemente influye con la producción de ciertas sustancias químicas necesarias para la salud del cerebro, por ejemplo, el “factor neurotrófico derivado del cerebro” (FNDC), una proteína que aumenta con la actividad física.
Los investigadores midieron la actividad física y la función cognitiva en pacientes con cáncer de mama antes, durante y seis meses después de recibir tratamiento contra la enfermedad. Durante la quimioterapia la actividad física disminuyó, pero a los seis meses se recuperó a los niveles previos al tratamiento. Según el estudio, las pacientes que realizaron actividad física moderada a fuerte antes y durante el tratamiento conservaron mejor sus funciones cognitivas que aquellos que no lo hicieron.
“Cada vez hay más programas de ejercicio oncológico para prolongar la supervivencia y la mejoría física de los pacientes durante el tratamiento, pero los datos sobre el papel del ejercicio en la prevención del deterioro cognitivo recién empiezan a surgir”, dice Salerno. “Esperemos que otros estudios nos confirmen si el ejercicio durante la quimioterapia también puede mejorar la tolerancia y la calidad de vida durante ese tratamiento tan desgastante”.
Respuesta del sistema inmunológico
Los estudios en animales, que no necesariamente son extrapolables a los humanos, sugieren que ejercitarse también puede desencadenar una respuesta del sistema inmunitario que reduce los tumores. Cuando era investigadora del Centro para la Investigación de la Actividad Física Rigshospitalet, en Copenhague, la doctora Pernille Hojman realizó un trascendental estudio en ratones que vinculó la remisión de tumores con las células asesinas naturales (NK) de nuestro sistema inmunitario, cuya producción es inducida por el ejercicio físico.
“Los ratones con acceso a una rueda de ejercicios demostraron una reducción en el volumen del tumor y una incidencia de al menos un 60% en varios modelos de tumores diferentes”, dice Pedersen, coautor del estudio. “La doctora Hojman sospechaba que las células NK intermediaban en el efecto anticancerígeno. Estudió cuidadosamente los tumores de los ratones que se ejercitaban y los que no se ejercitaban y descubrió que los tumores de los ratones que corrían tenían cinco veces más células NK”
Si bien algunos pacientes recién diagnosticados pueden resistirse al consejo de hacer ejercicio, los expertos están convencidos de que estar en forma al iniciar el tratamiento mejora la resiliencia y ayuda a los pacientes a sobrellevar los efectos secundarios. “Es comprensible que alguien que recién se entera de que tiene cáncer quiera meterse en la cama y enterrar la cabeza en la almohada”, dice Daniel Santa Mina, profesor adjunto de Ejercicio Físico y Cáncer de la Universidad de Toronto. “Y yo siempre les digo que en ese momento el ejercicio es más importante que nunca”.
Por Marlene Cimons
(Traducción de Jaime Arrambide)
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