¿Nuevo empate hegemónico o un acuerdo para ganarle al fracaso?
El día de la marmota, el mito del eterno retorno (mal interpretado), la calesita que es capaz de chocar y seguir dando vueltas sobre el mismo eje hasta el infinito. Imágenes recurrentes para tratar de graficar lo que le pasa a la Argentina desde hace más de 70 años.
El espejo mundial y regional devuelve la imagen de un país de estertores y espasmos, suicidios y resurrecciones, que, especialmente en los últimos 45 años, solo ha conseguido descender en términos absolutos y relativos para ingresar en la tercera década del siglo XXI más precario, más frágil, más empobrecido, pero, antes que nada, más desigual.
El resultado de las últimas elecciones reabre los dos interrogantes que desvelan a los argentinos: ¿Esta vez será distinto y empezará un ciclo virtuoso de desarrollo sustentable? ¿O será un nuevo período que concluirá en otra crisis cuasiterminal?
Las preguntas expresan un contraste entre la ilusión de una mitad de los ciudadanos y la incertidumbre de la otra mitad. Porciones que se reflejan casi matemáticamente en los porcentajes que surgieron de las urnas y que se manifestarán en la Cámara de Diputados nacional. También en la Legislatura de la mayor provincia argentina, Buenos Aires, donde se concentra el 38% del padrón electoral del país y que contribuye con el 36% al PBI nacional.
Varios autores han abordado las dificultades argentinas para sostener un proyecto de desarrollo económico-social inclusivo y respetuoso de las libertades individuales, en el marco de la vigencia plena del Estado de derecho
Las primeras imágenes poselectorales muestran así que las visiones binarias de la sociedad quedaron cabalmente expuestas en la representación política. No siempre ocurrió. Sobran los ejemplos desde la mitad del siglo XX de comicios de competencia imperfecta, por el carácter dominante del espacio triunfante y la fragmentación de los derrotados.
Si partimos de la premisa de que el problema es esencialmente político, esa extrema polarización con la que comenzará el nuevo gobierno profundiza los interrogantes sobre el futuro. Varios autores han abordado las dificultades argentinas para sostener un proyecto de desarrollo económico-social inclusivo y respetuoso de las libertades individuales, en el marco de la vigencia plena del Estado de derecho. Juan Carlos Portantiero fue, probablemente, quien mejor lo sintetizó al instituir el concepto del "empate hegemónico", que puede traducirse en la recurrente incapacidad de los actores políticos, económicos y sociales para imponer un proyecto, pero con el poder suficiente para vetar el de los demás.
Con el sociólogo fallecido en 2007 coincide el historiador económico Roberto Cortés Conde. En Poder, Estado y política sostiene que "una de las características de la Argentina fue la paridad de fuerzas de los grupos de interés. A pesar de que algunos prevalecieron durante ciertos períodos e hicieron pagar los costos a los otros". Y concluye: "Esto (?) fue negativo en la medida en que el conflicto hizo ingobernable al país".
En estos textos pueden estar tanto las advertencias como las pistas para encontrar una salida. Cabría agregar la observación del ingeniero y economista Marcelo Diamand expuesta en su trabajo "El péndulo argentino: ¿hasta cuándo?". Allí destaca que no solo el empate político expresa el fracaso o la inviabilidad, sino también "la pugna entre dos corrientes económicas divorciadas de la realidad", en referencia al keynesianismo populista y a la ortodoxia liberal.
Los desafíos internos y externos de múltiples dimensiones que enfrenta el país, ¿podrán convertir las amenazas en una oportunidad y un imperativo para romper la matriz del fracaso?
El presidente electo Alberto Fernández ha dicho que se propone cerrar la "grieta", como se ha denominado la última antinomia argentina que reinó durante los últimos 15 años. También ha dicho que buscará establecer acuerdos, pero en sus primeros esbozos estos quedaron reducidos al ámbito de lo económico-social. No ha habido menciones a una concertación política. La ausencia eleva las prevenciones.
Aun cuando el equilibrio político surgido de estas elecciones pueda romperse en favor del oficialismo, como ha ocurrido otras veces en la Argentina, nada hace prever que vaya a quebrarse el empate hegemónico con el que Portantiero logró explicar la inviable Argentina que emergió y se consolidó a partir de 1955. Son muchas las voces que consideran que, más que nunca, la única solución viable para darle gobernabilidad y crecimiento sostenible al país es la búsqueda de un nuevo consenso, capaz de sintetizar demandas, saldar conflictos de intereses y acordar políticas públicas con un amplio apoyo que exceda el de uno de los polos existentes.
Los desafíos internos y externos de múltiples dimensiones que enfrenta el país, sin horizontes benévolos a la vista ni previsiones de vientos de cola en ciernes, ¿podrán convertir las amenazas en una oportunidad y un imperativo para romper la matriz del fracaso?
Tal vez sea ese el mayor de los interrogantes con los que la Argentina entrará en la tercera década del siglo XXI. Aunque bastante más deteriorada, la calesita sigue dando vueltas. Por ahora.
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