Nueve de cada diez chicos pobres tienen padres que trabajan, según Unicef: los rostros detrás de las cifras
La sola creación de empleo, sin tomar en cuenta su calidad, no permite salir automáticamente de la pobreza
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El dato duro del nuevo informe sobre pobreza multidimensional presentado por Unicef dice que nueve de cada diez chicos pobres viven en hogares en los que los padres tienen empleo. Nelly Vargas, cocinera del comedor comunitario de la villa Zavaleta, en el barrio porteño de Barracas, sabe lo que eso significa: por un lado, chicos que quedan en casa solos, muchas veces sin alguien que los cuide; por otro lado, padres que a la noche, a pesar de haber trabajado todo el día, no siempre pueden servirles a sus hijos algo para comer. Y esa realidad le duele cada día. La información también dice que la inflación de enero fue del 6%. Eso significa, en el universo de Nelly, más gente sentada a las mesas de su comedor en los próximos días (ya son más de 500) y que los recursos con los que cuenta este mes le van a alcanzar para menos.
El dato duro también señala que dos de cada tres niños de la Argentina (66%) están privados de derechos básicos, como el acceso a la educación, a la protección social, a una vivienda o un baño adecuado, al agua o a un hábitat seguro. Para Nelly ese número tiene el rostro de Florcita, una niña discapacitada de 9 años que no accede a tratamientos de estimulación, pero cuando llega a su comedor, le sonríe, le dice gracias y le pide más comida.
Tras el dato de la alta proporción de chicos pobres de padres o madres que trabajan, el nuevo informe sobre pobreza multidimensional presentado hoy por Unicef señala “que la sola creación de empleo, sin tomar en cuenta su calidad, no permite salir automáticamente de la pobreza”. El 76% de estos chicas y chicos pobres viven en hogares donde los adultos tienen trabajos informales o relaciones laborales precarias.
“El tipo de empleo marca la diferencia”, explicó Sebastián Waisgrais, especialista en inclusión de Unicef Argentina. “La tasa de pobreza de niñas y niños que residen con personas ocupadas formalmente disminuye al 32%, y aumenta al 60% cuando viven con adultos ocupados en la informalidad. Este dato nos permite observar que no se sale de la pobreza creando cualquier tipo de empleo, sino empleo decente, es decir, protegido y de calidad”, sostuvo.
Esta vez, desde el organismo buscaron complementar los números con un informe cualitativo, para dimensionar el impacto cotidiano de las estadísticas en la vida de las familias y de los chicos. Por eso, convocaron a diferentes referentes sociales que trabajan en barrios carenciados y en villas y elaboraron, junto a los líderes de la organización La Poderosa, un informe sobre la dimensión humana de vivir en un país en el que el 51% de los chicos es pobre, el 15% vive en la pobreza extrema y el 66% tiene carencias de todo tipo que afectan sus derechos.
“En la práctica, tener un plato sobre la mesa no es fácil”, resume una de las mujeres entrevistadas en el informe audiovisual realizado por Sergio Sánchez Gómez y Patricia Dávolos, presentado esta mañana. En la Argentina existen 5687 barrios populares y el dato de Unicef señala que más de un millón de chicos se saltea alguna de las comidas diarias. “Hay lista de espera en los comedores. Y es cruel, nadie puede esperar un mes para comer”, resume otro de los testimonios del video. “Me marcó mucho que en mi casa falte qué comer y que yo no pueda estudiar por pensar qué vamos a comer hoy”, apunta una joven entrevistada.
“¿Quién quiere nacer pobre? ¿Quién pensaría que alguien quiere nacer en pobreza? Cuando no tenés para comer, cuando tu familia no tiene para comer, es muy angustiante”, dice María Claudia Albornoz, referente de esa agrupación, que tiene más de 1400 asambleas en barrios populares, en los que organizan comedores, merenderos, apoyo escolar, atención de salud y a víctimas de violencia, todo con la colaboración de los vecinos. “¿Nos imaginamos a una personita naciendo y cayendo de un lado o del otro de la línea de la pobreza? ¿Elegís donde caes?”, grafica.
“Los ejemplos de vida de los chicos son sus padres. Cuando ven que salen muy temprano a trabajar o a conseguir trabajo y vuelven frustrados... ¿qué están viendo? La permanente frustración. Eso se convierte en su destino. Si yo nací acá, mi destino va a ser el de mi papá o mi mamá que salen a trabajar y no pueden conseguir lo que necesitan para vivir”, relata Albornoz.
“Hay una estigmatización de quienes habitamos en la pobreza. Por eso, a estos números les pusimos caras, les queremos poner vida”, dice Albornoz en diálogo con LA NACION. “Nuestro movimiento social es un 80% de mujeres. Nosotras luchamos contra el estigma que dice que somos planeras, que vivimos del Estado, que nos gusta tener hijos. Nosotras trabajamos todos los días. La mayoría somos jefas de hogar; sostenemos el trabajo de cuidado, de generar hábitos, desde que parimos hasta que nuestros hijos son adultos, los preparamos para el mercado de trabajo. Pero eso no es reconocido”, dice Albornoz, que vive en el barrio Chalet, de Santa Fe, que hace 20 años fue devastado por la inundación del río Salado. Tiene 58 años y hace ocho terminó el secundario para adultos. “La gente me escuchaba, me decía que hablaba bien, entonces me decidí a terminar de estudiar para hablar todavía mejor”, explica.
“Las mujeres superamos cuestiones con mucha creatividad. ¿Qué vamos a comer hoy? Pensar en eso es agotador, sobre todo cuando no hay comida que poner en la mesa. Trabajamos afuera, sin tampoco ser reconocidas formalmente. Y también tenemos la triple jornada, que es todo lo que hacemos para generar espacios de contención y cuidado para nuestros hijos e hijas dentro de nuestra comunidad: con comedores, apoyo escolar, todo”, dice Albornoz. “Nosotras no salimos de la misma línea que los demás. Por eso nos esforzamos tanto: para que nuestros hijos salgan del mismo punto de partida que los demás”, resume.
Pelopinchos contra el calor
Nelly Vargas hace 33 años que sostiene el comedor comunitario en Zavaleta. Este verano decidió hacer algo por los chicos de su barrio que sufren el calor casi sin agua en sus casas. “Armé un espacio de cuidado, con dos pelopinchos que me prestaron. Todos los días vienen unos 30 chicos en el horario que los padres trabajan. ¡La alegría que tienen de poder refrescarse y estar en un lugar para ellos! Cuando puedo les compro helados de agua. Mi hija me dice que estoy loca, pero la felicidad que les produce me hace bien. Mientras los cuidamos preparamos la comida para la noche. Hoy voy a hacer pollo con ensalada. Somos más de 500 personas y siempre llegan más. Hay muchos comedores con lista de espera. Acá, no; ¿cómo le voy a decir a alguien que vuelva en un mes? Trato de separar en más porciones y que todos coman”, cuenta Vargas, que tiene 64 años.
Diego Mora tiene 25 años y vive en la villa 21-24, de Barracas. Está por obtener su título en Economía, en la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Me falta la tesis”, cuenta orgulloso. Además, es uno de los coordinadores del Observatorio Villero, un espacio en el que contraponen las estadísticas oficiales del Indec con la realidad que ellos relevan en villas y barrios populares. “Los números nos hablan de que la realidad es aún más profunda, más dolorosa. El déficit habitacional, de servicios, de acceso a la salud son enormes. Más del 63% no tiene acceso al agua y más de la mitad no tiene conexión a internet”, resume.
Un relevamiento de agosto de 2020 indica que el 83% de las familias tiene cortes de luz frecuentes, intensificado en épocas de invierno que alcanza a cortes de luz diarios. A su vez, el 35,5% sufrió algún tipo de incendio por el tendido eléctrico precario y por las malas condiciones que presenta el servicio eléctrico. “Y todo esto es apenas un número. Vivir la realidad es mucho más duro aún”, dice. También trabaja en un proyecto junto a un docente de la UBA para crear una encuesta de gasto mensual y no anual para barrios populares. “Hay mucho por hacer”, resume.
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