Nuevas alas para un espíritu indomable: Bertrand Piccard
La hazaña del piloto suizo que dio la vuelta al mundo en una nave propulsada por energía solar evoca, en el cineasta y aviador argentino, a los pioneros del aire
Despegamos a media mañana de un día soleado desde Mendoza. Era mi primer vuelo a Santiago, Chile. Nada extraordinario, salvo que ésa era la primera vez que iba a cruzar la cordillera de los Andes como piloto en funciones. Despegamos hacia el Sur y, contra lo esperado, cuando cruzamos 6000 pies en ascenso en vez de virar 90 grados al Oeste lo hicimos hacia el Este, hacia el Atlántico, hacia Buenos Aires. La razón era simple, la performance de ascenso del avión no alcanzaba para llegar a los 26.000 pies requeridos para iniciar el cruce. Debíamos alejarnos unas 25 millas de Mendoza hacia el Este y luego invertir el rumbo hacia el Oeste, para poder encarar los Andes con una altura de seguridad. Una vez con la proa franca hacia la Cordillera, no pude evitar pensar que, pese a ser un jet tan potente y seguro como el Boeing 737, no nos sobraba nada para realizar el cruce. Las montañas parecían superar en altura nuestro nivel de crucero. Ilusión óptica y no otra cosa, el Aconcagua se veía imponente en su esplendor nevado. El primer recuerdo que acudió a mi mente fue de Saint-Exupéry, Mermoz y Guillamet, los pilotos de la Compagnie Générale Aéropostale que abrieron las rutas transandinas. Al mirar esos valles sinuosos, hundidos miles de metros entre una de las cadenas montañosas más altas de la Tierra, me resultó inverosímil que esos pilotos la cruzaran volando entre las laderas de piedra y mirando hacia lo alto para ver sus picos. Brisas del pasado que nos soplan hacia el futuro.
Pero nadie se permitió ser impulsado hacia el futuro como Bertrand Piccard, el médico y piloto suizo que, acompañado por André Borschberg, dio la vuelta al mundo al mando del Solar Impulse, un avión propulsado sólo por energía solar captada por los paneles de sus larguísimas alas, que alcanzaban los 72 metros de envergadura de ala. Sólo para dar contexto digamos que el muy moderno Boeing 747-8, más conocido como Jumbo jet, alcanza los 69 metros. La combinación de hazaña de ingeniería con el indomable espíritu pionero de los pilotos de la Aéropostale, hoy encarnado por Betrand Piccard, hizo posible esta bella empresa de conquista, ya no de récords de altura, de alcance o de velocidad, sino de una esperanza real de energía limpia en un futuro ya no tan distante. Future Clean llevaba impreso al costado del fuselaje: futuro limpio son dos palabras que según el propio Piccard se imponen como prioridad para que el planeta azul, que lo es desde el espacio, siga azul por varias generaciones. Elon Musk creó el Tesla, un auto eléctrico de alta performance y largo alcance. Liberó todas las patentes por un motivo que resumió de manera simple y poética. Si está entrando agua al barco y tenemos el mejor balde para sacarla, ¿por qué no habríamos de compartirlo? Estamos todos en la misma nave, el planeta que desde el espacio se ve azul y desde los aviones aún se ve verde.
Lo que nos dejó Piccard con su vuelo limpio y silente es la esperanza de que aún puede persistir el espíritu pionero y responsable del ser humano, para asegurar nuestro destino sobre el planeta. Tal vez en un futuro, cuando algún piloto se disponga a cruzar el océano Pacífico que separa Tokio de Honolulu, en un avión impulsado por energía limpia, no pueda dejar de recordar a Piccard y a Boschberg, como yo recordé a los pilotos de la Aéropostale cuando tuve el Aconcagua recto al frente.
Del editor: ¿por qué es importante? El logro del Solar Impulse agita la esperanza de un futuro con energías limpias
Enrique Piñeyro