Nuestros años nuevos
Llega diciembre. Llega fin de año. Y casi sin quererlo sin duda a todos en mayor o menor medida nos alcanza una sensación y algunas veces casi una imposición, como para realizar un espontáneo balance sobre el año transcurrido. Es inevitable. Nos pasa a todos.
En realidad uno podría decir que nos alcanza dos años nuevos por año, el primero es el de orden personal y hago mención con ello a la fecha de nuestro cumpleaños. En ese momento se inicia un nuevo año que indiscutiblemente es de orden personal y también casi espontáneamente realizamos balances y nos planteamos proyectos.
Sin embargo en esta columna, quiero hacer mención al año nuevo habitual y que nos alcanza a todos en el mismo instante, esto es así el último segundo del último minuto del año que transcurre.
Como decía, es frecuente y ordinario que hagamos balances. Que observemos las cosas buenas, las cosas malas, los que se alejaron de nuestra vida, los que llegaron a nuestra vida, todas aquellas cosas que hemos alcanzado y las que no. Es posible que también una pincelada de nostalgia matice el color de nuestras emociones. Es inexorable, a todos nos pasa, a todos nos ha pasado y seguramente así seguirá resultando.
Sin embargo, hay algo que me parece verdaderamente extraordinario que sucede después del último instante del año en curso, después del último brindis, después de la última copa, después de las últimas miradas del año que se aleja. Me refiero a algo verdaderamente extraordinario, me refiero al “Año Nuevo”. Efectivamente es así, porque el Año Nuevo es verdaderamente una promesa. Me gusta imaginarlo como una hoja en blanco donde uno puede escribir de puño y letra “Año 2018” y de ahí en más la hoja en blanco se encuentra preparada para llenarla de nuestros sueños y proyectos.
Nuestro destino seguramente depende de cuestiones que no podemos gobernar, pero también es cierto que dentro de esa libertad condicionada que la vida nos propone, se encuentra dispuesta la posibilidad de conducir nuestro propio destino. El filósofo Séneca, sentenció una vez “no hay viento favorable para quien no conoce su rumbo”. Sin vacilación resulta ser cierto. Debemos conocer nuestro norte, debemos conocer a dónde queremos ir, las cosas que nos hacen bien, las cosas que nos hacen mal, las cosas que nos gustan y aquellas que no. Al comenzar el año es un buen momento para escribir en muy pocas líneas con nuestra propia mano y nuestro propio lápiz lo que nos proponemos para el año que se inicia, ya que es en el fondo una promesa que puede convertirse en realidad si elegimos el camino correcto y trabajamos para conseguir aquello que verdaderamente queremos. Y no me refiero en lo absoluto, a cuestiones materiales. Me refiero a aquellas que realmente valen, aquellas que nos permiten vivir con la mayor intensidad, bienestar y felicidad el momento presente. Me refiero a todo aquello que nutra nuestras emociones y sentimientos para alcanzar nuestros principales anhelos y enriquecer nuestra red social, en fin todo aquello que nos hace sentir bien.
Sin duda, después del último instante del año que se aleja llega un momento extraordinario… el “Año Nuevo”. Aprovéchelo. ¡Feliz 2018!