Nos rescató de la indiferencia y nos devolvió el asombro de la ciencia
Sabíamos que iba a suceder, nos lo anticipaste en textos conmovedores. Nos fuiste preparando para que la noticia que nos despertó ayer no nos tomara por sorpresa. Esos textos que anunciaban tu muerte nos dieron otra lección de dignidad y de celebración de la vida. Pero igual sentimos el golpe. Una congoja amarga apretándonos la garganta, una melancolía líquida detrás de los ojos.
Te leímos con admiración durante décadas. Esperamos cada uno de tus libros con ansiedad. Todavía están allí, ocupan un estante completo de nuestra biblioteca, arrugados, subrayados, repletos de anotaciones y de comentarios.
Aprendimos con ellos que la enfermedad es una historia encarnada en una persona, que la ciencia no puede aislarse del padecimiento humano, que la narración también es una forma de conocimiento.
Oliver, te debemos el puente de palabras que va desde la información cruda hasta la historia sufriente o feliz de las personas. Lo cruzamos de la mano de tus personajes, amarrados a tu propia mano. Nos diste una lección, nos abriste una puerta. Tus libros nos hicieron diferentes, mejores.
Supimos para siempre que entre la biología y la biografía había menos distancia que la que nos habían hecho creer. Fue imposible que esa revelación no nos transformara cada vez que un enfermo nos relataba su propia vida.
Aprendimos a valorar lo que los enfermos ignoran que saben y lo que los médicos no saben que ignoran. La existencia misma, el dolor o la alegría del enfermo, del extraño, del diferente. Fue una epifanía que nos rescató de la indiferencia y nos devolvió el asombro y la fascinación que la ciencia siempre tuvo, precisamente, porque es la experiencia más humana de todas.
Nos animamos a escribir acerca de lo que nuestros pacientes nos contaban, a narrar desde sus propios puntos de vista el itinerario de la enfermedad. Nos permitimos reunir la historia clínica con la historia de vida y eso nos hizo mejores médicos, porque nos hizo mejores personas. No tuvimos tu talento, claro. Fuimos tus Salieri, te robamos melodías con descaro, como un tributo tramposo pero sincero.
No tuvimos paciencia para esperar que tu autobiografía sea traducida al castellano, corrimos a comprarla y la leímos en inglés. Entonces se nos revelaron tus mundos secretos. Y te admiramos más, mucho más. Por tu coraje, por tus silencios, por tu dignidad. Porque hasta en los momentos finales nos permitiste apropiarnos con generosidad de tu permanente asombro ante el extraordinario fenómeno de la existencia. ¡Gracias Oliver!
El autor es el jefe de contenidos médicos del portal IntraMed