"Nos pidieron que fuéramos felices, así que hicimos lo que nos enseñaron: consumir"
Entrevista con Enzo Maqueira, autor de la novela Electrónica, de editorial InterZona, que acaba de reeditarse y traza un perfil de la generación adicta a las fiestas electrónicas
Una profesora de treintipico, su alumno de 18 años y una relación amorosa que nace en torno a una pasión común: la música electrónica. Así podría sintetizarse Electrónica, la novela de Enzo Maqueira editada en 2014 por InterZona, que en estos días salió otra vez a la calle con una tercera edición. ¿La clave? Se trata de un libro que traza un acabado perfil de esa generación adicta a fiestas como la Time Warp, en la que hace un mes murieron cinco jóvenes que habían consumido drogas. La tapa del libro resulta elocuente: una boca de mujer con una pastilla de éxtasis en la lengua. "Esta es la gran novela de la clase media argentina semiculta y universitaria", define en la contratapa el escritor Washington Cucurto.
–Escribiste esta novela hace dos años y hoy, a causa de la Time Warp, recobra actualidad y te convertís en el referente de una generación ¿Qué lectura hacés?
–Escribí un libro que cuenta el nacimiento, apogeo y caída de las fantasías que nos vendieron a los hijos de los 90. Y no a todos: a los de la clase media "semiculta y universitaria", como dice Cucurto en la contratapa. Más que un referente, soy uno más de los millones de adultos jóvenes educados por la prédica consumista de los medios de comunicación, principalmente la televisión. Como nos tocó atravesar el paso de un mundo analógico a un mundo digital, pudimos entender cómo nuestra sociedad fue asimilando esa prédica. Vivimos los dos mundos, que representan también el paso de una sociedad de consumo a una de consumo salvaje, donde incluso nosotros mismos nos ponemos en venta en las redes sociales. Fuimos testigos del nacimiento de la sociedad hiperconsumista y sobreinformada, y, por lo tanto, desinformada, en la que vamos a vivir durante gran parte del siglo XXI. Y no parecen haber buenas noticias.
–Tu novela cuenta la historia de una generación de adolescentes que "tocó el cielo con las manos" en los 90, se estrelló contra la realidad en el 2001 y jugó el alargue en la década ganada. ¿Cuál es la crisis existencial de esta generación?
–La búsqueda desesperada de la felicidad. Crecimos deseando comprar lo que nos vendían las publicidades, aspirar a la vida que veíamos en las películas, tener el pelo rubio como las actrices de Hollywood. Consumir para ser. Y la espiral del consumo es imparable, así que el horizonte de la felicidad siempre se está alejando. Después de la dictadura nos pidieron que fuéramos felices, pero nos señalaron un camino que termina con una selfie para recaudar likes en Facebook. Antes ya habían matado a Dios. También se caía la careta del amor para toda la vida... Es difícil de explicar por fuera de la literatura. Escribí Electrónica para responder cuál es nuestra crisis existencial. Lo único que encontré fueron algunas respuestas y muchas más preguntas.
–¿Y por qué la electrónica se convirtió en la respuesta?
–Es una contracultura nacida del mismo sistema. Las computadoras que vimos nacer, hoy son las que generan la música que nos sacan por algunas horas del sistema. Consumimos para salir de un sistema que nos tiene atrapados en una espiral de consumo. Pero incluso así sigue siendo la única experiencia liberadora que conocemos.
–Hay dos perfiles bien definidos entre los habitué de las fiestas electrónicas: el adolescente que las está descubriendo, que quiere saber cómo es "ese viaje inolvidable" que dicen que provoca el éxtasis y, por otro lado, el "adolescente extendido", de treinta y pico, clase media alta, que se resiste a dejar ese ámbito. ¿Eso les ocurre a los protagonistas de tu novela?
–La novela cuenta la ruptura de una relación fugaz entre una profesora universitaria de treinta y pico y su alumno muchos años menor. La cultura electrónica es un lenguaje que comparten, además del sexo. Por eso no se puede entender a la electrónica como un fenómeno o una moda, sino como algo mucho más amplio que define una nueva época y va de la mano con Internet, las redes sociales, el celular como extensión de nuestro cuerpo y la heterogeneidad de discursos frente a la caída de la hegemonía de los medios masivos de comunicación, propia de una sociedad más igualitaria.
–Dijiste una vez que, en nuestra sociedad, el amor es como una religión. Y cuando eso no funciona, aparecen las drogas que lo simulan. ¿Por qué?
–Ya sabemos cómo es el amor según los medios, y el alcance que tiene esa construcción imaginaria alrededor de él. Crecimos creyendo que el amor es eso que sucede cuando la pareja por fin se da un beso. "Y vivieron felices y comieron perdices". Una idea utópica del amor, vinculada al mismo tiempo con la idea del sufrimiento. Siempre existió, pero nunca pareció tan real. La humanidad jamás tuvo este grado y calidad de acceso a ese tipo de construcciones culturales. Nunca nuestras fantasías fueron vendidas y compradas con semejante masividad. Después te chocás con la realidad: los padres se divorcian, vos mismo ya te separaste muchas veces... Sin embargo nos pidieron que fuéramos felices, así que hicimos lo que nos enseñaron: consumir. Llegamos al punto de consumir personas, a no querer involucrarnos más allá de una noche.
–¿Es impensable una fiesta electrónica disociada por completo de las drogas de diseño? Digo, tu novela se llama Electrónica y en la tapa hay una boca tomando una pastilla con forma de corazón...
–Es el mismo vínculo que hay entre un boliche "normal" y tomar alcohol. Pero no sólo se trata de drogas (legales o ilegales) y fiestas. La electrónica es la punta del iceberg de nuestra sociedad. En el fondo estamos todos en la misma. ¿Es impensable trabajar sin tomar un café atrás del otro? ¿Irse a dormir sin un ansiolítico? ¿Levantarse a la mañana y no mirar el celular? Vivimos en un sistema que nos lleva indefectiblemente a comportamientos de distintas características, pero que tienen un mismo origen: consumir para ser más felices, más visibles, más competitivos, más cool, más parecidos a los demás que también consumen.
–Esta es una movida que prescinde de la devoción por el alcohol. ¿Por qué?
–Porque el alcohol mezclado con el éxtasis potencia los efectos nocivos de cada uno. También porque, junto con el tabaco, es una droga legal mucho más peligrosa que el éxtasis y que la mayoría de las drogas ilegales. Está asociada a accidentes de tránsito, violencia doméstica, delincuencia. El éxtasis produce un estado de paz y empatía. Una resaca de alcohol es infinitamente peor al día después del éxtasis. ¿Por qué mueren cinco chicos en una fiesta electrónica? Porque consumen una sustancia que el Estado hace ilegal pero que no es capaz de controlar, porque no hay agua disponible en un lugar donde hay demasiada gente, porque empresarios, instituciones y organismos de la ciudad fueron irresponsables, incompetentes o cómplices.
–¿Qué es un clubber?
–Una persona, joven de cuerpo o de alma, que sale a buscar a Dios en el único templo que levantó nuestra sociedad de consumo: el de la tecnología y la felicidad química.
–¿Por qué justo después de 2001, la electrónica hace masa entre los jóvenes argentinos de clase media-alta?
–En 2001 se derrumba la ilusión. Representa el quiebre de ese sistema de falsos ídolos que habíamos recibido. Pero ya no somos capaces de romper con el sistema. Lo único que podemos hacer es colarnos entre sus intersticios. Acomodarnos para que no nos aplaste.
–Una década después, el perfil varió: la electrónica se masificó. ¿Qué cambió?
–La cultura electrónica viene de la mano con el consumo, pero también con un cambio social de reivindicación de un nuevo sistema de valores. Es la cultura de la diversidad sexual, de la igualdad y la solidaridad; es la que recupera el baile colectivo como modo de conectarse con algo más allá del propio ego, que trata de sobrevivir a la hipocresía reinante, que quiere terminar de una vez por todas con la dictadura del patriarcado. Esa forma más igualitaria de ver el mundo va conquistando nuevos espacios, y esos nuevos espacios, a su vez, conquistan a esa cultura. Los que dicen que ya no se puede ir a las fiestas masivas porque "cambió el público" lo hacen desde un lugar de elitismo típico de una parte de la misma clase media a la que nos venimos refiriendo. Pero no es el espíritu de la electrónica, que es una cultura inclusiva, solidaria y basada en una percepción emocional del mundo.
–Hace unos días, escribiste en tu Facebook que ibas a estar en un programa de TV tratando de explicar de qué hablamos cuando hablamos de fiestas electrónicas. "Eso si la televisión tirana, gritona y reaccionaria nos deja". ¿Cuál es la palabra que explica para vos lo que pasó en la Time Warp?
–Son demasiadas, pero desde una lectura de ese tipo, los medios masivos de comunicación son responsables por esas muertes: desinforman. No muestran una realidad que desde adentro de los medios se conoce muy bien, y que es el consumo de drogas en la sociedad en general. Fomentan la espiral de consumo a través de la publicidad, no se hacen cargo de su responsabilidad y reducen su pensamiento a una serie de slogans que no tienen ningún efecto porque están dichas desde un lugar de hipocresía. ¿Las drogas son malas como dicen en el noticiero o son buenas como explica el locutor de la publicidad de la pastilla para dormir? Los medios usan caretas que ya no se sostienen. Hoy un conductor de televisión sale a decir que nunca probó una droga, y al otro día los chicos están viralizando un video donde se lo ve con la mandíbula dura y los ojos desencajados. Ya no hay lugar para la hipocresía. Nadie les cree, y entonces su retórica simple y moralista sólo sirve para agravar el problema.
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