El daño avanza en todos los mares del mundo y, según los especialistas reunidos en la conferencia Our Ocean, se acaba el tiempo para adoptar medidas; las principales amenazas y las consecuencias menos visibilizadas
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PANAMÁ.- Los secretos que guardan los océanos siempre fueron motivo de interés para la humanidad, desde los grandes naufragios de la historia hasta las toneladas de oro que albergan. Sin embargo, el foco de atención se trasladó desde hace un tiempo hacia una realidad que no encierra misterios: el deterioro de las aguas es alarmante y representa un riesgo para la salud de los humanos, con efectos poco visibilizados.
Expertos y líderes mundiales advirtieron sobre la urgencia con la que se debe actuar para salvar a los mares, durante la octava conferencia Our Ocean, de la que participaron más de 90 países. “El tiempo se nos está acabando y es la ciencia la que lo está diciendo”, afirmó John Kerry, enviado especial para el clima del gobierno de Estados Unidos.
La reconocida bióloga marina y exploradora Sylvia Earle también puso el acento en la necesidad de acelerar medidas. “Este es un momento histórico, pero también es la última oportunidad para proteger al planeta”, planteó durante su exposición en el encuentro internacional, que se desarrolló en la ciudad de Panamá.
En este punto estratégico del mapa, donde se unen el Pacífico y el Atlántico, científicos, funcionarios, filántropos y representantes de organizaciones ambientalistas compartieron las últimas evidencias sobre la degradación de los mares y exhibieron cifras que permitieron reflejar la magnitud de la crisis.
Efecto búmeran
Los océanos son imprescindibles para la humanidad, desde el aire que respiramos (producen entre el 50% y el 85% del oxígeno del planeta) hasta los alimentos que consumimos (proveen sustentos para más de 3000 millones de personas). Paradójicamente, son las acciones del hombre las que tienen mayor responsabilidad en el daño que sufren las aguas.
El 90% del exceso de calor provocado por el cambio climático es absorbido por los océanos, que además concentran más del 30% del dióxido de carbono generado por los humanos. ¿Las consecuencias? El incremento de la temperatura de las aguas -que ocasiona el desplazamiento de distintas especies-, el aumento del nivel de los mares -que amenaza zonas costeras y hábitats de peces- y la acidificación -que afecta a los organismos marinos por la alteración del PH del lugar. La contaminación y la pesca irresponsable suman sus efectos nocivos para que el cuadro sea definitivamente dramático.
Como un búmeran, el daño regresa a los humanos por diversas vías. La contaminación por plásticos en los mares aporta un claro ejemplo. Estos residuos se transforman en microplásticos que son tragados por organismos marinos que, a su vez, luego son ingeridos por el hombre. De este modo, se contamina la cadena alimentaria.
“Hay evidencia de que tenemos microplásticos en nuestra sangre y, depende la persona, de que consumimos el equivalente a una tarjeta de crédito cada semana. Las micropartículas además se dispersan. Están en el aire, en el agua y en las superficies que nos rodean, no solamente en lo que comemos”, describió a LA NACION Andrew Sharpless, director ejecutivo de Oceana, la mayor organización internacional dedicada a la conservación de los océanos y uno de los expositores más destacados de la conferencia.
Ante semejante certeza, el desafío es dimensionar el impacto en el organismo, sobre todo si se tiene en cuenta que los materiales plásticos y sus aditivos pueden contener químicos nocivos. ”Se están estudiando los efectos del plástico en la salud humana. No tenemos las pruebas científicas de una forma definitiva, pero sí sabemos lo que ocurre con la fauna marina. Oceana hizo un estudio en 2020 sobre casi 2000 mamíferos marinos que se habían encontrado muertos, y en el 88% de ellos se hallaron plásticos en sus estómagos o en su sangre”, detalló Sharpless.
Las investigaciones actuales en humanos encienden luces de alarma. Una de las últimas evidencias, explicó el experto, es que el plástico está penetrando en la barrera de sangre del cerebro. “También fue hallado en la leche materna, las madres están dando microplásticos al bebé”, indicó.
Jacqueline Savitz, directora de políticas de Oceana, resumió la situación con crudeza. “Nos estamos ahogando en el plástico”, graficó. Consultada por LA NACION, la especialista agregó que los químicos que ingresan en el cuerpo a través de los plásticos tienen un impacto disruptivo en las hormonas y que pueden desencadenar enfermedades que hoy la medicina observa de cerca.
Cifras abrumadoras
Los plásticos representan al menos el 85% de los desechos marinos y, cada año, alrededor de 11 millones de toneladas de este material llegan a las aguas, cifra que podría triplicarse en 2040 si no se toman medidas, según la ONU. Por otro lado, el 40% del plástico que termina en los mares de manera directa o indirecta, por ejemplo a través de ríos o desagües, es de un solo uso.
De acuerdo con investigaciones de Oceana, solo el 9% del plástico se está reciclando, por lo que plantean que la salida es detener las cantidades actuales de producción.
Las experiencias de los distintos países para atacar este flagelo fueron compartidas durante la conferencia: algunos apuestan a alternativas tecnológicas (como interceptores automáticos que detectan plásticos en los ríos antes de que lleguen al océano) y otros se inclinan por pautas de comportamiento ciudadano. El margen de acción de cada nación depende además de múltiples factores. Lo cierto es que Chile y Canadá fueron mencionados en el encuentro como los países del continente con iniciativas más eficaces para hacer frente a esta amenaza.
La proyección, no obstante, es preocupante para el mundo entero: sin una hoja de ruta clara que contemple resultados medibles, en 2050 podría haber más plásticos que peces en los mares.
A pesar de los duros diagnósticos, la reunión en Panamá resultó esperanzadora, un escalón necesario para avanzar en soluciones integrales y enfrentar los desafíos que supone la emergencia oceánica. La cumbre finalizó con 341 compromisos, que implican casi 20.000 millones de dólares, aportados por gobiernos, fundaciones y empresas.
“Hubo información del más alto nivel y un fuerte involucramiento de todos los sectores, creo que podemos ganar esta batalla”, expresó a LA NACION el ministro de Desarrollo Agropecuario de Panamá, Augusto Valderrama, tras el cierre del encuentro.
El funcionario destacó además la participación de los jóvenes líderes, que aportaron ideas creativas y contagiaron entusiasmo durante la conferencia. Ellos, en definitiva, son los herederos de esta lucha.
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