“Nos dolían los brazos”: oxigenaron manualmente a un paciente con Covid más de cuatro horas en una ambulancia
El hospital de Jacobacci, donde trabajan la médica Ivana Giménez y el enfermero Lizardo Antuan, no cuenta con un respirador artificial y los enfermos críticos deben ser trasladados a otras ciudades; el 26 de mayo, no funcionaba la ventilación del móvil sanitario y asistieron a un hombre durante 350 kilómetros
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El día de Ivana Giménez había empezado a las 7. Una hora más tarde fue al hospital central de Ingeniero Jacobacci, donde vive, en Río Negro, para hacer hisopados. En medio de la mañana le avisaron que debía trasladar de urgencia a un paciente con una neumonía bilateral provocada por Covid-19. El respirador artificial más cercano estaba a 350 kilómetros de distancia. Con el paciente ya intubado, intentaron conectarlo al respirador de la ambulancia, pero no funcionaba. Por la gravedad del cuadro, decidieron oxigenarlo de forma manual y emprendieron el viaje de cuatro horas y media. “Nos dolían las muñecas y los brazos, pero teníamos que llegar al otro hospital de la mejor manera posible”, recuerda Giménez.
Giménez tiene 44 años. Es una médica cordobesa que llegó a Río Negro en 2013 para estar junto a su actual marido, quien estaba haciendo la residencia de cirugía general en Cipolletti. La situación laboral en esa ciudad era compleja y una cirujana que los conocía los convocó para trabajar en el único hospital que tiene Jacobacci. Hoy su marido es el cirujano general del hospital y ella es médica generalista.
“Hago de todo. Nuestro régimen de guardias es de 24 horas y un día de descanso de por medio, pero si alguien fallece en el pueblo yo tengo que ir al domicilio para hacer de forense. Además, atiendo en los consultorios, pero si surge la derivación de un paciente también eso recae en mí. Acá no tenemos muchos recursos”, describe Giménez a LA NACION.
El 26 de mayo un paciente de 46 años con obesidad y coronavirus empezó a desmejorar. La neumonía bilateral que presentaba empezó a agravar su cuadro general y el equipo médico resolvió que debía ser trasladado a un centro de mayor complejidad, de lo contrario no sobreviviría. En Jacobacci el único respirador disponible es uno a batería que usan en el shockroom, pero no podían mantener al paciente conectado a esa máquina durante muchas horas. También debían liberar esa cama por cualquier urgencia que pudiera suceder en el pueblo.
“Nosotros no tenemos terapia intensiva y el paciente necesitaba ser atendido inmediatamente, porque su función respiratoria había empeorado y necesitaba oxígeno. Empezamos a llamar a todos los hospitales. Generalmente Bariloche es nuestro centro derivador, pero no había una sola cama libre. En el único lugar donde nos recibían era en General Roca, a 350 kilómetros de distancia, un recorrido que nos lleva cuatro horas y media”, relata la médica.
Giménez señala que el paciente ya había sido intubado y debían conectarlo al “ventilador de transporte”, que es para un tiempo limitado, como un traslado de hospital a hospital. La acompañaba el enfermero Lizardo Antuan. Pero el aparato, que era fundamental para mantener con vida al paciente, estaba roto: alguien lo había abierto para desinfectarlo y se perdieron algunas piezas, según pudo saber Giménez luego del incidente.
“No podíamos hacerlo andar. Entonces con mi compañero lo conectamos al respirador manual, que es el que tiene una bolsa y una mascarilla, pero lo conectamos directamente a los tubos que tenía el paciente y nosotros empezamos a imitar el ritmo de respiración. Tenes que presionar y soltar de a poco, así cada dos o tres segundos”, dice Giménez.
En medio de tantas limitaciones, decidieron emprender el largo viaje hasta General Roca. “Si no lo hacíamos, el paciente se moría”, asegura. En el camino el viento soplaba en contra, lo que demoró aún más el trayecto. Además generaba tanto ruido que para auscultar al paciente debían frenar al costado de la ruta. En total, se detuvieron tres veces, porque también debían cambiar los tubos de oxígeno que se iban agotando.
“Con Lizardo, el enfermero, nos íbamos turnando. Mientras uno le daba oxígeno, el otro chequeaba sus signos vitales, el color de la piel. Nos dolían las manos, las muñecas, los brazos, fue muy difícil. Además si el paciente no recibía el oxígeno suficiente, podía quedar con un problema neurológico. También teníamos que estar sedándolo porque en dos oportunidades tendió a despertarse, lo que hubiera sido un problema porque tendría una respiración consciente”, se lamenta Giménez.
Mientras avanzaban por la ruta con el paciente en estado crítico, su cansancio crecía. “Estábamos cubiertos de pies a cabeza para no contagiarnos. Terminamos el rostro todo marcado por los barbijos y el esfuerzo que hicimos. Con Lizardo nos mirábamos y solo con la mirada, ya entendíamos que el otro tenía que seguir bombeando oxígeno porque ya los brazos no daban más”.
Al llegar al hospital de General Roca, acompañaron al paciente hasta la terapia intensiva. “Le pusimos el tubo de oxígeno entre las piernas y seguimos. Teníamos mucha adrenalina. Le comentamos a los médicos del hospital cuál era la situación, las drogas que le administramos, y lo internaron”.
Ya eran las 18. Y entonces comenzó el proceso de desinfección personal: habían estado junto a un paciente positivo durante cuatro horas adentro de una cabina de ambulancia.
“Nos llevó algunas horas más limpiar todos los trajes y desinfectar la ambulancia. Nadie había almorzado, estábamos en ayunas desde las 7. Cuando terminamos fuimos a comer algo a una estación de servicio y emprendimos la vuelta. Habremos regresado al pueblo a las 22. Al otro día todos teníamos otra guardia a las 8”, recuerda Gómez.
Ella rescata que hoy el paciente está bien y pudo ser externado. Se encuentra en su casa con una bigotera de oxígeno. “Es un señor que tiene un kiosco en el pueblo y su esposa es una enfermera. Por suerte ya no está en peligro. Si no tomábamos la decisión de trasladarlo se iba a morir”.
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