Nomeolvides: el genocidio armenio como eje de un relato de familia
Hoy, con #NoMeOlvides como tópico, entrevistamos a la autora del libro "Armenuhi", que reconstruyó la historia del genocidio armenio desde la perspectiva de su propia familia
El año pasado, al cumplirse cien años del Genocidio armenio, la periodista Magda Tagtachian se reencontró con la historia familiar de cómo su abuela Armenuhí había logrado, antes de cumplir siete años, escapar de la muerte dos veces. Al meterse a investigar los pormenores y al intentar reconstruir cómo ocurrió, Tagtachian, que es editora de la revista Viva, se adentró en la historia de sus raíces, en un viaje que fue a la vez retrospectivo y hacia afuera, y en el que logró reconstruir la vida de tantos inmigrantes que a fuerza de voluntad y pasión lograron forjar un nuevo destino en la Argentina. El resultado de esa investigación es el libro "Nomeolvides. Armenuhí, la historia de mi abuela armenia", que acaba de publicar Sudamericana y que se presenta el martes 6 de septiembre, a las 19.30, en la sala Siranush, del Centro Armenio, en Armenia 1353.
–¿Cuándo descubriste que tenías que escribir la historia de tu abuela?
–El año pasado, cuando se cumplieron cien años del Genocidio armenio, escribí una nota donde contaba lo único que yo sabía y recordaba: la huida de mi abuela por el desierto, escondida en la alforja de un burro, más algunas costumbres armenias. Respecto del escape no tenía más datos. Antes de que la nota se publicara, me reuní con mi tía Alicia para que la leyera. Más que nada para chequear posibles errores. Al terminar de leerla, ella se quebró y me dijo que había una parte más de la historia de mi abuela Armenuhi que yo no sabía. Un segundo escape que había sido peor que el primero en el burro. Alicia me contó cómo mi bisabuelo tiró a Armenuhi con siete años de un tren en movimiento. Los habían tomado prisioneros para abandonarlos en el desierto de Der Zor donde los armenios deportados morían abandonados a su suerte y masacrados por los soldados otomanos. Se me cerró el pecho. Sentí una angustia muy grande y el deber de investigar a fondo la historia completa de mi abuela. Para mí había sido una cuenta pendiente desde hacía mucho tiempo, pero no lo tenía del todo racionalizado. Aquel día, con esa confesión, me cayó la ficha. Y decidí investigar absolutamente todo lo que había sucedido con Armenuhi y su familia. Mi familia.
–¿Cómo es investigar en los arcones de tu propia familia? ¿Qué trabas encontraste?
–Fue un ejercicio de valentía. No sólo mía, porque no sabía con qué me iba a encontrar, sino de mis tíos y tíos abuelos que confiaron y abrieron sus corazones para revolver el pasado. Se animaron a revisar recuerdos dolorosos y revivir lo que pasaron. En cuanto a la investigación en sí, trataba de tomar distancia “periodística” de los hechos. Mantener la cabeza fría para razonar, buscar información, avanzar con la historia, chequear datos y repreguntar. Sin embargo, a la noche, mientras procesaba los datos o escribía, sentía cómo toda esa información que iba recopilando atravesaba las paredes de mi corazón, de mi cuerpo y de mis sueños. Me pasé muchas noches enteras sin dormir o despertándome cada dos horas pensando en algún familiar, repasando situaciones históricas o buscando objetos mismos dentro de mi casa. Viejos libros o cadenas y anillos de mi abuela que mi tía me fue regalando a medida que crecí y que nunca les había prestado atención, hasta ahora. De día hacía mi trabajo para el diario, y de noche y los fines de semana me sumergía en el Imperio Otomano, en Siria o en la antigua Armenia Soviética para contar la historia.
–¿Cuál es el mejor recuerdo que tenés de tu abuela? ¿Qué rasgos de carácter se forjaron en ella por haber sobrevivido a tanto horror?
–El mejor recuerdo son los fines de semana de chica, cuando me quedaba a dormir. Nos sentábamos juntas en el sillón de pana verde para tejer al crochet. Ella me enseñó. Jugábamos a quién de las dos hacía la cadenita más larga, sin mirar la aguja. Focalizábamos hacia adelante, en la pantalla del televisor. La que perdía elegía una prenda para la otra. También cuando cocinábamos juntas el keppe crudo. Nos pegoteábamos las manos y los dedos con la carne cruda picada, mezclada con el trigo, la manteca y el extracto de tomate que moldeábamos en una palangana azul. Me parecía una ceremonia fascinante. Mi abuela era esencialmente paciente y amorosa. Jamás la vi pelearse ni levantar la voz. Tenía carácter, sí. Pero se imponía sin pelear ni gritar. Al contrario. Era pura dulzura. Todo Villa Urquiza la adoraba. Además la admiraban porque era excelente cocinera.
–La historia de tu abuela tal vez sea la de muchas otras abuelas armenias o inmigrantes que llegaron a Argentina. ¿Con qué se va a encontrar quien lea el libro?
–Todos nuestros abuelos, cualquiera sea su origen, se guardaron para sí lo que sufrieron y las carencias que atravesaron. Lo hicieron para darnos a los nietos lo mejor, siempre con una sonrisa. Es el acto de amor más profundo. Dar sin decir, sin esperar, sin hacer alharaca ni ruidos ni propagandas. Sin pedir nada a cambio. Muchas veces, incluso, dieron sin llegar a ver lo que sembraban. Sólo por amor. Desinteresadamente. Ese hecho es lo que termina transformando. Tarde o temprano su siembra da frutos. Y la identidad, que sale siempre. Hoy le agradezco a mi abuela Armenuhi por todo lo que me dio, aun sin yo ser del todo consciente de ese acto de amor. Le agradezco a través de las páginas de este libro. También ofrezco a todos su mensaje. Espero que a todos les llegue su amor. El mismo que ella me dio y descubrí o caí en la cuenta, de grande.
–¿Cómo te hablaba Armenuhi del Genocidio? ¿Qué contaba?
–Ella nunca dijo nada, por lo menos a los nietos. Lo único que contó fue cuando una vez yo dije que no iba a comer porque estaba a dieta. Yo tenía 13 años. Ella me miró con los ojos llenos de lágrimas y me retó. Me dijo que yo no sabía lo qué era tener hambre. No entendí por qué se había puesto tan mal. Entonces explicó cómo cuando tenía un año y medio, perseguidos por el Imperio Otomano, su papá la escondió en la alforja de un burro para huir a pie por el desierto, caminaron 100 kilómetros sin agua ni comida hasta llegar a refugiarse en Alepo, Siria.
–Recientemente tuviste la posibilidad de viajar a Armenia, durante la visita del papa Francisco. ¿Qué significó ese viaje para vos?
–Aunque el libro ya estaba cerrado, fue el broche de oro para la investigación. La posibilidad de comprobar en persona lo que había escrito y entender que Armenia era mucho más linda aún de lo que imaginaba. También el viaje significó como un regalo de mi abuela. Un mensaje que me dio ella, no sólo para conocer Armenia caminando cerquita de Francisco, sino sentir su bendición y entender que esa oración me alcanzaba, también al pueblo armenio y sobre todo a nuestra difícil historia y negado genocidio. Fue el regalo mayor. Y abrazar a parte de la familia, una sobrina de Armenuhi que ella no pudo conocer porque mi abuela se separó de su hermana a los 14 años cuando la mandaron sola a casarse a la Argentina. La vida me regaló esa oportunidad. Fue maravilloso y me ayudó a entender y entenderme, estar en paz y crecer.
–¿Cómo se responde al pedido de #Nomeolvides?
–Participando activamente o desde el lugar que cada uno ocupe para contarle al mundo quiénes somos los armenios, nuestra historia, nuestra cultura y tradiciones, por qué sufrimos un Genocidio y por qué Turquía y muchísimos países en el mundo aún hoy no lo reconocen. Se puede escribir un libro, pero también participar de actos culturales o marchas, difundir, llevar una calcomanía en una agenda, en el auto, o usar cualquiera de los símbolos armenios en las redes sociales. De hecho, el año pasado, cuando puse la flor “Nomeolvides” en mi perfil de WhatsApp y otras redes, muchos amigos que no son armenios me preguntaban qué significaba esa flor violeta. Después se me acercaban para contarme que a partir de ese gesto, la había empezado a reconocer en carteles por la calle, en los negocios o instituciones armenias y otros locales por fuera de la comunidad que se sumaron para apoyar la Causa Armenia. Eso es difundir y aprender. Hay que construir Memoria, cualquiera sea nuestro origen. En la Argentina, por nuestro pasado con la Dictadura, sabemos de eso. Construir Memoria para que la historia no se repita. Es un mensaje global. Y seguir buscando siempre Verdad y Justicia.