Ana Franchi: "Me imagino un país en el que la ciencia y la tecnología serán un eje de las políticas públicas"
"A mi edad, cuando me voy acercando al retiro, me preocupa la suerte de los que vienen detrás de nosotros; quiero encontrar la forma de contribuir a un país mejor". Así explica Ana Franchi, investigadora principal del Conicet, y directora del Centro de Estudios Farmacológicos y Botánicos, además de madre de dos hijos, su apasionado compromiso con los problemas que atraviesa la ciencia local.
Graduada en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA , confiesa que le debe el deslumbramiento que sintió por la química biológica a "las clases maravillosas del doctor Eduardo Charreau" [alumno de Leloir y discípulo de Bernardo Houssay, que fue presidente del Conicet entre 2002 y 2008].
Ya en el instituto del que hoy es directora, hizo su tesis en hormonas y prostaglandinas en el útero, y desarrolló modelos animales para el aborto temprano y el parto prematuro. "Estudiamos los mecanismos por los que se inicia un nacimiento antes de tiempo y buscamos distintas terapias farmacológicas para tratarlo -explica-. En una de las últimas y más llamativas investigaciones del laboratorio, pudimos constatar que el ambiente enriquecido previene algunas de las patologías del embarazo".
Invitada a imaginar el futuro a mediano plazo, ofrece una mirada esperanzada: "En los menores de 40 hay una actitud muy distinta -afirma-. Muy positiva, con ganas de entrar en contacto con la sociedad, de resolver cosas".
-¿Qué papel deberían jugar la ciencia y la tecnología en la Argentina de los próximos 10 años?
Mi sueño es un país sin excluidos, donde todos tengamos derecho a vivir una vida digna, no importa dónde hayamos nacido ni nuestra orientación sexual o edad. Claro que para eso es indispensable producir más. La ciencia y la tecnología pueden contribuir a alcanzar esa meta. Si fueran un eje de las políticas públicas, los investigadores podríamos ayudar a elevar nuestra calidad de vida. Podemos preservar la salud de la población, mejorando tanto los tratamientos como las formas de ejercer la medicina, porque cuando uno habla de ciencia incluye desde las sociales hasta las biológicas, la física, la matemática o la astronomía. Podemos ofrecer el conocimiento necesario que permita sustentar estrategias para velar por el medio ambiente y hacer un uso cuidadoso de nuestros recursos naturales. Pero también podemos contribuir al desarrollo productivo del país; desde el agro (donde ya ocurre) hasta la industria automovilística, la computación, la telefonía, la alimentación...
-La necesidad de un desarrollo científico-tecnológico es algo que ya casi no se discute. ¿Pero será posible encararlo en la próxima década teniendo en cuenta otros enormes problemas que enfrentamos y que habrá que solucionar sin dilaciones?
-Con los recursos de un país ocurre lo mismo que con el tiempo: uno elige en qué invertirlo. Uno tiene tiempo para lo que quiere y un país tiene recursos para lo que elige. A mi modo de ver, esa es una falsa dicotomía. Las corridas bancarias se llevan muchísimo dinero con el que podríamos dar comida y vivienda a muchas personas que lo necesitan. Si bien la ciencia requiere inversiones, respecto del total del PBI es una suma bajísima. Es cierto que hay necesidades inmediatas que atender, pero eso no puede soslayar lo que nos permitirá alcanzar el desarrollo a mediano o largo plazo.
-En su imagen de ese futuro no demasiado lejano, se vislumbra un país cuyas diferentes actividades están permeadas por la ciencia. ¿Los investigadores dialogan lo necesario con el resto de la sociedad para eso?
-No me refiero solo al Conicet, sino también a las universidades, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae), la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). El Conicet es un gran formador de recursos humanos. Hay temáticas específicas, como la energía nuclear, en las que la Argentina tiene un desarrollo impresionante gracias al trabajo de décadas de la CNEA. El INTA desarrolla tecnología para el agro. El INTI podría contribuir a un desarrollo productivo. Ya lo hacen y podrían hacerlo con mayor intensidad.
-¿Qué deberían hacer los próximos gobiernos para incentivar una interacción fluida entre la sociedad y la comunidad científica?
-Varias cosas. Habría que promover una relación muy aceitada entre todas las instituciones de ciencia y tecnología. Podría ser mediante una especie de gabinete (algo que se intentó, pero hasta ahora sin éxito) donde se sentaran todas las instituciones de ciencia y tecnología, y las universidades. Por otro lado, necesitamos contar con un ministerio del área, para que su titular participe en las decisiones de política pública.
-¿Cómo impacta en el desarrollo de las capacidades científico-tecnológicas la calidad de la educación?
-Es imposible tener buena ciencia sin una excelente educación pública, porque esta última es la que nos ofrece los recursos humanos. En ese sentido, los jóvenes que deciden emigrar porque no encuentran un lugar para hacer investigación en el país también perjudican la educación porque son los mejores docentes.
-Mientras existió, solía caracterizarse al de Ciencia como "un ministerio de servicios", porque podía ofrecer el conocimiento necesario para la toma de decisiones de otras dependencias. ¿Esta modalidad podría instalarse, como ocurre en otros países, en los próximos años?
-Hace mucho, los científicos nos recluimos en los laboratorios y centros de investigación y nos costó salir. Antes de 2004, yo decía que era investigadora y pensaban que trabajaba en la policía, porque al Conicet no lo conocía nadie. Haber aparecido en los medios de comunicación empezó a abrir ciertas puertas. Fueron pequeños pasos: tal vez, una pyme que traía un problema y tratábamos de resolverlo. Falta establecer una relación cercana con el resto de la sociedad y nosotros tenemos que estar dispuestos y preparados para ayudar. Al mismo tiempo, cuando nos evalúan, también hay que asignar una evaluación positiva por esas acciones, y no solo por las publicaciones en las revistas del hemisferio norte.
-¿Cómo se logra motorizar estos cambios?
Personalmente, creo que son más importantes los premios que los castigos. Por ejemplo, estimular la investigación en temas estratégicos. Si el país necesita desarrollar una determinada línea de investigación, se puede llamar a científicos y docentes de todo el país, ofrecerles el financiamiento adecuado y evaluarlos por sus aportes. Los grandes desarrollos se logran por el orgullo de participar en una iniciativa trascendente. Con el estímulo del Estado, se puede hacer.
-¿Qué tamaño tendría que tener el Conicet?
-Hace un tiempo teníamos tres investigadores por cada 1000 personas económicamente activas. Me gustaría que en 10 años fueran cinco por 1000, un número más parecido al de muchos países que miramos con envidia, como Australia y otros europeos. Y que, además, estos científicos estuvieran repartidos en todo el país; es decir, que más ciudades tuvieran centros importantes.
-¿Es factible lograr un mapa más federal de la ciencia?
-No se puede hacer todo junto. Habría que empezar por ofrecerles el traslado a grupos de edades intermedias, facilitándoles la vivienda, el colegio, centro de investigación con buen equipamiento. Si se logra desarrollar grupos de figuras prestigiosas, muchos jóvenes estarán dispuestos a trasladarse.
-¿En una década se habrán superado las barreras de género?
-Se avanzó mucho, pero hay un techo de cristal. Para las mujeres es difícil pasar a las categorías más altas y también participar en la política de la ciencia. Ahora, con los dos nuevos nombramientos para el directorio del Conicet [a Mario Pecheny y Alberto Kornblihtt] queda una sola mujer. Y lo mismo pasa entre los rectores y vicerrectores de universidades: solo un 11% son mujeres. Lo importante es que nos demos cuenta de que no es un problema nuestro el no poder llegar, sino que hay un ambiente (no necesariamente adrede) que hace difícil alcanzar los cargos más altos. Todavía en la mayoría de los lugares de investigación no hay jardines maternales, faltan licencias por paternidad... Quizá en 10 años la situación no sea óptima, pero va a estar mejor.
-Si todo esto se aplica, en qué áreas podría llegar a ser fuerte el país...
-Por un lado, en biomedicina, una disciplina en la que la Argentina tiene recursos humanos de la máxima excelencia. Y también en el desarrollo de software, el agro, la actividad espacial, si se retoma el camino de los satélites y el lanzador.
-¿Cree que podría darse un cambio de actitud por parte de la industria privada en cuanto al financiamiento de la ciencia y la tecnología?
-Hay que tener en cuenta que en el mundo los grandes desarrollos científicos de riesgo no los hacen las compañías. Los hace el Estado y luego las empresas privadas los continúan. Pero si hubiera un mayor desarrollo de la industria, necesitarían más doctores. Incluso, podríamos tener una burocracia estatal con mejor formación, donde los doctores podrían contribuir en los distintos ministerios.
-Un país no cambia de un día para otro. ¿Diez años es tiempo suficiente para lograr todo esto?
Creo que sí. Tal vez no lleguemos a la meta, pero podemos ponernos en camino. En 10 años hicimos radares, satélites de comunicaciones, se desarrolló una semilla resistente a la sequía... No cambió todo, porque cuando uno pierde un año o dos en ciencia o en educación, cuesta retomar el camino. Pensemos que entrenar a un científico lleva por lo menos cinco años de carrera y cinco de doctorado. Aceitar la relación entre los distintos organismos de ciencia y tecnología, convencer a la industria de que empiece a preguntarles a los científicos es cambiar cabezas, no es fácil. No vamos a resolverlo todo, porque además aparecerán nuevos problemas, pero podemos encaminarnos Y después habrá que sostener el rumbo. Eso es lo importante, porque si con cada administración cambiamos de orientación, en lugar de avanzar, vamos a retroceder.
* Ana Franchi es química, investigadora principal del Conicet y directora del Centro de Estudios Farmacológicos y Botánicos
Tres propuestas
- Diálogo más fluido. Arbitrar los medios para que exista una mayor comunicación entre instituciones del sistema científico, y entre la comunidad científica y el resto del gobierno y la sociedad
- Recursos humanos. Quisiera llegar a contar con cinco investigadores cada 1000 personas económicamente activas, como ocurre en países desarrollados
- Una ciencia más federal. Podría lograrse creando núcleos de excelencia en distintos puntos del país que actuarían como imán de jóvenes investigadores
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