Viven con preocupación la investigación judicial tras el boom migratorio; “Se opina sobre todos cuando se trata del comportamiento de algunos”, plantea uno de los exiliados; un grupo de mujeres organiza donaciones para los hospitales donde parieron a sus hijos y aseguran que es una manera de devolver lo que el país les da; historias de hombres y mujeres que escaparon de Putin y ya forman parte de la escena porteña
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Bárbara Derendyaeva llega al Parque Las Heras con su mate en mano. Empuja un carrito donde viaja Alexandra, su hija de 11 meses, mientras su marido, Alexey, camina de la mano con Konstantin, su hijo de 3 años. En el centro de la plaza, se encuentran con otras dos familias que cargan bebés y todos se saludan afectuosamente con besos y abrazos.
Vista desde lejos, la escena parece una típica postal porteña, pero al acercarse un poco, se observa una particularidad: las familias no hablan español. Son ciudadanos rusos que se mudaron a la Argentina, tuvieron hijos en hospitales y sanatorios locales y dicen sentirse muy agradecidos por el buen trato que reciben en el país. Tan agradecidos que algunos están organizando donaciones de insumos a centros de salud públicos de la ciudad de Buenos Aires.
La disconformidad con el Gobierno de Vladimir Putin es el denominador común que aparece en el relato de todos los entrevistados para esta nota, cuando explican las razones que los expulsaron de Rusia. Quieren ofrecer a sus hijos la posibilidad de una vida más libre y segura. Otra coincidencia es aquello que destacan de la Argentina: se deslumbran ante la gastronomía local, el clima y, sobre todo, la amabilidad de la gente. Pero en los últimos días, de manera inesperada, otra situación los ubicó en una misma postura: se sintieron afectados por los casos de compatriotas investigados por la Justicia y buscan desmarcarse de las irregularidades denunciadas por el Gobierno.
Fascinados por la Argentina
“Para nosotros, la Argentina es el mejor país del mundo. Nos encanta el clima, la comida, la gente y la atención que se les da a los niños aquí”, dice Alexey, quien tiene 41 años y trabaja a distancia como programador. Su familia llegó en noviembre de 2021, apenas se abrieron las fronteras en plena pandemia, y se instalaron primero en Palermo y luego en Villa Crespo.
Bárbara, de 27 años, aterrizó embarazada de Alexandra y dio a luz en la Maternidad Suizo Argentina en marzo del año pasado. “Mi abuelo es argentino, por lo que para mí no era un país lejano. Cuando conocí a Alexey, pensamos que algún día vendríamos a vivir aquí y finalmente lo hicimos. Estoy muy orgullosa de tener una familia en la Argentina. Todos los días me sorprende la buena actitud que muestran los argentinos hacia otra persona, un niño o un animal”, afirma.
Anastasia Breiner tiene 44 años. En Siberia, donde vivió hasta mayo de 2022, trabajaba como periodista. Tal vez por ese afán profesional es que pide hablar con LA NACION para narrar su historia y mostrar la cara menos conocida del fenómeno migratorio que llamó la atención de la opinión pública durante las últimas semanas: la realidad de quienes llegan al país con la idea de instalarse a largo plazo y amalgamarse con la cultura argentina.
Junto a su pareja, Andrey Fomin, aterrizó en la Argentina el 23 de mayo de 2022. Su hijo Demid, quien por entonces se encontraba en la panza, nació dos meses más tarde en el Hospital Fernández. “Todos tenemos historias diferentes, pero nos une el hecho de que dimos a luz a pequeños argentinos aquí, amamos este país y nos quedamos en la Argentina”, resume.
Unos amigos les habían contado cómo era la vida de este lado del mundo y venían considerando la mudanza, hasta que la invasión rusa a Ucrania aceleró los planes. “Cuando quedé embarazada lo primero que pensé fue que quería darle algo mejor a mi hijo”, repasa Anastasia.
“La dictadura rusa y la falta de libertad impiden proyectar una vida allá. La guerra se declaró en nombre del pueblo ruso, pero nosotros no estamos de acuerdo”, agrega Andrey, quien trabaja como programador de videojuegos.
La amabilidad de los argentinos los cautivó desde el primer día. Pero hubo una situación que marcó a Anastasia y todavía se emociona al recordarla: “Mi niño lloraba en la calle porque tenía hambre. Tenía que darle el pecho, entonces me puse al costado de un edificio y enseguida salió el encargado. Pensé que me iba a pedir que me retirara, como hubiera pasado en Rusia, sin embargo, me invitó a pasar, me dio su silla y dejó que amamantara allí. Eso allá no hubiera pasado”.
“El chantaje no tiene nacionalidad”
Desde que Rusia invadió Ucrania hace aproximadamente un año, se calcula que entre 500.000 y un millón de rusos abandonaron el país y se instalaron en distintas partes del mundo. En la Argentina, según cifras que dio a conocer la directora nacional de Migraciones, Florencia Carignano, desde enero de 2022 hasta hoy, entraron 22.200 ciudadanos rusos, de los cuales solo 3000 solicitaron la radicación. “Es decir que unas 19 mil no han pasado por Migraciones y han ido directo a la justicia federal a pedir el pasaporte”, señaló la titular del organismo.
Carignano explicó que para nacionalizarse y poder pedir un pasaporte se necesita estar dos años legalmente en el país, pero, tal como está ocurriendo con muchas familias rusas, al tener un hijo argentino se evaden esos dos años y se accede directamente a la nacionalidad y, por ende, al pasaporte.
Sin embargo, Migraciones aseguró que aún no emitió ningún pasaporte. En ese sentido, el Gobierno no tiene precisión de cuántas personas iniciaron el trámite en juzgados federales para obtener la carta de ciudadanía, que es el paso previo a obtener la documentación.
“Al tener un hijo argentino tienen derecho a tener un pasaporte, pero está pensado para quienes vienen a vivir a la Argentina, no para los grupos mafiosos que venden nuestro pasaporte para gente que nunca va a vivir en la Argentina”, señaló en diálogo con LN+.
Esta situación generó rechazo en buena parte de la sociedad argentina, pero también entre aquellos ciudadanos rusos que realmente se quieren quedar en el país y vieron su imagen afectada por el fenómeno descripto por Carignano.
“Nosotros no vinimos en busca del pasaporte argentino, queríamos vivir acá de forma legal, por eso hicimos el DNI y con esto nos alcanza. Creo que para algunos resulta atractivo porque con pasaporte ruso es más difícil salir hacia Europa o Estados Unidos, en cambio con el argentino es más fácil. Personalmente me parece importante ser ciudadano argentino y probablemente cuando lo sea deje de ser ciudadano ruso”, indica Andrey. Según su mirada, era esperable que en algún momento explotara la situación por la cantidad de gente que está llegando. “Es triste porque se opina sobre todos cuando se trata del comportamiento de algunos”, subraya.
Tanto él como Anastasia y Demid ya cuentan con sus DNI, tramitados sin intermediarios, y que incluso ya pidieron la ciudadanía. “No nos interesa hacer viajes con la documentación argentina sino tener el derecho a voto en el país donde elegimos vivir”, dice. Y remata: “El chantaje no tiene nacionalidad. Las personas que ganan plata a partir de estas situaciones pueden ser de cualquier país”.
“No es justo para la Argentina que la gente llegue y se vaya. Entiendo el atractivo de poder tramitar de forma rápida y fácil un pasaporte que te permite ingresar libremente a 170 países, pero no es justo”, sostiene Yaroslav Glukhov, de 33 años, quien llegó en septiembre pasado junto a su esposa, Victoriya Obvintseva, de 32, embarazada de su hija Anna, que ahora tiene 4 meses. “Nosotros no pagamos, hicimos todo solos, pero es difícil y pueden aparecer muchas preguntas y miedos porque una está embarazada y sin saber el idioma”, expresa por su parte Victoriya.
Yaroslav y Victoriya vivían en Moscú, pero al igual que sus compatriotas, la guerra los empujó a emigrar. “Algún día van a cambiar las cosas, pero no se cuánto va a tardar eso y ya no era seguro permanecer en Rusia con nuestra forma de pensar. No podíamos ni siquiera hablar sobre que no queríamos la guerra”, describe Yaroslav, quien trabaja como desarrollador de software.
De acuerdo a la pareja, en la Argentina encontraron libertad y gente muy amable. También elogian la gastronomía. Pero no todo es color de rosas: atravesaron dificultades para alquilar un lugar para vivir.
Agradecidas
Como un modo de devolver al país la atención médica que han recibido, Bárbara, Anastasia y Victoriya, junto a un grupo de mujeres, están organizando donaciones a distintos hospitales porteños donde han parido a sus hijos.
“Hay un chat en Telegram donde nos reunimos todos los rusos. Allí hacemos el anuncio de las colectas y ponemos el punto de encuentro para dejar las donaciones. Ya hemos llevado cosas al Durand, al Rivadavia, al Fernández y al Pirovano”, cuenta Anastasia.
“La gente aquí recibe ayuda a nivel médico por parte del Estado, pero alguien paga por todo esto, no es gratis, y esta es la forma de devolver todo ese servicio que recibimos. En Rusia existe el concepto de salud pública, pero no para extranjeros”, explica Alexey.
A Bárbara no le gusta hablar mucho sobre la iniciativa solidaria. “Podemos hacerlo, entonces por qué no lo haríamos. Puedo y lo hago. Eso es todo. La ayuda ama el silencio”, indica.
Las mujeres reconocen que la idea original de realizar donaciones surgió de Ana Gladuninda, una ucraniana que llegó a la Argentina en 2002 y que actualmente asiste de forma gratuita a muchas familias rusas para comunicarse y para resolver dudas frecuentes.
“No sé cómo, pero mi número empezó a circular entre los rusos y en la medida en que puedo los ayudo con distintas cosas. Yo les sugerí la idea de hacer un aporte, una devolución, dar las gracias a los hospitales porque son muchas familias y, si todos aportan un poquito, entre todos se puede donar mucho. Empezamos entre octubre y noviembre y hasta ahora logramos comprar algunos aparatos, pañales y otros insumos. Los hospitales nos dicen qué necesitan, nosotros lo juntamos y así ayudamos. En los hospitales están muy agradecidos”, asegura Ana.
¿Dónde se imaginan viviendo a futuro estas familias rusas? La respuesta no es sencilla. El sueño en muchos casos es regresar. Extrañan a los afectos que quedaron del otro lado del mapa y algún que otro sabor típico como el del arenque salado. Pero todo está sujeto a la permanencia de Putin en el poder. Mientras, la Argentina se ha transformado en su refugio y los parques porteños se han convertido en puntos de encuentro para compartir el exilio.
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