"No somos un negocio común; las farmacias de turno van a estar abiertas"
Ayer al mediodía, Alejandra Gómez se sacó una selfie y la mandó a un grupo de WhatsApp con un texto que terminaba con el hashtag #orgullofarmacéutico. Estaba contenta. O más bien orgullosa. Una mujer que tiene una farmacia a cuatro cuadras de la suya sabía que ella estaría de turno y la fue a ayudar. Le llevó un yogur para el desayuno y se quedó atendiendo con ella toda la mañana. No tenían mucha relación, pero sabía que iba a estar sola.
Desde las 10, no paró de entrar gente; se hacían colas afuera, cada persona a un metro de distancia de la otra. Estar al frente de la farmacia es su misión para hacer frente al nuevo coronavirus. "Fue muy gratificante saber que el otro también está a disposición", dice, del otro lado del vidrio, sobre la farmacéutica que la vino a acompañar.
Alejandra y su marido son farmacéuticos, pero trabajan en farmacias distintas, separadas por unos 15 kilómetros: él en Gonnet, ella en La Plata. Ayer les tocó a los dos estar de turno, algo que no suele pasar muy seguido. Sus hijos de 9 y 13 años se tuvieron que quedar solos en la casa. A ella le preocupa que se peleen, y no los pudo llevar al domicilio de su suegra como hace a veces porque no quiere que haya ningún riesgo.
Tiene 44 años y es la presidenta del Colegio de Farmacéuticos de La Plata. De la cuarentena se enteró cuando salió en los noticieros. Pero ya sabía bastante antes sobre el nuevo coronavirus. El 18 de febrero organizó una charla sobre el tema, que dictó la infectóloga Silvia González Ayala, titular de la cátedra de Infectología de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata. Pero en ese momento la preocupación en la Argentina eran sobre todo el dengue y el sarampión.
Distancia recomendable
"Acá el dengue ya estaba, había casos autóctonos en pleno centro", cuenta Alejandra. Una segunda charla, el 7 de marzo, ya tuvo otra mirada. Armaron carteles sobre el coronavirus para concientizar sobre cómo lavarse las manos y la distancia recomendable con otras personas, y otro cartel que se pondría en cada farmacia indicando cuántas personas podían entrar al local de acuerdo con el espacio.
Hace cuatro días Alejandra tenía solo unos barrotes que la separaban de los clientes. Había marcado con una cinta amarilla en el piso dónde se tenían que parar, pero decidió que hacían falta vidrios. El jueves los instaló. A cada rato limpia la mesada con agua y alcohol, y los pisos con agua y lavandina.
Se quedó sin alcohol en gel, como casi todas las farmacias de la ciudad. Habían empezado a hacer sus propios preparados magistrales, pero ahora también les falta el alcohol líquido que suelen conseguir en las droguerías. Tampoco hay guantes ni barbijos, y escasea el paracetamol, que lo restringe a solo una tableta por persona.
Está un poco molesta porque en los noticieros dicen que los negocios cierran a las 17. "Nosotros no somos un negocio común, somos profesionales de la salud. Las farmacias de turno van a estar abiertas como siempre", le aclara a una chica que vino a comprar apurada por miedo a que cierren.
Se siente orgullosa de su profesión y de estar ahí. Pero sabe que hay otras personas que están más expuesta: policías, médicos, enfermeros. Y los ojos se le llenan de lágrimas cuando piensa en ellos. No sabe qué va a pasar, pero la incertidumbre no le cambia el humor. Sigue y seguirá atendiendo toda la noche como cada día: amable, sonriente, tranquila.
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