"No quiero dejarlo acá", se quebró la madre
Dolor de los familiares durante el sepelio
MIRAMAR (De un enviado especial).- No hay abrazo que alcance. Tampoco beso ni, mucho menos, palabra que aporte consuelo. "Mi campeón, mi campeón", grita ella con la mano apoyada sobre la fría pared de mármol. Como si quisiera una caricia final e interminable, lleva sobre los hombros y le envuelve el cuello el buzo de arquero, con el número 12 en la espalda, que Gastón usaba para atajar en las divisiones menores de Defensores de Miramar. Una bandera del club con esos mismos colores azul y blanco también cubría el ataúd. "No quiero dejarlo acá", insiste Verónica González, ahogada en llanto, y se resiste a dejar en un nicho del cementerio local a su hijo más chico. Su vida, su sol.
Más de 200 personas participaron del cortejo fúnebre, apenas una parte de los miles que desde anteanoche y hasta ayer por la mañana pasaron frente al féretro para darle el último adiós a quien fue víctima de uno de los casos más crueles y brutales que tengan registro en esta localidad.
González fue quien encontró el cadáver de su hijo, tendido al lado de la cama. Presa de una crisis nerviosa, desde entonces estuvo medicada y con enfermeros que le marcaron cada paso.
Ayer, quebrada y sin fuerzas, avanzó por el cementerio sólo sostenida por sus íntimos. Lo mismo que Carlos Bustamante, su esposo, que anteayer estaba shockeado, desconcertado por lo sucedido, y se lo vio desmoronado. Sólo el abrazo de sus tres hijos mayores -dos de ellos producto de un matrimonio anterior- le permitieron dar el último adiós a Gastón y partir pronto por el sendero que se abre entre tumbas y lápidas.
Uno de los tíos del niño tuvo que ser retirado por personal de emergencias. Se descompuso una vez que el féretro fue ingresado en un nicho.
Ya con pocos presentes en el lugar, dos maestras de El Principito, el colegio al que asistía Gastón, prepararon sus guitarras y le cantaron dos canciones, entre ellas, "Sólo le pido a Dios", de León Gieco.
En primera fila, para darle el último adiós, estuvieron sus compañeros de sexto grado. Uno de ellos, Abril, le dejó un regalo especial: el buzo con su nombre y la leyenda "Egresados 2011". Todos tenían uno para el viaje programado para mañana, a Mar del Plata. Era la fiesta soñada para un grupo que empezaba a despedirse del ciclo primario.
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