“No quería trabajar más”: el personal de salud que pateó el tablero, a dos años del primer caso de Covid en el país
El desgaste físico, emocional y psicológico fue el común denominador para médicos y enfermeros abocados a la atención de la pandemia
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En octubre pasado, Verónica Zubarán puso un punto final a su carrera de casi 30 años como enfermera. El Covid-19 se llevó todas sus fuerzas. “Estos tiempos de pandemia fueron duros, más allá de que no estuve frente a pacientes contagiados”, afirma. Oriunda de Federación, Entre Ríos, ejerció en su ciudad natal y en los últimos once años se desempeñó en el Departamento Central de Enfermería, dependiente del Ministerio de Salud provincial, en la ciudad de Paraná. Verónica recuerda que el trabajo se volvió arduo a partir de marzo del 2020: el 3 de ese mes se confirmó el primer caso de coronavirus en nuestro país, hito del que mañana se cumplen dos años.
“Éramos un equipo de ocho personas y trabajábamos con los hospitales de toda la provincia, que son alrededor de 64, y con aproximadamente 200 centros de salud distribuidos en zonas rurales y urbanas. Nos tocó preparar todos los elementos de protección personal para el equipo médico y enfermeros que atendían a pacientes con Covid”, cuenta. Zubarán participó también de la campaña de vacunación antigripal de 2020 yendo a aplicar dosis a geriátricos y a domicilio; luego, se involucró en el plan de inmunización contra el nuevo coronavirus.
“Fue una locura, teníamos muchísimo trabajo, me tocó nuevamente vacunar en su domicilio a los adultos mayores que no podían movilizarse. Fueron momentos muy difíciles porque todo el mundo quería la vacuna y no había para todos”, recuerda. Entre la vacunación y la preparación y el reparto de insumos, los meses pasaban con días de descanso contados. “En octubre empecé a sentirme desganada, no quería trabajar más y no sabía por qué. Seguramente acumulé cansancio porque no tuvimos licencia, seguimos y seguimos trabajando; prácticamente no teníamos descanso, aunque nuestra jefa trataba de darnos algunos días, eran solamente dos o tres. En ese contexto, mi compañera que me ayudaba a vacunar se suicidó; eso también me marcó”, dice, entre sollozos.
A dos años del inicio de la pandemia, el desgaste físico, emocional y psicológico fue el común denominador para el personal de la salud abocado al combate del Covid-19. El resultado fue que muchos de ellos, enfermeros, médicos y auxiliares, desbordados y abatidos, decidieron pasar a áreas menos comprometidas o expuestas. Muchos otros dieron un paso al costado y renunciaron a su profesión, como Zubarán. A la situación generada por el virus, se sumaban problemáticas que los profesionales de la salud ya arrastraban, como la precarización laboral y los salarios bajos.
En el caso de Verónica, a la angustia que sentía se sumaron síntomas físicos: malestares, insomnio, pérdida de peso y de apetito. “Creo que tuve ataques de pánico porque me despertaba de noche y sentía una opresión, un vacío en el pecho. No quería que llegara la noche, porque era el momento en el que me sentía mal”, describe. Y agrega: “Pienso que también se me sumó la edad, tengo 49 años y las mujeres entramos en todas las cuestiones hormonales. Nunca me había pasado algo así. Decidí que lo mejor era dejar de trabajar, había cumplido un ciclo con la enfermería”. Renunció y volvió a Federación. “Estoy mejor, más tranquila, duermo bien”, aclara. Si bien tiene pensado volver a trabajar, no será nada relacionado con la enfermería. “Esta es una zona netamente turística, me gustaría emprender algo relacionado con el turismo, que es lo que Federación ofrece. Ese va a ser mi futuro”, se entusiasma.
Cóctel explosivo
Carina Balasini, médica intensivista y subtitular de la regional AMBA de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI), explica que la pandemia fue “la gota que rebalsó el vaso” para quienes trabajan en los servicios de atención de pacientes críticos. “El salario de los intensivistas es de $666 la hora, tenemos guardias interminables y para vivir necesitamos hacer entre dos y cuatro guardias por semana. Eso se sumó a la exposición a la enfermedad, el miedo a contagiarte, a morirte y a contagiar a tus familiares”, enfatiza.
Con la llegada del coronavirus y los cuadros graves de la enfermedad, dice, los médicos especialistas en terapia intensiva resultaron insuficientes, lo que implicaba tener que ver más pacientes, más horas de trabajo y más guardias porque no había quien las cubriera. “El miedo y la angustia eran moneda corriente, porque todos perdimos gente conocida y uno, que está formado para salvar a la gente, se daba cuenta de que a pesar de todo lo que hacíamos los pacientes se morían igual”, rememora.
Las condiciones laborales pesan en el contexto de la pandemia. El secretario general adjunto de la Asociación de Médicos de la República Argentina (AMRA), Carlos Wechsler, advierte que la profesión del médico comenzó a precarizarse hace aproximadamente dos décadas. “Antes, con dos trabajos el médico vivía bien, pero en los últimos veinte años empezó a estar cada vez más precarizado laboralmente. Hoy, en promedio, los médicos de 30 a 45 años tienen entre tres y cuatro trabajos que incluyen siempre la guardia, son monotributistas y no tienen seguridad social, a excepción de los que trabajan para el Estado”, señala.
Para Nicolás Zuljevic, también médico intensivista, entre el personal médico y de enfermería la pandemia actuó como un catalizador que hizo que “los que estaban por replantearse la situación laboral se la replantearan definitivamente”. Y explica: “El tema no es el Covid, sino que ser intensivista en la Argentina es un llamado a una calidad de vida pésima, un nivel económico bajo y poca perspectiva de desarrollo profesional”. Zuljevic, de 35 años, llegó a tener tres trabajos al mismo tiempo durante la crisis del coronavirus. Actualmente, realiza la especialización en infectología para abandonar la terapia intensiva. Planea terminar la formación en un año y medio, y poder reinsertarse laboralmente.
“La terapia intensiva me gusta, estudié y me formé para esto. Es lo que sé hacer, pero mi promedio de horas semanales como terapista es de 80 a 90 y se maneja un nivel de estrés considerable. Si trabajás en tres o cuatro lugares, en ninguno te integrás. Si a esto le sumás que, con el coronavirus, el trabajo fue demoledor, todo se volvió más caótico y tuvimos que enfrentar cosas imprevisibles. Se vuelve un cóctel explosivo”, sostiene.
El secretario gremial de la Asociación de Médicos de la Actividad Privada (AMAP), Antonio Di Nanno, sostiene que la precarización laboral afecta fuertemente a los médicos del sector privado. “El coronavirus es el desencadenante que vino a mostrar cuál es la realidad de nuestros médicos”, advierte y detalla: “nosotros ponemos el cuerpo, nos morimos, nos enfermamos, ponemos en riesgo a nuestras familias y nos pagan poco, por eso están los que deciden dejar su trabajo en las áreas críticas y pasar a otras con menos exposición”.
Desencanto
Pérdida de energía, ansiedad, depresión, desmotivación profesional e incluso agresividad hacia sus pacientes son signos del estrés laboral en los equipos de salud. “La pandemia evidenció el agobio del personal de salud. En los países donde el sistema colapsó, sufrió jornadas extenuantes y dilemas éticos que impactaron en su salud mental”, señala la psicóloga Mara Fernández.
La especialista explica que la necesidad de apoyo emocional y económico, la preocupación por contagiar a los familiares, los conflictos con los familiares de las personas contagiadas y los cambios en las funciones laborales habituales fueron algunos de los factores principales que afectaron la salud mental del personal. “En muchos de ellos esto provocó la renuncia adelantada y el desencanto con la profesión”, confirma.
Asimismo, una encuesta sobre burnout realizada durante la pandemia por Balasini, Leandro Tumino y Pablo Canavessi a 1509 profesionales terapistas argentinos (médicos, enfermeros, kinesiólogos, nutricionistas) arrojó que un 97,3% sufrió ese síndrome, evidenciando agotamiento emocional, despersonalización y logros personales reducidos.
“De ellos, el 92% refería como principal miedo el de contagiar a algún integrante de la familia y el 47% refirió temor a morir durante la pandemia. El 95% aseguró que todos deberíamos haber recibido contención emocional en algún momento, mientras solamente el 16% mencionó haber recibido una contención emocional adecuada”, enumera Canavessi.
Tumino señala que las 1469 personas que presentaban síntomas de burnout tenían asociadas otras patologías como insomnio, ansiedad, cefaleas frecuentes, gastritis, depresiones y ataques de pánico. “Lo que más nos llamó la atención es que alrededor del 30% de ellos tuvo algún tipo de ideación suicida, habiéndolo pensado en alguna oportunidad o habiéndolo pensado y habiéndolo intentado. Es fundamental una contención emocional de los profesionales”, reclama el intensivista.
En relación al futuro laboral, la encuesta realizada al final de la segunda ola de coronavirus –julio de 2021– determinó que el 42% pensó en abandonar la especialidad e incluso un 40% pensó en abandonar la profesión. También mostró que, a raíz de la pandemia, un 6% decidió efectivamente dejar la especialidad y un 3% se alejó definitivamente de la profesión.
Coincide Wechsler en que, como consecuencia de la fuerte demanda por la emergencia sanitaria del Covid-19, en las guardias, los servicios de internación y quirúrgicos, las unidades de terapia intensiva y la clínica médica los médicos tratan de pasarse a otras áreas “como el consultorio externo, que no es tan conflictivo, o subespecialidades que no tienen contacto con lo grave, lo violento, el desgaste”. Desde la AMRA trabajan por una ley para que las guardias no sean de 24 horas, sino de 12.
“Nosotros nos morimos diez años antes que la población general por el nivel de estrés. Además, a raíz del pluriempleo se perdió la empatía, algo fundamental en la medicina”, concluye.
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