Cabo Raso, en Chubut, surgió a principios del siglo XX y desapareció en la década del 70; allí se instalaron búnkers para una iniciativa de la Fuerza Aérea
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CABO RASO, Chubut.– El viento arrastra polvo y obliga al pastizal a arrodillarse al someterse a la estepa a una constante postal de olvido y abandono, ni siquiera la Ruta Provincial 1, de ripio y tierra, se sostiene y, en muchos tramos, desaparece camuflándose con cursos de aguas secos y agrietados, un choque y algunas maras cruzan la visión, despojada de vida humana, la huella atraviesa un territorio patagónico solitario que esconde un secreto al final del camino, Cabo Raso, un pueblo chubutense fantasma a orillas del mar, que tuvo 500 habitantes y que desapareció cuando se asfaltó la Ruta Nacional 3 y fue escenario del programa Cóndor, el cohete sospechado de pretender alcanzar las Islas Malvinas con una carga explosiva. “No queremos que muera, nuestra familia está enterrada aquí”, confiesa Ida Olsen, descendiente de noruegos y exhabitante del poblado desaparecido.
“Después que el pueblo murió, quedó una sola habitante”, cuenta. Se trató de Mercedes Finat, a cargo del almacén de ramos generales La Castellana. El 26 de diciembre de 1900 Julio Argentino Roca envió un telegrama a la desamparada casilla de chapa y madera del correo y estafeta postal. “Mi abuelo lo recibió”, cuenta Juan José Trucco, descendiente de los pioneros y quien forma parte de un grupo de más de 100 hijos y nietos de exhabitantes, que se reúnen regularmente entre las ruinas para honrar recuerdos. Aquel telegrama fue fundacional.
“Esto era un lugar al que llegabas por barco y era casi imposible que te fueras por tierra”, dice Trucco. La adversidad geográfica, lo irregular del camino estepario, la inexistencia de una huella, el clima extremo y el natural aislamiento del cabo hacían imposible la comunicación por tierra. Nunca tuvo puerto, pero sí profundidad para grandes barcos, que fondeaban en su rada y transportaban mercadería por medio de pequeñas barcazas. En 1899 una gran inundación asoló a los colonos galeses del valle del río Chubut. Roca los visitó y prometió extender la red telegráfica. Un año después, cumplió: cuatro alambres tendidos en postes de quebracho y palmera, unieron los pueblos desde Rawson a Comodoro Rivadavia. Aún pueden verse, resistiendo al viento. “Llegaron las casillas por barcos y una cuadrilla de 200 trabajadores”, cuenta Trucco.
“Era el único que sabía leer y escribir”, afirma Trucco sobre su abuelo. Tenía 19 años y recién había llegado de Italia. Le enseñaron el Código Morse y le dieron el puesto de telegrafista de Cabo Raso.
“Les dejaban un Remington, balas, dos caballos y un perro, y nada más”, afirma Trucco. Así se hizo la Patagonia. Su abuelo, recuerda, debía ir a las estancias para buscar comida o cazar. El agua fue siempre un problema, había que recolectar de lluvia, cuando se producía el milagro. La oficina telegráfica más cercana era Dos Pozos, a 65 kilómetros. Un mástil con una bandera nacional identificada la soberanía. “Vivían aislados”, cuenta Trucco. Por entonces, en el comienzo del pueblo, el único ser humano que veían era el Guardahilo, otro empleado del correo que se maneja a caballo y cuando había tormentas de nieve y viento y se cortaba el tendido telegráfico, debía recorrerlo hasta ver el tramo cortado y emparcharlo.
Los comienzos
Así y todo, la casilla de correo, y la posibilidad de enviar telegramas a todo el país desde este inhóspito paraje costero atrajo a las personas y, poco a poco, llegaron inmigrantes y con ellos, un almacén, la policía, el juzgado de paz, y comercios. Los estancieros de la zona levantaron galpones para depositar cueros y lanas que los barcos llevaban a Buenos Aires. “Había mucho movimiento”, dice Nelson Walker, nieto de un pionero inglés. Su abuelo vendía agua dulce, más valiosa que el oro. En 1903 nació el primer bebé del pueblo. Para 1910 se estima que había entre 300 a 500 habitantes. “El pueblo se fundó 21 años después”, agrega Trucco. Bajo la presidencia de Hipólito Yrigoyen. El 11 de julio de 1921 firmó el decreto de su creación.
La ruta 1, que nace en Puerto Lobos y finaliza en Comodoro Rivadavia, cruza por la mitad del pueblo. Para las carretas este camino era un viaje cargado de obstáculos. Sin embargo, durante la década del 30, se fue consolidando y llegaron los primeros autos y camiones, también ómnibus que humeaban gasoil, pero que desafiaban el canto rodado. “Los barcos perdieron en la competencia”, dice Trucco. Y pueblos como Camarones, a 76 kilómetros por la misma ruta 1, más al sur, con un mejor puerto, comenzaron a ganar prioridad marítima.
“Fue siempre una vida muy dura”, dice Olsen. Su abuelo llegó a Cabo Raso en 1904. “Nos bañaban en el mar”, recuerda. Lo hacían con un jabón que traían los marineros, que no se cortaba con el agua salada. “¿Fría?: el agua estaba helada”, cuenta. En su mejor momento nunca hubo servicios: ni gas, ni electricidad, solo el telégrafo y la esperanza de ver un barco en la rada. Había una escuela, las casas se construían con piedra o chapa. “Era una vida muy linda, éramos felices”, sostiene. “Comíamos pescado todos los días”, recuerda.
El final
El fin de Cabo Raso se selló en la década del 50. La ruta 1 y los vehículos suplantaron a los barcos. Un ómnibus (que fue hallado en una estancia vecina y están recuperando) unía los principales pueblos de la estepa y tenía una parada allí. “Entre 1970 y 73 se asfaltó la ruta 3, el tramo Trelew y Garayalde, el pueblo tenía los días contados”, afirma Trucco. “La ruta 3 fue la responsable del fin, el pueblo quedó con una sola habitante, la almacenera”, agrega. En 1987 falleció y su cuerpo descansa en el cementerio del lugar.
“Comenzaron a olvidarse de Cabo Raso”, dice Walker. Para 1972 la casilla de correo cerró sus puertas. Solo quedó la almacenera; el cementerio, que no recibió más muertos, y las casas que se comenzaron a venir abajo y se transformaron en ruinas. Saqueadores hicieron el resto. En la actualidad, un matrimonio recuperó algunas casas y construyó El Cabo, un hospedaje marino, alejado del mundo.
En 1987, el pueblo volvió a tener actividad, esta vez con fines militares. La Fuerza Aérea construyó allí un búnker y edificios para lanzar el vector (cohete) Proyecto Cóndor II. Estuvo listo para 1988. Los militares que fueron allí debieron vivir en las viejas casas hasta que pudieron hacerlo en casillas. Esta iniciativa fue muy polémica y estuvo atravesada por la política y presiones de las potencias mundiales. Originalmente, se lo creó como un lanzador de satélites de comunicaciones. El equipo, liderado por el comodoro Miguel Vicente Guerrero, logró llegar a un nivel tecnológico que alertó a Estados Unidos.
“Hablaba con los científicos norteamericanos de igual a igual, en su idioma y con los mismos términos”, afirma su hija, Victoria Guerrero. Durante la construcción de la plataforma de lanzamiento en Cabo Raso, un día hallaron a un hombre en la costa. Se presentó como un geólogo. Llamó la atención, Estados Unidos entendía que la Fuerza Área, en secreto, pretendía usar el Cóndor II con una carga explosiva, desde allí podía alcanzar las Islas Malvinas. “Mi padre me dijo que tenía las manos muy limpias para ser un geólogo, era un agente de la CIA”, cuenta Victoria. Finalmente, bajo el gobierno de Carlos Saul Menem el proyecto se canceló hacia 1989.
Se abandonaron las instalaciones de Cabo Raso pero todavía pueden verse las construcciones de concreto a unos metros del mar. El búnker es hoy un hospedaje. “Nunca abandonamos al pueblo”, cuenta Trucco. “Todos tenemos un pedazo de nuestro corazón en esta tierra”, confiesa Ida. El mudo cementerio es testigo de aquellos que llegaron de todas partes del mundo para habitar este confín. El grupo pretende reconstruir una réplica de la casilla de Correos. Ese es su principal sueño. “Hay raíces muy profundas acá”, confiesa Walker.
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