Argentinos en la NASA: cómo es vivir entre el estrés, las cábalas, el protocolo y las zonas prohibidas
Pablo de León, Miguel San Martín y Yamila Miguel describen su día a día en uno de los lugares más seguros y organizados del mundo, donde también hay cabida para el humor y la flexibilidad; "Somos gente normal, pero con la mente en Marte, literalmente", dicen
Ya está todo listo para el simulacro. Los astronautas toman contacto con los operadores. Los ingenieros aguardan frente a las computadoras. Los científicos practican las sonrisas para la foto final. Pero algo falla: faltan los maníes en las mesas. Se trata de una cábala que conservan previa a los despegues de las naves.
Un hombre de anteojos observa la escena a un costado. Tiene en la mano una tarjeta roja, lo que significa que no podrá participar del simulacro porque tuvo algún problema. El aviso dice: «Me gané la lotería y me fui a vivir a las Bahamas». Suena la alarma. Todo salió como estaba previsto. Final de la práctica.
No somos bichos raros
Esa y otras escenas similares se repiten con una fecuencia impensada en la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio, más conocida como NASA. Allí, donde se promueven los contenidos científicos de talla internacional, también hay lugar para las cábalas y el humor.
En una entrevista con LA NACION, tres argentinos que trabajan dentro compartieron las curiosidades, los secretos y las anécdotas del día a día: desde la forma de entrar a zonas prohibidas, hasta el tabú que implica hablar de política en el comedor durante la hora del almuerzo.
Sin sindicato de astronautas, y con horarios flexibles
Pablo de León es ingeniero aeroespacial, nació en Cañuelas y tiene 51 años. Es investigador externo del Centro Espacial Kennedy de la NASA, donde realiza trajes especiales para los astronautas.
Apenas comienza la charla por Skype con LA NACION, pide dos minutos para dejar de lado un traje espacial ruso de 1980. Se encuentra en short y remera investigando desde su casa qué tecnología se puede aplicar en los trajes del pasado. Es que en la NASA, también existe el “home office”.
“A veces, existe una rutina parecida a la de la oficina. Llegar a las 9, almorzar y retirarse a las 18. Pero estos días estoy trabajando desde casa por un tema de practicidad. Eso de marcar con la tarjeta ya no funciona más acá. No importa el lugar dónde trabajás, o cuántas horas lo hacés, sino el producto final. Hay flexibilidad”, cuenta Pablo de León.
“En los almuerzos, siempre trato de volver a casa. Al cuarto día de comer hamburguesa con papas fritas te cansas. Yo quiero mis milanesas a la napolitana. Y además, evito discusiones: acá hablar de política y religión al mediodía es un tabú. No me entra en la cabeza cómo un científico que es súper inteligente y está desarrollando algo que va a cambiar la historia de la humanidad quiera votar a Donald Trump”, cuenta.
Para él, la mayor ventaja de su lugar de trabajo es la falta de burocracia. “Cuando hablo con mis colegas de Argentina, me dicen que, a veces, no pueden concluir proyectos porque se quedan sin cartucho en la impresora o porque se les corta Internet. Acá, para que no haya conectividad, tendría que caer una bomba atómica”, grafica.
Por otro lado, respecto de los gastos y el presupuesto, agrega: “Acá no hay un sindicato, porque sino nunca hubiésemos llegado ni a la esquina. Hacer ciencia es no saber lo que estás haciendo. A veces pedís un presupuesto, pero muchas veces te excedés, porque estás haciendo algo que nunca hizo nadie. Tenés que tener una conducta en cuanto a gastos, pero estamos experimentando, por lo que no es todo tan burocrático”, concluye.
Situaciones de estrés y ansiedad, con lugar para el humor y las cábalas
El trabajo de Pablo de León consiste en crear trajes espaciales. “Adentro del traje, tenés a una persona. Si algo funciona mal, tenés 30 segundos para sacarla. Se trabaja con protocolos serios, quedás agotado, hay mucha tensión porque podés poner en peligro una vida”, cuenta.
Lo mismo le pasa al argentino Miguel San Martín, de 57 años, ingeniero electrónico nacido en Río Negro. Su primer y único trabajo es desde hace 31 años en la NASA.
“Yo me especializo en los 7 minutos del terror. Es cuando un vehículo llega a Marte, a 20 mil kilómetros por hora, y tenemos que diseñar un sistema que lo lleve a 0 kilómetros por hora en apenas 7 minutos. Todo el trabajo de años de científicos, y el millonario presupuesto invertido, se resumen en esos 7 minutos: es mucha la presión, el estrés y la mala sangre. Pero no podría dejar este trabajo: me aburriría”, revela.
Los tres argentinos que trabajan en la NASA coinciden en que la organización y la previsibilidad son las principales características. Hay simulacros de despegues y aterrizajes, prácticas de conferencias de prensa y hasta ensayos acerca de qué pasaría si alguien del equipo no pudiera estar durante un lanzamiento.
“Una semana antes del aterrizaje del Curiosity, teníamos ensayos en el día y a la noche. Acá son muy prolijos, se practica hasta que uno se enferme. Entonces aparecía gente con tarjetas rojas, lo que significaba que no iban a poder participar del simulacro. Y, en las tarjetas, leías leyendas de todo tipo: “De camino a casa me pisó un camión”, o “Me gané la lotería y me fui a vivir a las Bahamas”. Es que el humor también es muy característico de esta cultura”, cuenta Miguel San Martín.
“El trabajo es serio, lo cual no indica que no haya lugar para un poco de creatividad. Ya desde la universidad te inculcan esto de las bromas. En Halloween, no te sorprende estar teniendo una discusión técnica con un colega disfrazado de Lucifer. Es mucha la responsabilidad, si te tomás todo tan en serio te volvés loco”, revela el ingeniero electrónico.
Por otro lado, nadie se imaginaría que en una cultura científica haya lugar para las cábalas. Antes de los aterrizajes y los despegues, no puede faltar el maní en las mesas. “Se trata de una misión de hace años que venía de mal en peor. Una vez, pusieron maníes y empezó a mejorar. Cuando se preguntaron qué es lo que había pasado, un científico supersticioso dijo: «Habrán sido los maníes». Y desde ahí quedó instalado".
La seguridad, los laboratorios especiales y las zonas prohibidas
Yamila Miguel tiene 34 años y es licenciada en astronomía por la Universidad de La Plata. Desde 2015 está trabajando como becaria en el Observatorio de la Costa Azul de Francia. Y, uno de sus grandes proyectos, fue desempeñarse en la misión Juno, que buscará información sobre el planeta Júpiter.
Durante el último mes, trabajó en el Jet Propulsion Laboratory (JPL), la sede de la NASA en Pasadena, Los Ángeles. “Fue todo muy extraño, había como una organización paralela. Tienen toda una cuestión de seguridad. Un mes antes del viaje envié decenas de mails y tuve que escanear toda mi documentación. Ellos me dieron una credencial que tenía acceso a determinados lugares por el tiempo limitado que yo iba a estar ahí”, detalla.
Desde hace un año, el trabajo de Yamila consiste en hacer modelos en la computadora para explicar qué información dan las observaciones de las atmósferas que se realizan en el espacio. La atmósfera puede dar la información de la formación y la evolución de un planeta. “Investigar otros planetas nos ayuda a entender nuestro lugar en el universo. En la Tierra, hay agua por los movimientos que hizo Júpiter en su formación, por ejemplo. Así podremos ver qué otros sistemas pueden tener lugares habitables”, cuenta.
En su visita a la NASA, lo que más le llamó la atención fue la cantidad los divulgadores científicos. Por un lado, estaba ella y su equipo de trabajo aguardando la llegada de Juno a Júpiter. El equipo de comunicación les hacía practicar conferencias de prensa o la sonrisa para la foto final. Por el otro lado, su marido Andy y todos los demás familiares se encontraban en un cuarto, donde una persona les explicaba cada detalle de qué estaba pasando.
"Es que para que todo funcione, los estadounidenses ponen plata de sus impuestos, entonces quieren saber qué beneficios generan los programas espaciales. Antes no relacionaban que usar el GPS o entender las estaciones del año era gracias a la inversión en el espacio”, explica la joven astrónoma.
Por otro lado, también les mostraron algunas zonas de la sede de California. Es que cada centro de la NASA tiene sus curiosidades. Entre las salas de reuniones, la cafetería y las inmensas bibliotecas, se pueden apreciar laboratorios de todo tipo. Existe el llamado Clean Room (Sala Limpia), donde hay que ingresar con trajes especiales, porque el nivel de contaminación debe ser muy bajo para no enviar bacterias de la Tierra al espacio. O también existe el Regolith Test Bin, un laboratorio donde hay un semblante de suelo lunar y se igualan las condiciones que tendría una persona o un robot en la Luna.
Como es de esperar, también hay lugares prohibidos, como las zonas de experimentos, o los cuartos donde los operadores tienen concentración absoluta, dado que se comunican minuto a minuto con los astronautas que se encuentran en la Estación Espacial Internacional.
“Somos gente normal, pero con la mente en Marte, literalmente”
La NASA tiene un régimen de trabajo típico de los Estados Unidos. La gente puede trabajar 40 horas durante 5 días (8 horas por día), u 80 horas durante 9 días, lo que significa que tienen un viernes libre cada 15 días.
“Yo elijo el peor de los dos. Trabajo más de 10 horas por día y vengo hasta los viernes que debería tener libre”, cuenta Miguel San Martín, el ingeniero electrónico que actualmente se encuentra trabajando en tres proyectos para solucionar problemas relacionados al aterrizaje de las naves.
Es que la pasión por lo que hace trasciende el horario laboral. “Como todo argentino, me gusta el asado y la música. Pero la triste verdad es que mi hobbie es mi trabajo. A veces me encuentro recostado viendo una película con mi mujer pero mi mente está en Marte. Literalmente. Puedo estar despierto durante toda una noche pensando cómo resolver un problema”, dice.
El ingeniero Pablo de León, encargado de los trajes espaciales, cuenta que los sueldos son la mitad de los que los que se cobran en la industria espacial privada. Pero a pesar del estrés, los horarios extraños o la falta de sueño, él sigue eligiendo su función en la investigación para la NASA: “Esto más que un trabajo, es una pasión. El rédito es espiritual”, dice.
Además, detalla: "Hay una igualdad total entre hombres y mujeres. Cuando arranqué, hace 23 años, eran todos hombres blancos y rubios. La cultura cambió completamente. Hoy hay gente de todo el mundo, en su mayoría india, europea y chinos. Pero también gente latina, en menor cantidad”, explica.
En el mismo sentido, la astrónoma Yamila Miguel asegura: “No somos bichos raros”. Así como en su tiempo libre mira la serie Cosmos con su marido, también es una apasionada de correr triatlones.
“Me atrevo a decir que las ideas más geniales surgen de salir a tomar un trago con el equipo”, concluye entre risas.
Los argentinos en la NASA
Pablo de León
Nació en Cañuelas. 51 años. Investigador de la NASA y profesor en la Universidad de Dakota. Realiza trajes para los astronautas y trabaja en un prototipo de hábitat para que pueda sobrevivir una misión tripulada a Marte. Ingeniero aeroespacial, con posgrado en estudios espaciales y doctor en historia de la tecnología espacial.
Miguel San Martín
Es de Río Negro. 57 años. Jefe de ingeniería y control en el Jet Propulsion Laboratory (JPL). Busca la solución a los problemas de aterrizajes de las naves. Trabajó en la misión de Curiosity. Es ingeniero electrónico con un máster en Ingeniería Aeronáutica y Astronáutica.
Yamila Miguel
Nació en Banfield. Tiene 34 años. Trabaja para la NASA como becaria en el Observatorio de la Costa Azul de Francia. Formó parte de la misión de Juno a Júpiter. Realiza modelos de formación y evolución de atmósferas de exoplanetas. Es Licenciada y Doctora en Astronomía de la Universidad de La Plata.
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