“No podés dejar nada afuera”. Los nuevos visitantes que generaron una grieta entre los vecinos de un barrio privado de zona oeste
Desde la pandemia, en Moreno sorprende a los habitantes de los countries la presencia de los zorros grises; algunos les temen y los quieren fuera del barrio, otros los alimentan y disfrutan de la convivencia; qué recomiendan los especialistas
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Son las siete de la tarde y los vecinos del barrio cerrado El casco, de Moreno, en el oeste del conurbano bonaerense, se empiezan a preparar para la aparición de los nuevos visitantes que hay en la zona.
Hay que meter adentro la ropa que estaba colgada en los tenders, y no pueden quedar ni zapatillas ni ojotas tiradas en las galerías ni el pasto. En realidad, no puede quedar nada afuera. Es un hábito que los vecinos fueron incorporando y hoy es norma.
Nadie puede decir con exactitud cuándo aparecieron en la zona los zorros grises, una especie autóctona argentina. Algunos dicen que fue después de la pandemia, otros aseguran que estaban desde antes. Lo que sí es seguro es que hoy todos conviven con ellos. Hay personas a las que les resulta agradable, pero también están los vecinos que los quieren fuera del barrio.
“Hace algunos años, este barrio cerrado, de pocas viviendas, ubicado a metros del centro de Moreno, comenzó a convivir con una especie silvestre muy particular, nunca vista por la zona”, recordó Juan Manuel Vega, que se desempeña como intendente del barrio privado.
Vega contó que al principio los vecinos veían la presencia de estos “visitantes” como algo pintoresco. Pero pronto se convirtieron en un habitante más; un vecino algo especial. “Con el paso del tiempo, sus cualidades, costumbres e instinto, los fueron convirtiendo en una molestia, llevándolo al grado de amenaza, no cuadrando en la vida tranquila del barrio, y generando una grieta”, explicó.
Tampoco saben cómo llegaron hasta allí. “Nadie puede asegurar si fueron traídos por algún vecino o simplemente se trasladaron desde otro lugar. Los primeros hicieron sus madrigueras en las casas de algún vecino que permitió que eso sucediera sin ahuyentarlos e incluso fueron alimentados por quienes sentían simpatía con su presencia. Para muchos vecinos resultaba agradable verlos deambulando libremente en el barrio”, contó Carlos Esnaola, presidente del Consejo del establecimiento.
La curiosidad, desfachatez, el no respeto a los límites, ni a la propiedad privada de estos nuevos habitantes son las razones por las que muchos vecinos pasaron del amor al odio. “Estos animales adoptaron a este barrio como su ámbito. Se convirtieron en los nuevos dueños, haciendo gala de su astucia”, dijo Vega.
Y entre las molestias que ocasionan mencionan a ropa destrozada, muebles de exterior sucios y perros y gatos en riesgo. “Están dando vueltas durante todo el día, pero de noche entran a las propiedades, realmente ensucian, se llevan calzados, se llevan distintas cosas de las casas. Es más, nosotros hemos perdido dos pares de calzados y nunca más los encontramos”, contó Gabriela Gatti, vecina del barrio.
“Si bien se los ve mansos, no han atacado a ningún chico, gracias a Dios, pero sí han atacado a un gato y lo han matado. Creo que siguen siendo animales salvajes y si están tranquilos es porque hay gente que los alimenta. No estoy en desacuerdo que los alimenten, al contrario, porque sería bastante peligroso. Así que bueno, son animales lindos, pero creo que están instalados acá donde no es su hábitat y quisiera que no estén porque es una molestia”, consideró Gatti.
Además, contó que cuando sus nietos pequeños van a visitarla teme que algún zorro los ataque y los lastime.
Rodrigo Nardillo, otro vecino del barrio, confesó que en un principio él le daba de comer a los zorros porque temía que si no se alimentaban iban a comenzar a hacer desastres. “Algunos vecinos se enojaron conmigo, no les parecía bien que les de comer porque pensaban que de esa forma no se iban a ir, entonces dejé de alimentarlos. Pero los zorros comenzaron a ser cada vez más, ya que tenían crías en las madrigueras que hacían, en lugares de difícil acceso”, contó.
“Una vez yo traje una perrita a mi casa, una perra muy chiquita y fue el primer día que la perra estaba dando vueltas por el parque y un zorro se la llevó. Una vecina vino a los gritos y me avisó que se habían llevado a la perra, así que salí corriendo y como a 50 metros vi un zorro que se la llevaba del hocico. No sé si pensó que era una cría o tenía otras intenciones. El asunto es que logré correrlos y rescatar a la perrita que quedó un poco lastimada, pero que nada grave. Hoy le tiene un odio ancestral a esos zorros; cada vez que escucha a un zorro se enloquece”, contó Nardillo.
Una trampa casera
“Con algunos vecinos intentamos sacarlos y colocamos unas trampas. No eran trampas con el fin de lastimarlos, sino unas trampas donde les metíamos comida dentro. Entonces el zorro entraba y quedaba atrapado”, detalló Nardillo.
De esta manera lograron capturar algunos zorros y trasladarlos al parque municipal Los Robles, ubicado en Moreno. “La intención es que ellos estén bien, no es que uno no quiera vivos a los animales, al contrario, pero creo ellos estarían mejor en el parque”, expresó Gatti, que aseguró haberse puesto en campaña para capturar a más zorros y liberarlos en el parque municipal.
No obstante, esta no fue la primera idea que tuvieron para localizarlos. Esnaola contó que antes de la pandemia el barrio fue asesorado por diferentes organismos los cuales los instruyeron y proporcionaron los medios para la captura y posterior liberación de los animales en predios abiertos naturales tales como la Presa Roggero y la reserva municipal Los Robles.
“Es necesario poder garantizar la trazabilidad de este proceso para no estar en infracción con leyes de protección animal. Tuvimos éxito relativo, dado que pocos fueron reubicados. Con la pandemia, nuevamente se reprodujeron y llevaron a una situación de población exagerada en el predio, sumándole a que los organismos que podían contribuir con el proceso de reubicación, desaparecieron o dejaron de funcionar normalmente. Otros que están dispuestos a contribuir a la relocalización no certifican que lleguen sanos y salvos al lugar de destino”, detalló Esnaola.
“Claramente seguirán en el predio mientras no logremos la conjunción de vecinos dispuestos a colaborar tanto con la captura como dejando de darles cobijo en sus casas y algún organismo que disponga de los medios para garantizar su reubicación en lugares seguros”, lamentó Esnaola.
Por su parte, Vega, el intendente del barrio, reflexionó: “Esta problemática es otra muestra de apropiación de un territorio natural por una especie dominante, convirtiéndolo en urbano e impidiendo a otra especie compartirlo, queriendo ejercer acciones sobre ella de manera irracional cuando se cansa de su presencia”.
La coexistencia entres los zorros y los humanos
“Son zorros grises, una especie autóctona de la Argentina. En la región, se distribuye desde Norteamérica hasta Tierra del Fuego. Y acá están en todo el país. Están en zonas pampeanas, y suelen vivir en estados silvestres. Ahora también se adaptaron a estar en áreas rurales y semirurales, semiurbanas, y se ven habitualmente en barrios cerrados”, explicó Fernando Pedrosa, médico veterinario, especialista en animales exóticos y director de Fauna Vets.
“Es una especie que se utilizaba y cazaba para peletería hace unas décadas atrás, con lo cual habían disminuido las poblaciones. Hoy por hoy se recuperaron bastante bien, y la verdad es que tienen un buen nivel de reproducción. Se reproducen en primavera y verano, tienen 5 o 6 crías, y se encuentran en ambientes donde pueden establecerse, y tener alimento”, detalló.
Y agregó: “Son animales que se alimentan de cualquier cosa, de hecho comen roedores, insectos, frutas, verduras, plantas, comen un poco de todo. Es muy parecido al perro en aspecto, y también en cuanto a su alimentación”.
“Es un problema que estamos viendo en algunos barrios cerrados, pero que en realidad es un problema más del hombre que de los animales, porque ellos conviven perfectamente con nosotros. Yo he estado en barrios cerrados donde hay un montón de zorros, y donde hasta los perros juegan con los zorros, y les dan de comer. Me pasó incluso en Pinamar, me pasó en San Luis, donde la gente está acostumbrada y aprende a convivir. Pasa mucho que estamos en barrios cerrados de acá del conurbano de Buenos Aires, donde la gente se va a vivir y no tiene la conciencia de que estos animales también están con nosotros. No suelen atacar a los perros, de hecho pueden llegar a tenerles miedo y salir corriendo si ven a uno”, dijo el especialista.
Cristian Gillet, responsable de Rehabilitación de Fauna de la Fundación Temaikèn, explicó: “Los zorros son animales oportunistas, son animales que son parte de la fauna argentina, de la provincia de Buenos Aires, no son animales que aparecen ahora, sino que ellos vivieron en este lugar y con nosotros desde hace muchísimo tiempo, en las zonas rurales o en las zonas periurbanas. A medida que la ciudad de Buenos Aires se sigue expandiendo, sigue creciendo su frontera hacia zonas que antiguamente eran más descampadas, ocurre que existen más instancias en donde las personas que vivimos acá estamos en contacto o nos encontramos coexistiendo con la fauna silvestre”.
“Los zorros no representan ningún peligro para las personas, siempre y cuando las personas que viven cerquita de ellos también aprendan diferentes comportamientos o actitudes que les van a permitir coexistir, como no dejar tachos de basura abiertos o comida a disposición de las mascotas, porque al ser un animal oportunista van a aprovechar esa situación. No son animales que van a agredir a las personas de por sí, no son animales que ataquen, sino que siempre hay que evitar acercarse porque cuando un animal se siente acorralado puede estar en una situación defensiva y sin querer lastimar a una persona o a una mascota”, detalló.
“Es muy importante controlar sobre todo a los perros para evitar alguna interacción no deseada con los zorros. Ellos son parte de la fauna autóctona, son parte de los animales, no son una plaga, son parte de la naturaleza, que cada vez más, por suerte, las personas buscan conectarse y se preocupan por el bienestar animal y de que los animales gocen de buena salud. Entonces justamente aprender a coexistir es parte del desafío que las personas tenemos en el momento de mudarnos a zonas más periurbanas o nuevos loteos o barrios en donde hay más contacto con la naturaleza por fuera de la ciudad”, concluyó Gillet.
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