“No hay imposibles”: pesaba 106 kilos, empezó a entrenar, y ahora vende pocholos para cumplir el sueño de ir al Ironman
Juan Manuel Hoyos busca llegar a la prueba deportiva más exigente del planeta, que se hará el 21 de julio próximo en Estados Unidos
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MAR DEL PLATA.- A la mañana se viste con el traje de neoprene y da clases de surf. Por la tarde, se calza el delantal y empuja su puesto móvil hasta la puerta de La Hostería de Chapadmalal, donde elabora y vende pochoclos. Lo que ingrese al bolsillo en ese doble turno de trabajo tiene un único y soñado destino: estar el 21 de julio próximo en St. George, Estados Unidos, para participar del Mundial de Ironman, el máximo desafío de triatlón.
Juan Manuel Hoyos está a pasos de un logro que sonaba increíble hace cuatro años, cuando cumplió 22 y se vio hundido en un sillón y con un cuerpo de 106 kilos, el precio que pagó por un salto de la adolescencia a la juventud con una dieta y un estilo de vida entre gaseosas y comida chatarra, y consolas y pantallas. Todo eso comenzó a los 15 cuando se aburrió de la natación.
“Me enseñaron y aprendí que no hay imposibles en la cabeza, que uno mismo es el propio límite de sus objetivos”, cuenta a LA NACION este joven nacido en la Capital, que ahora pesa 72 kilos y está listo para afrontar el desafío de los casi cuatro kilómetros a nado, los 180 de ciclismo y los 42 de running, que propone la que se considera la prueba deportiva más exigente del planeta.
Quién podía imaginar que aquel muchacho que un día se descubrió con sobrepeso, más que importante para su altura de 1,79 metros, en poco tiempo iba a completar una prueba de triatlón mínima y luego animarse a competir, con aspiraciones de podio. “Y lo logré”, destaca, mientras se prepara para sus próximas dos exigentes pruebas, en Uruguay y Brasil.
“Todo el dinero que gano va íntegramente a lo que necesito para entrenar y viajar para competir”, explica sobre esta pasión que disfruta y empezó a descubrir cuando a los 22 años se decidió a bajar de peso y se sumó a un grupo de entrenamiento funcional.
Apoyos
Por recomendación, se compró una bicicleta para ir y volver del gimnasio, porque iba contribuir a su objetivo de sumar movilidad y bajar kilos. Y fue el médico Walter Jahil, que entrenaba con él en natación, el que lo incentivó a probar con el triatlón.
El debut fue en La Paz, Entre Ríos. Todavía por encima de los cien kilos pudo completar 750 metros de natación, 20 kilómetros de bicicleta y cinco, de running. “Era un short, pero para mí era un montón”, confirma sobre esa muestra pequeña, pero suficiente para conocer la bravura de esta disciplina.
Allí mismo, en enero último y luego de tres años de preparación, volvió para completar otra edición, pero de distancia olímpica. Fruto de un plan que desarrolló con su coach, Kelo Benvenuto, que lo vio en una prueba de triatlón en Baradero cuando ya andaba por los 90 kilos. “Vos tenés condiciones, si te animás lo intentamos”, lo alentó.
Nadar es difícil, para muchos es aburrido, con entrenamientos de horas mirando el piso de una piscina. Pedalear es un sacrificio supremo, con los vientos y las lomadas como rivales frecuentes. Y correr es luchar cuando el físico ya ha hecho más de la mitad del esfuerzo. Pero para este triatleta lo que más le costó para alcanzar su objetivo fueron los comentarios desalentadores.
“Lo más duro es la gente que te tira abajo, que te dice que estás loco, que con tantos kilos no vas a poder, que nunca vas a llegar”, cuenta sobre ese aprendizaje en el que mucho tuvieron que ver su médico, su nutricionista y su psicóloga, que le sacaron piedras del camino y le liberaron alas. “Me enseñaron que no hay imposibles, que lo único imposible es lo que vos te ponés como límite, que confíe más en mí”, destaca.
Logros
Este año cumplió otra meta. Aspiraba a subirse a un podio y lo consiguió. “Gracias a los que me decían que no me tenía que ilusionar y me tiraba abajo, que no iba a poder, gracias a todos ellos hoy puedo decir: ‘miren a dónde llegué, a un paso de correr el Mundial de Ironman’”, resalta.
Todo eso en medio del trabajo que eligió para financiar su aventura y pasión deportiva. Da clases de surf en la escuela ChapaTrapa, en Chapadmalal, y por la tarde-noche vende pochoclos, que elabora en un carro que se compró, convencido que podía darle recursos y tiempo para poder entrenar durante las mañanas. Natación en el mar, trotes por la zona sur de la ciudad y pedaleadas en bicicleta hasta Balcarce o Miramar.
El lugar que eligió para instalarse, que es el mismo donde desde los cinco años veraneaba con sus padres, fue un boom turístico que contribuyó a su emprendimiento y también es ideal para su entrenamiento, porque tiene una topografía con subidas y bajadas. “Son fundamentales como exigencia, porque después voy al llano y vuelo”, afirma.
En el camino recibió ayuda y la reconoce. También la mano que le da Mauricio Durá en La Hostería, donde le permiten ubicar su puesto de pochoclos, y a Giant La Lucila para llegar a disponer de una bicicleta de alta competencia. Y muchos otros que acercan su granito de arena. “Ahora queda laburar y laburar para llegar a Brasil y a Utah, Estados Unidos”, explica.
Hoy, además de los pasajes y estadía para estos viajes, está en plan de ahorro para comprar un par de zapatillas de primer nivel, imprescindibles para este nivel de competición. Pochoclo a pochoclo, clase de surf a clase de surf, se acerca al sueño más grande. Por lo vivido, ya aprendió que no hay imposibles
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