La antesala del regreso a las aulas se transita con incertidumbre extrema por parte de padres que decidieron sacar a sus hijos de un establecimiento por problemas vinculares o académicos; la importancia de manejar las expectativas y acompañar a los chicos sin trasladarles los propios miedos; pautas para la llegada a una nueva escuela
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A diferencia de los que se ve en las publicidades en las que los padres sonríen mientras preparan la mochila y los chicos van corriendo al aula para reencontrarse con sus compañeros, hay familias que viven el inicio del año escolar con incertidumbre extrema. La llegada a un nuevo colegio, sobre todo si el pase fue por razones negativas, precipita un nivel de ansiedad que no es fácil de manejar en el hogar.
Los pases de escuela no son fáciles para los chicos ni para los adolescentes, y menos si vienen de experiencias difíciles a nivel vincular o académico. Por eso, los especialistas plantean que es necesario que los padres los acompañen sin trasladarles los temores propios, que inevitablemente irrumpen. Otro desafío es manejar las expectativas familiares ya que todos los integrantes, de alguna u otra manera, depositan sus ilusiones en el cambio.
Luego de meditarlo mucho, Nara Briega decidió que su hijo comience primer grado en un nuevo colegio de Guaymallén, Mendoza. “Galeano iba al jardín por la tarde, pero desde que se levantaba me decía que no quería ir a la escuela”, cuenta. Nunca se terminó de adaptar y la visión de Nara es que la institución no propuso herramientas para acompañarlo desde lo emocional. “Nos decían que habláramos con él, pero eso era lo que hacíamos todos los días”, explica. El ingreso al jardín había ocurrido en plena pandemia, con protocolos estrictos que imponían lejanía. “Cuando él comenzó, las maestras no lo podían tocar y estaban detrás de una máscara, no se podían vincular con los chicos”, recuerda.
El informe de la psicopedagoga, que decía que Galeano no había construido ningún tipo de vínculo afectivo, social o emocional con la escuela, fue un detonante. “No se encontró incluido, ni generó lazos de pertenencia, esto nos habilitaba para que el cambio fuera natural”, aclara. Sus papás lo anotaron en una escuela privada, de doble jornada, bilingüe, con orientación en neurociencias. “Fuimos a conocer el nuevo colegio y su contacto con la directora y la psicopedagoga fue muy positivo”, repasa Nara. Y se ilusiona.
Virginia Ballesteros y su hija Isabella, de 11 años, también ven pasar los días en el almanaque con nervios, desde su casa de Ramos Mejía. “Las dos compartimos la ansiedad por el nuevo grupo, por las nuevas formas, ella tiene ganas de conocer gente nueva y de ver cómo nos insertamos en esta nueva comunidad”, dice Virginia, quien tomó la decisión del cambio por diferencias con la forma de enseñanza del colegio anterior.
Según explica la psicóloga infantil y juvenil Laura Lezaeta, en el caso de chicos que no pudieron adaptarse a la escuela anterior, es importante no apurarlos y saber que posiblemente atraviesen altibajos emocionales. “Hay días en los que los vamos a ver contentos o expectantes, y otros podrán sentirse tristes porque extrañan las costumbres o algunos compañeros que tenían”, señala.
Rosario Llano vivió la experiencia de empezar nuevamente con su hija a principios del año pasado, cuando la inscribió en cuarto grado en otro colegio. “Recuerdo que el primer día de clases yo tenía un dolor de estómago terrible”, dice. Juliana se aburría en clase y había que pensar en otras opciones para ella. “Como terminaba de hacer las tareas antes que el resto y la dejaban dibujar, traía a casa un montón de dibujos cada día. Necesitaba un colegio que la estimulara de acuerdo a sus inquietudes”, explica.
Su hija estuvo contenta desde el primer minuto con el pase a un establecimiento en el mismo barrio, Palermo, pero bilingüe y orientado a las artes. “Ella estaba tranquila, pero yo lo viví con muchos nervios porque no sabía si la decisión que estábamos tomando era la correcta. Tuve dudas hasta último momento, después nos dimos cuenta de que había sido un buen cambio”, sostiene Rosario.
Chequear mochilas y emociones
“No encajo con el curso”, “no me puedo hacer amigos”, “no me gusta el colegio” o “no tengo con quién jugar” son algunos de los enunciados que evidencian el malestar de los chicos, describe Laura Lewin, especialista en educación y formadora docente. En el mejor de los casos, lo ponen en palabras y, de este modo, los adultos pueden intervenir. El cambio de escuela suele ser la opción más drástica a la que no necesariamente hay que llegar.
En relación a los chicos a los que les cuesta más comunicar lo que les pasa, los papás tienen que estar alertas a eventuales cambios en la conducta y en el estado de ánimo, por ejemplo, si están retraídos, si no quieren hablar, si pasan de no dormir nada a dormir mucho, si pasan de no comer nada a comer mucho o al revés.
Lewin plantea que si el alumno permanece en un colegio en el que no se siente cómodo, ya sea por una cuestión social o académica, puede aparecer un “tsunami emocional” y no permitirle desarrollar todo su potencial.
Sin embargo, aclara que el pase a otra institución implica el desafío de familiarizarse con nuevos lugares, estilos de trabajo, reglas y relaciones que en algunos casos puede generar optimismo, pero, en otros, ansiedad. “Lo que podemos hacer como papás es avisarles lo antes posible para que estén emocionalmente preparados para esta transición”, afirma. Un aspecto importante es llevarlos previamente al colegio nuevo para que conozcan a algún directivo o algún docente. “Una cara conocida puede hacer toda la diferencia”, asegura.
Por otro lado, enfatiza que los adultos deben estar atentos a no trasladarles sus miedos o ansiedades y a no prometerles cosas que no pueden garantizar. Será clave en este proceso no chequear solo mochilas, sino también cuestiones emocionales.
“Ni un día más”
Es habitual que chicos y adolescentes, por pudor o vergüenza, tarden en manifestar lo que les pasa, en especial si se trata de bullying, una de las problemáticas que más incidencia tienen cuando se trata de cambios de institución. El hijo de Daniela, Mateo, sufrió esa situación y la ocultó, lo que derivó en un trastorno de ansiedad que hoy trata con la ayuda de dos profesionales. La decisión de sacarlo del colegio fue en junio de 2021 por recomendación de su psicóloga, quien advirtió que Mateo no podía ir un día más a esa escuela.
“Él tenía episodios de ansiedad, pero nunca nos dijo que sufría bullying, empezó a abrirse después y a contarlo con las profesionales que lo atendían”, relata su mamá. En una búsqueda desesperada, logró que recibieran a Mateo en un colegio católico a mitad de año. “Tuve la entrevista el viernes y me dijeron que el lunes ya tenía vacante para empezar”, recuerda. Lo primero que hizo fue contarles a las autoridades sobre el bullying que había padecido Mateo, y todavía se emociona al repasar la contención que recibió. “Volvió el primer día con los números de celulares de algunos compañeros, lo llevaron a recorrer el colegio... fue un antes y un después. Hay un gabinete psicopedagógico con profesionales que se involucran y se comprometen para que los chicos estén bien”, sostiene Daniela. Su hijo está por comenzar tercer año y, si bien sigue en tratamiento, la escuela se convirtió en un ámbito de ayuda y no de hostigamiento.
Las experiencias en nuevos colegios, en el caso de los chicos que sufrieron bullying, representan todo un desafío. Según Lezaeta, es importante que, en primer lugar, la familia comunique la situación vivida a la escuela, porque el trato y la adaptación van a ser diferentes respecto de otros chicos.
En este sentido, María Zysman, psicopedagoga y directora de la Asociación Civil Libres de Bullying, afirma que estos chicos llegan ansiosos, lastimados, frustrados, decepcionados y necesitan que la escuela esté al tanto de que lo que atravesaron para diseñar un proceso paulatino de confianza y seguridad.
El miedo a que se reiteren vivencias traumáticas aparece de diferentes maneras en todos los miembros de la familia. Por eso, el inicio de clases tiene un valor especial en estos hogares, donde el regreso a las aulas se aguarda entre la expectativa y el temor. “Se puede pensar en que hay otra posibilidad de estar con otros y que no necesariamente la situación se va a repetir. Vamos a acompañar si podemos desarmar estas creencias, si podemos esperar, ofrecer alternativas y dejar en claro al chico que, cuando sienta que algo no está saliendo bien, tiene que hablar desde un principio”, señala la experta.
Florecen en verano y se apagan con las clases
No todas las familias pueden tomar la decisión de un cambio ni logran hacerlo al mismo ritmo. “Lo cierto es que hay chicos que durante el verano florecen y cuando empiezan las clases se vuelven a apagar, pero hay cosas que fallan para que eso se mantenga”, aporta Zysman.
No juzgar a los hijos ni presionarlos sobre cómo deberían desenvolverse ante un nuevo ciclo lectivo son algunas de las pautas que pueden orientar a los padres. “Si se trata de problemas para relacionarse, suma acercarse al colegio, plantear las dudas, preguntar cómo van a actuar y tener confianza en un año nuevo, una nueva maestra, las entradas y salidas de chicos que suceden todos los años y que cambian la dinámica de las relaciones”, describe.
El paréntesis de las vacaciones muchas veces incide en los grupos: el descanso, el tiempo en familia y las interacciones por fuera del ámbito educativo provocan reacomodamientos. “Los chicos crecen en el verano y se pueden vincular de otra manera o bien los problemas existentes pueden exacerbarse”, indica Zysman.
Para la experta, los comienzos siempre son buenos momentos para saber dónde están parados los distintos actores, qué se espera del alumno y de la escuela. Pero, sobre todo, para echar luz sobre las distintas problemáticas que pueden aparecer en las aulas.
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