“No aguanto más”. ¿Cuán cerca está la psiquis del límite de resistencia ante la incertidumbre de la pandemia?
A dos años de la irrupción del coronavirus, especialistas evalúan los mecanismos de adaptación que permiten sostener la integridad mental y seguir adelante
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CÓRDOBA.– A dos años de iniciada la pandemia del nuevo coronavirus en el mundo, la sensación dominante es la de no soportar más. La incertidumbre de cómo seguirá la situación se mezcla con el cansancio. Estos tiempos se parecen al mito de Sísifo, el rey que daba como castigo empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo. El proceso, frustrante, se repetía una y otra vez. LA NACION consultó a diversos especialistas cuán cerca está la psiquis del límite de tolerar –sin mayores impactos negativos– esta situación.
Ignacio Morgado, catedrático emérito de Psicobiología en el Instituto de Neurociencias y en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de varios libros, dice: “La incertidumbre es uno de los factores que menos toleramos, preferimos el riesgo seguro a no saber qué va a pasar. Es una fuente de estrés tremenda, que genera daño físico y mental”.
Hecha esa aclaración, plantea que “vamos a resistir” porque la vida humana está preparada para “sobrevivir; estamos programados para vivir. Nos resistimos a cualquier cosa que se quiera llevar la vida por delante”. A modo de ejemplo, indica que, ante una enfermedad muy grave, “cambiamos la mente, modificamos las cosas que hacemos, tratamos de adaptarnos, buscamos un modo de vivir con ella. Lo último es apretar un montón para terminar la vida”.
Una referencia en común entre los expertos entrevistados es el aumento de las consultas por malestares crecientes que viene registrando, incluso más en los últimos meses. El psicólogo Damián Klor grafica que, al principio, “cayeron los que ya estaban mal; los que estaban más o menos toleraron un año más o menos, y ahora veremos qué pasa con los que la venían llevando mejor”.
A su entender, al comienzo de la pandemia hubo una suerte de “certeza ficticia” sobre cómo sería la evolución, pero dos años después “la ciencia todavía no lo tiene claro”. Esa incertidumbre provoca el estrés y la respuesta es la ansiedad, porque el ser humano tiene “necesidad de control y lo que pasa excede los recursos que tienen muchos para responder al entorno”.
“Hay una pérdida del sentido del esfuerzo; cada vez se requiere de más esfuerzo para aguantar y eso agota y aparece la desesperanza –agrega–. La emoción de la depresión es la desesperanza, no la tristeza; la impresión es que esto que vivimos ‘no termina nunca’. Hay relajamiento porque fracasó la falacia del control. Mientras más esfuerzo hay que hacer para sostener algo, menos dura”, describe Klor a LA NACION.
Su colega Guillermo Vilaseca advierte que no se puede generalizar respecto de “cuánto da la mente”; una diferencia que destaca es la “flexibilidad” que cada persona venía teniendo y que “logra poner en juego” ante la realidad actual. “El virus tuvo un efecto de shock, fue una circunstancia novedosa para toda la humanidad y obligó a un proceso de adaptación de condiciones que nunca hubiéramos imaginado”, resume.
Caracteriza a la incertidumbre que se atraviesa como “exponencial”. Aunque las reglas de juego siempre varían, se podían realizar previsiones, pero ahora es mucho más veloz. Ni siquiera planear con quién pasar una Navidad o cuándo hacer un viaje. En esa línea, analiza que el cansancio es determinante en la sensación de “no soportar más”, a la vez que la percepción de la variante ómicron como menos agresiva para los vacunados también impulsa a la flexibilización de los cuidados.
“Encontrar que lo fácil es más complicado –sigue Vilaseca– hace que observemos cada vez más reacciones de irascibilidad, de angustia, de depresión, de ansiedad. Hay sensación de pérdida de oportunidades en la vida”.
Con su libro Obediencia imposible. La trampa de la autoridad, el biólogo argentino Eduardo Wolovelsky cuestionó la utilidad de las cuarentenas estrictas para luchar contra la pandemia. Ahora, en contacto con LA NACION insiste en que la principal razón que explica los males sufridos en estos años (angustia y ansiedad crecientes) se vincula con las “sorprendentes draconianas y contradictorias medidas instrumentadas por demasiados gobiernos de un gran número de naciones dispersas a lo ancho del planeta”. Plantea que los mandatarios, tanto de países desarrollados como empobrecidos y con “severas carencias médico-tecnológicas”, impusieron decisiones “afirmando que eran las únicas opciones para salvar la vida, menospreciando los daños y sufrimientos que promovieron”.
Añade que, como ninguna de las promesas de carácter sanitario se cumplió, ”por la simple razón de que estaban basadas en esperanzas vanas (incluida la falsa idea de que con las vacunas se terminaba todo)”, se instrumentaron nuevas medidas por parte de un Estado “incapaz de reconocer su propia contradicción cuando dice protege la supervivencia mientras desmonta paso a paso las condiciones básicas que le dan sentido a la vida humana”.
A la hora de explicar por qué se aceptan ciertas medidas, Wolovelsky indica que tal vez es por “el terror que drena de manera continua desde las propias palabras gubernamentales, amplificadas muchas veces por algunos medios. Son la ignorancia, el pánico y la renuncia al pensamiento lo que imperan”.
Cómo continuar
Todos los consultados coinciden en esa descripción. Morgado insiste en que el cerebro tiene capacidad para adaptarse solo. “Cuando una misma información se repite muchas veces, deja de tenerla en cuenta; nos sorprende siempre la novedad”, apunta. Y señala que, en ese contexto, cuando surgió una nueva cepa del coronavirus, el “miedo subió”, pero cuando los medios “llevan 20 días hablando de lo mismo, se reduce automáticamente. El cerebro tiene mecanismos que le permiten adaptarse a las circunstancias constantes”.
El neurobiólogo y Vilaseca señalan el efecto de los medios de comunicación en la salud mental. “Así como el cirujano tiene que usar el bisturí en las operaciones para sanar, un comunicador social debe tener responsabilidad al usar la palabra para contribuir a la salud mental de la sociedad”, sostiene el psicólogo, quien aboga por mensajes que ayuden a transitar estas situaciones de “tanta incertidumbre sin que, necesariamente, se promueva la entrada en el pánico, la desesperación, la angustia”.
A ese cuadro, Klor le suma la inexistencia, a su parecer, de liderazgos claros en todos los órdenes. “Un barco donde no hay capitán genera más estrés”, reflexiona, y plantea que se atraviesa un “desgaste; se agotan los recursos, la planificación”. Los que, al comienzo, adoptaron conductas para tratar de pasarla mejor, si lo hicieron como “forma de vida, van mejor; si fue con esfuerzo, se agotaron”.
Wolovelsky cita al médico español Juan Diego Areta Higuera: “Es preciso que recuperemos los lazos sociales y comunitarios, que recuperemos nuestras capacidades para el autocuidado y el apoyo mutuo. Si no construimos entre todos, nada quedará en pie”. En esa línea, el biólogo sostiene que se está ante el desafío de un régimen sanitario que, bajo el argumento del cuidado, “impone medidas autoritarias que nos obligan a preguntar por la posibilidad misma de que la democracia pueda perdurar”.
En lo que respecta a la integridad psíquica, pide no olvidar las palabras del escritor Emil Cioran: “Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”. Reclama atender el coronavirus con “medidas razonables y sostenidas en el conocimiento, pero también en la admisión de las dudas. Si vamos a subsumir el sentido de nuestra existencia a las caprichosas medidas sanitarias, no vamos a resistir”.
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