Niños con sofofobia: qué es y por qué ocurre
El miedo irracional a aprender puede iniciarse por una experiencia traumática en el colegio, pero también fuera de él; los consejos de los especialistas
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MADRID.– Inmersos en plena era de la información gracias a los infinitos canales y plataformas disponibles, que parecen cubrir la sed de conocimiento tanto en adolescentes como en adultos, surge una fobia completamente antagónica a las ganas de aprender: la sofofobia. ¿En qué consiste y por qué se produce? Clasificada como una fobia poco común o específica, incluida dentro de las fobias generales en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales –la guía de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría ampliamente utilizada para el diagnóstico de adultos y niños–, su significado es el temor a saber o a adquirir nuevos conocimientos.
“Si un niño o adolescente comienza a desarrollar miedo a aprender o temor a acudir a diferentes entornos de aprendizaje, como el colegio, también podríamos llamarlo fobia escolar”, señala la psicóloga y psicopedagoga Rosa Cohen. En estos casos, prosigue, suele ser necesario analizar cómo transcurrió la inserción del menor en el ámbito escolar y familiar para descubrir qué situaciones le generan pánico: “Por ejemplo, si sufrió algún tipo de bullying o acoso en el centro educativo”.
Cohen explica que el miedo y la ansiedad que puede experimentar un menor con sofofobia son emociones normales durante su crecimiento y desarrollo: “Sin embargo, en algunos casos el miedo puede llegar a provocar una angustia significativa e, incluso, si no se aborda correctamente, algún tipo de deterioro funcional”.
Un estudio publicado en 2022 en la revista científica Neuropsycopharmacology Reports, titulado “Aumento de escitalopram y perospirona [antidepresivos muy eficaces y seguros] en el tratamiento de un paciente adolescente con sofofobia (miedo a aprender)”, llegó a la conclusión de que este temor irracional se suele producir como producto de una experiencia traumática directa con algún mecanismo de aprendizaje. De entre dichas experiencias, la investigación señala que la desmotivación prolongada en el tiempo puede dar lugar también a ansiedad, pánico y el rechazo a adquirir nuevos conocimientos. Pero hay más causas.
“Desde simples pensamientos irracionales (denominados así porque no es demostrable que vaya a ocurrir lo que se piensa), como ‘no voy a ser capaz de hacerlo’, ‘no voy a aprender nunca’, ‘esto no lo voy a superar’, ‘haré el ridículo’, hasta una experiencia que haya podido resultar traumática para el niño o adolescente”, explica Patricia Sánchez, codirectora del Centro de Tratamiento Avanzado Psicológico (TAP), un equipo especializado de psicólogas sanitarias, psiquiatras, neuropediatras y psicopedagogas en Madrid.
“Si profundizamos en las posibles experiencias traumáticas para un menor, podemos poner ejemplos como haber sufrido bullying en el colegio, haber recibido comentarios dolorosos durante un evento relacionado con un proceso de aprendizaje, como al tocar un instrumento o realizar algún deporte”, prosigue Sánchez. “O que el menor haya escuchado comentarios por parte de su padre o madre que desvaloriza su capacidad de adquirir conocimiento: ‘Eres un inútil, nunca vas a aprender’. Además, según explica esta experta, el contexto en el que se da la experiencia traumática no tiene por qué ser exclusivamente académico, sino que puede ampliarse a otros contextos como el familiar o social. “Puede ocurrir que los niños hayan podido adquirir algún tipo de aprendizaje indirecto donde otra persona, generalmente una figura de referencia para ellos, haya sufrido alguna experiencia difícil relacionada con el proceso de aprendizaje. Por ejemplo, haber sido testigo de las burlas que un amigo recibió en el colegio, o si su padre fue criticado por querer aprender a nadar tarde en su vida”, analiza Sánchez.
Competencia y desmotivación extremas
La competencia es otra de las causas subyacentes que puede llegar a bloquear las capacidades reales de un niño. Con frases como: “No voy a ser capaz de hacerlo; seguro que se ríen de mí”. “Así el niño se niega a aprender algo nuevo, llegando incluso a experimentar su miedo con síntomas como presión en el pecho, temblores, sudoración, taquicardia…”, continúa Sánchez. “El abordaje de la fobia sería que consiguiera valorar qué pruebas o evidencia reales tiene de que no va a lograrlo (afrontar la situación de aprendizaje en cuestión) o qué le está provocando tener este tipo de pensamiento”, puntualiza.
Por otro lado, y tal como apunta Cohen, si se habla de desmotivación no se puede dejar de pensar en ella como un estado emocional que puede tener diferentes causas: “Un ámbito escolar que solo promueve la competencia en lugar de la cooperación, o que imparta una educación basada en el aprendizaje memorístico y sin sentido cuando el acceso a la información hoy en día es ilimitado con el móvil, por ejemplo”, detalla Sánchez. “Que un colegio sea muy rígido en cuanto a la aceptación del error como factor interviniente y valioso dentro del proceso de aprendizaje y que en el ámbito familiar haya una alta exigencia en el rendimiento académico pueden ser otros factores que desencadenen una desmotivación crónica, y a la larga rechazo a aprender”, añade Cohen. Y en el extremo contrario, la desmotivación puede venir por “resolverle todo a los niños y adolescentes con la ilusión de tener todo bajo control y responder así rápido a las exigencias del entorno”, agrega.
Cohen sostiene que una de las pautas esenciales para abordar de raíz, o cuanto antes, este tipo de problemas es el refuerzo positivo, por pequeña que sea la acción, del proceso de aprendizaje del niño: “Si sufre por no querer ir a clase de baloncesto, el día que quiera ir, aunque al final decida quedarse en las gradas porque no se siente capaz de participar en el entrenamiento, deberíamos reconocer y reforzar ese esfuerzo”. En ese sentido, Sánchez recomienda expresiones como: “Qué bien lo hiciste, ya estás más cerca de lograrlo”, “vamos a ir al ritmo que tú necesites” o “estoy orgulloso de ti por haber sido tan valiente de venir hoy a ver jugar a tus compañeros”. Para Sánchez, lo interesante es que el menor disminuya, e incluso elimine, su fobia: “Más allá de si consigue buenos o malos resultados porque en ocasiones, sin pretenderlo, nos centramos en los resultados como fuente del éxito y no valoramos el esfuerzo, aspecto que, en el tratamiento de una fobia específica y en cualquier aprendizaje en la vida, es decisivo”.
Por Estefanía Grijota
©EL PAÍS, SL
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